Lina llega pisando fuerte a la oficina. Viste unos tremendos taconazos de stripper transparentes de dieciséis centímetros y se le ve toda la tanga; y esa tanga de pedrería es para lucirla, todo sea dicho. Sus zapatos hacen ruido. Todo el mundo se v...
Mirad qué par de taconazos. Son los que dejé a Marco para que los rellenara. Seguramente os cueste creer que alguien vaya con esos zapatos para dar un paseo o para ir a trabajar en la oficina. Yo tampoco lo creería. El caso es que un día me probé un par de ellos en una zapatería por diversión. Desde entonces, sólo subo sobre zapatos de putón.
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Marco cumplió con su cometido con total obediencia. Al día siguiente, cuando bajé por las escaleras, me encontré justo en el sitio indicado los taconazos que le dejé a rebosar de esperma. Sospeché que el enfermo se dejó la piel descargando su leche tantas veces como el cuerpo le permitió, seguramente para impresionarme y a la espera de un galardón. Había tenido suerte con ese tipo que se había convertido en esclavo de la noche a la mañana sólo con la esperanza de lamerme los zapatos al final de la semana.
Al fin y al cabo, la cosa iba de tejer un equilibrio: mantenerlo ardiente para que rindiera, pero dejándole vislumbrar la esperanza en un premio mayor para que no se quemara. A la larga, eso sólo era posible mediante recambios. Una sola polla, pese a su total entrega, nunca es suficiente. Necesito mucho semen bajo mis pies. Para sostener ese permanente flujo de jugo hay que dividir tareas y dar algún descanso a los trabajadores.
Así, pues, necesitaba más vergas. El plan definitivo era tener disponibles dos pollazas al día -una para cada zapato- y que estallaran sólo una vez por semana. Hasta que eso no fuera posible, me tendría que conformar con Marco.
Segundo día de trabajo. Cogí los tremendos tacones impregnados de semen aún caliente. Había leche no sólo por la suela sino también derramándose por el tacón y la plataforma. Elegí un outfit monocromo muy discreto: jeans de tiro bajo muy ajustados y una tremenda tanga de triángulo, también negra, que daría juego con esos tacones de infarto. Eran un poco más altos y andaban cargaditos. Subí una foto en Instagram y fui para la oficina. ¡Qué placer, caminar con todo ese jugo bajo mis pies!
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Outfit para el segundo día en la oficina. ¿Qué os parece? Es de lo más discreto pero por ahora lo más apropiado es no llamar excesivamente la atención. ¿Llevo la tanga demasiado subidita? ¡Esperad a que me agache en el trabajo!