¿Hola?
Me desperté temprano para empezar la rutina de hoy.
Ordené mi cama a la perfección y corrí al baño intentando no caerme; en este tiempo, me volví la persona más tonta de todo el mundo, ¡Me tropiezo cada dos segundos y es molestoso! Bufé recordando y entré a la ducha donde el agua templada me esperaba.
Me envolví en dos toallas, una en mi cuerpo y otra en mi pelo, y salí para al closet, a buscar algo. En este sentido, odio estar embarazada; no consigo ropa lo suficientemente linda y que me guste, por lo que casi-todo me queda chico por mi panzota.
Como siempre, desayunaré en la biblioteca. Sin retrasarme más, tomé el bolso y bajé con el ascensor al vestíbulo del edificio donde vivo, para ir directo allí.
Hoy era el último día de trabajo por mucho tiempo… estábamos próximos a Navidad y Año nuevo, lo que significa que hace mucho frío, como para usar esquimales –no exagero. Es como si viviéramos en Alaska-
La sonrisa de Miranda era gigante cuando la vi entrar. Su rostro estaba completamente iluminado por sus ojos que brillaban y estaban más verdes que lo común; algo bueno sucedía, además, de que tarareaba una canción de Coldplay mientras sellaba unos libros, sin darse cuenta de mi presencia, aún. Lancé una sonora carcajada y ella, sobresaltada y asustada me miró.
-¡Tonta! – gritó llevando su mano al pecho. Me acerqué a ella con una sonrisa burlona - ¡Casi muero! – exageró. Hice una mueca graciosa y negué con la cabeza
-¿Qué te sucede hoy? – levanté una ceja con picardía. Nunca tararea una canción ni sonríe tan deslumbrante. Suspiró tan tiernamente que, en burla de ella, lancé otra carcajada
-Es Paul, Angie - dijo su nombre como si hablaba del máximo dios del mundo. Es un estúpido que solo la usa, pero ella no entiende. Hice una cara de desaprobación y crucé mis brazos bajo mi pecho - ¿Qué? – levantó sus delgadas y pelirrojas cejas.
-Ese tipo te usó Miranda, y lo sigues amando – la regañé y puso los ojos en blanco.
-Igual… ayer me pidió perdón, me dijo que ¡Me daría una oportunidad! – su tono entusiasta se notaba hasta un kilometro, dejó el sellador y comenzó a bailar graciosamente. Reí una vez más, y dejé mi bolso en un sillón del escritorio de la computadora
-Felicidades, creo. Solo te aviso, que yo no te estaré consolando cuando te vuelva a romper el corazón – la amenacé. Parecía una adolescente de 14 años, no una mujer de 23. Dejó de saltar y bailar y volvió a sellar.
-Estaré bien Angie, me dijo que cambió
-Pero… eso no significa que lo hizo de verdad. ¡Cree en hechos no palabras! – grité para que me escuche, ya que me había metido en el sector de los libros de Biología.
-Voy a extrañar tus regaños de mujer madura preparándose para ser madre y tus bipolaridades – no sé si lo dijo enserio, o bromeaba… tal vez, ambos, después de todo tenía razón.
-Yo también te voy a extrañar… igual nos vamos a ver, ¿No? – volví a donde ella estaba y sonrió con ternura. Yo lo hice también.
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Sus regaños y sus preguntas, de nuevo. ¿Por qué no le dijiste que era suyo? ¿Qué te dijo? ¿Se enojó? ¿Qué tiene? ¿Por qué estaba en el hospital? ¿Está bien? Me estaba atormentando en preguntas que ni un cuarto le podía contestar. Solo levanté los hombros sacando el labio inferior hacia afuera, diciendo: ‘No sé’. Se ve tan exaltada y mientras me insulta por lo estúpida que fui, yo la escucho… tiene razón, pero él fue el que se fue, me dejó embarazada y yo no quiero interferir en su vida, ni que él en la mía, simplemente… quiero seguir como estoy porque estoy bien. No necesito de Nicola Porcella… soy feliz así.
-¡Cuídate! – Exclamó antes de que yo entre a mi auto - ¡Sabes que te adoro! – volvió a exclamar.
-¡Te adoro más! – ahora, exclamé yo. No mentía, ella se convirtió en alguien tan importante para mí en solo seis meses, y podría decir, que es la única amiga junto con Nati que tengo. Aunque claro, estoy enfadada con Natalie.
Me regaló una hermosa sonrisa y yo adentré al auto. Mis planes para hoy, era comer, dormir un rato y luego, ir a la doctora, para la revisión de todos los meses.
-¿Angie Arizaga? – preguntó la ginecóloga saliendo de su consultorio. Me levanté del asiento del hospital y sonrió amablemente; hizo un gesto con sus manos para que entre y lo hice - ¿Cómo te encuentras? – su tono es tan calmado que solo me da ganas de dormir. Me acosté en la camilla
-Bien… creo
-¿Molesta Juliette o Drew? – preguntó vertiendo un liquido transparente en mi estómago llamado Alcohol en gel
-No – cerré los ojos y sentí que pasó la famosa maquina que usa para revisar interiormente cada interacción del bebé.
-Puedes abrir los ojos – me dice y lo hago - ¿Ves eso? – preguntó. Asentí con la cabeza – Son los ojitos – abrí mi boca en un ‘O’. Eran tan bellos, o bella; tan chiquita. Sentía lagrimas acumularse en mis ojos, poniéndolos brillosos de la emoción – Está todo perfecto – me miró y sonrió.
-Gracias – alejó y limpió mi barriga. Me senté en la camilla y suspiré volviendo a ella.
El shopping del centro, estaba llenísimo. Hoy era un día viernes, común y corriente, con diferencia que todos terminaron la escuela. Yo debería haberme graduado, pero al rendir y terminar todas las materias, me libré de eso.
Me entretuve comprando una que otra ropa para él, o ella. Otra desventaja, era que no sabía qué color elegir. ¿Qué apellido le pondré? Sin duda, Porcella nunca… A menos que sea el mío, aunque eso sería un problema lo suficiente costoso en abogados y grandes, ya que soy madre soltera.
Salí del shopping revolucionado por personas, y conduje el auto hasta casa. Tomando jugo de naranja y mirando la tormenta de nieve que estaba cayendo afuera, sonó el celular, distrayéndome por completo. Lo atendí sin ver el que llamaba.
-¿Hola? – pregunté.
-Hola – respondieron.