CAPÍTULO 5: A la Primera Luz de Medianoche

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Llevaba ya unos veinte pasos caminando en la oscuridad cuando caí en la cuenta de que no tenía idea de adonde dirigirme, no podía ver absolutamente nada. Menos mal se me ocurrió examinar el reloj de bolsillo. Con gran gusto pude comprobar que la esfera que me había regalado Ouis, brillaba muy tímidamente en la oscuridad, me voltee para evaluar mi situación.

Retrocedí todo lo que había avanzado. El lugar por donde había salido era muy similar a la entrada y quería verificar si eran iguales por fuera, pero me asombré al ver que no había nada. Ni monolito, ni puerta. Nada. No le dediqué muchos pensamientos al asunto, a esas alturas comprendí que si me ponía a cuestionar todas las cosas que acontecían, terminaría volviéndome loco, si es que no lo estaba ya aún.

Bajé el reloj a ras de piso y pude notar la tierra dura del desierto en el que había caminado hacía unas horas, al menos eso tenía sentido. Ahora solo restaba buscar a Zam y el bendito fiordo que me comentó Ouis.

Caminé sosteniendo el reloj en frente, haciendo pequeñas pausas para agacharme y examinar la composición del terreno, luego de unos doscientos metros, noté que al fin el suelo dejaba de ser tan extrañamente llano; una pequeña inclinación me invitaba a subir lo que parecía una duna de arena, que dicho sea de paso, no se conllevaba con la tierra donde había caminado, era como si la idea que dos personas tienen sobre el concepto del «desierto», chocaran una con otra.

Al llegar a lo alto de la duna y con las piernas un tanto temblorosas del cansancio, pude escuchar un gritó que, ahogado por el viento, parecía un susurro.

—¡Zaaaaaaaaaaaaa! —Escuché gritar desde lo lejos en la oscuridad—. ¡Zaaaaa! —El sonido se acrecentaba y me parecía familiar—. ¡Zac! —Convino por fin la voz.

En la cima de la duna de enfrente, pude distinguir la silueta de Zam. Cuando me vio el viento amainó brevemente, por lo que pudimos conversar.

—Hola Zam —me sentí aliviado de ver una cara conocida en tanta oscuridad—. Ouis me dijo que me esperarías en la entrada de un fiordo.

—Sí, lo sé, pero me aburría, te demoraste más de lo que esperaba. Además, no quería que te extraviaras en el camino.

Hizo un gesto invitándome a seguirlo, y algo hastiado por el cansancio, me hice el ánimo para bajar mi duna y subir la de él. Llegué casi sin aliento a la cima. Y Zam me esperaba con una sonrisa culpable, que no pude entender sino hasta que hizo brillar un poco más la flama que llevaba para mostrarme que nos faltaban al menos cuatro montículos de arena más que sortear.

La última duna resultó ser la más pequeña, me dejé rodar el último tramo de la misma. Zam en cambio, como hubo hecho en todas las dunas anteriores, se dejó caer sobre su espalda —emitiendo un sonido sordo y un tanto metálico—, para luego deslizarse muy entretenido y de forma grácil sobre la arena.

—Llegamos —sentenció Zam con una sonrisa infantil mientras se sacudía el polvo que se había ganado de su improvisado tobogán.

Intenté ver el paisaje frente a nosotros, pero solamente podíamos observar unos cuantos metros antes que la oscuridad se tragara la luz de la flama, no estaba seguro de como Zam sabía que habíamos llegado.

Me acerqué a él, interrogante. Entonces con mi último paso, casi como si fuera un interruptor, pude notar como si de la nada aparecía en el horizonte una luna creciente. Y un diminuto hilo de luz curva, iluminó todo cuanto pude ver frente a mí.

—Nos perdimos la luna nueva, por su aspecto, diría que tenemos poco más de una hora —dijo Zam reflexivo—, vamos a buscar refugio en la oscuridad, antes que las estrellas que le siguen, comprometan nuestra posición.

Noùm'Vará: El Alma Portadora de Universos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora