Era mi primer día en el trabajo y tuve que ir discreta —dentro, eso sí, de mi línea— y contenerme un poco. Escogí, en primer lugar, una tremenda tanga negra de tiro alto con la parte de atrás metálica con adornos de corazoncitos; unos jeans muy ajustados de tiro bajo; y los zapatos menos altos que tengo, unos tacones transparentes de dieciséis centímetros con incrustaciones de diamantes a juego con la tanga.
De camino a la oficina, era el centro indiscutible de atención. Mis zapatos hacían mucho ruido y, por lo que deduje por otras ocasiones, estaba enseñando todo el hilo en medio de la calle. He oído decir que la tanga expuesta es hortera o de zorra, pero a mí me encanta lucirla y ya casi ni me doy cuenta de ello.
Con el calzado, las reacciones son aún más acentuadas. Hace muchos años que ya sólo utilizo plataformas y tacones de stripper —y, como ya descubriréis más adelante, prefiero que haya condimento en las suelas—. Hasta mis amigas me han llamado de todo y he notado como se avergonzaban delante de mí. Todo el mundo dice que parezco una puta, pero yo los adoro y me siento más sexy que nunca encima de un par de taconazos de putón.
Así andaba de camino a la oficina.
Entré en la oficina y me presenté. Todos los ojos se me echaron encima. Los muy cerdos me oteaban de arriba a abajo. La mayoría babeaban; a otros se les veía escandalizados. Después me llamarían guarra a espaldas, pero todos desearían que les chupase la polla de cabo a rabo.
Un chico joven —que yo ya había decidido que sería mi primera víctima— me atendió y me guió por las instalaciones. Se llamaba Marco. Al subir las escaleras, se puso detrás de mí y noté como centraba su mirada en mi culo y mis pies. No hice nada para evitar que la tanga se subiera y se subiera hasta alcanzar un palmo. Llegamos a la sala de descanso. Me pidió si quería café. Se le veía muy nervioso por sacar el tema:
—Oye, —pudo pronunciar al fin— ¿y ya vas có-cómoda con esos tacones?
—¡Claro que voy cómoda! Hace años que los llevo, cariño.
—Están chulos... —babeó.
—Oye, pues tengo muchos pares y estos son los más bajos.
Se quedó anonadado y se le notaba cada vez más histérico. Me preguntó de todo: cuántos tenía, de cuántos centímetros, si los llevaba a todas horas. Me fijé en su paquete, que se estaba hinchando. El pobre diablo se moría de ganas de comentarme algo de la tanga porque me la miraba constantemente a la que tenía la mínima ocasión. Calculé bien y esperé a que él se sentara en el sofá. Justo al lado había un taburete. Llevé yo los cafés y me senté en él. Dios, seguro que se me había subido demasiado. La cacheé y sí: dos palmos de increíble tanga metálica con adornos de corazoncitos. Todo el culo expuesto, vaya. No me afané demasiado para evitarlo, al igual que Marco no disimulaba su descaro mirándome como un enfermo mental.
Le podía ver de reojo: ahora se estaba tocando la verga por encima del pantalón. Me puse a jugar con mis tacones de putón mientras él, superado por lo que estaba viendo, trataba de articular alguna palabrucha que otra. El pedazo de cerdo no podía dejar de observar como los tremendos tacones chocaban contra las suelas de mis pies. Casi no podía ni hablar y yo le preguntaba detalles del trabajo para divertirme. Seguía al milímetro los zapatos con la mirada, hipnotizado. Hice ver que se me caía el bolso. ¡Qué descuido!
¡Santo cielo, qué pedazo de tanga! Es sin duda para lucirla. Así se asomaba cuando me agaché.
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Lechita en los tacones
Kısa HikayeLina llega pisando fuerte a la oficina. Viste unos tremendos taconazos de stripper transparentes de dieciséis centímetros y se le ve toda la tanga; y esa tanga de pedrería es para lucirla, todo sea dicho. Sus zapatos hacen ruido. Todo el mundo se v...