CAPÍTULO 8: Luz de Luna de Amanecer

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Si la lógica y la razón hubieran primado en mi mente en ese momento, lo más adecuado hubiese sido que arremetiera contra el tipo de la pistola, o incluso, contra la mujer del sable. Sin duda ellos eran una amenaza mayor para mí de lo que lo eran Dulcinea y Gael en ese instante. Pero dichos pensamientos, habían sido desplazados por una oleada de euforia y, si me permito ser sincero, sentimientos de malicia y venganza; y a eso, había que sumarle que además, los gritos del pequeño pidiendo ayuda, tenían mi corazón en vilo.

En consecuencia, de forma impulsiva y con fuerzas inhóspitas a mi persona, emprendí una carrera contra el regordete altanero atenazado por el árbol. Sentí el zumbido de dos balas pasar cerca de mi oído, pero no tenía en mi mente otra cosa más que reventar a mi objetivo con la guadaña en mi mano derecha. El arma se sentía extrañamente familiar, casi como si fuese una extensión de mi cuerpo.

Di dos estocadas y corté al mantecoso como papel. Una vez en la cintura y otra en diagonal desde su hombro. Lo único que quedó en pie fue su brazo atorado en el árbol. Sus entrañas quedaron regadas en el piso junto a su cadáver.

Con habilidades que no sabía que tenía, di un ágil rodeo al tronco del árbol y me posicioné a espaldas de Dulcinea, que aún con el rostro escondido, pude reconocer estaba completamente anonadada. La utilicé, sin proponérmelo, como escudo humano para los proyectiles que me lanzaron. La mujer del traje, arrojaba lo que parecían pequeñas cuchillas de metal, que fueron a dar a Dulcinea, siendo uno certero en su frente. Y una de las balas del pistolero, atravesó el torso del vestido y rozó mi piel a la altura de la cadera. Fue ahí cuando me percaté de la afilada punta del paraguas, enterrado en mi brazo izquierdo, que Dulcinea se las arregló para empuñar antes de morir. Mi brazo, a estas alturas completamente destrozado, ni dolor me provocaba. Estaba indiscutiblemente perdido. Es más, me sorprendía la agilidad que podía ostentar con todas esas heridas, en especial la de mi pierna.

Dos destellos salieron desde la difunta pareja, y con un silbido en el aire, se perdieron en el firmamento en dirección a la luna. Aproveché el fulgor de sus almas, que cegó por unos instantes a los otros buitres, y me di a la carga.

El hombre del afro, que me apuntaba con una mano mientras con la otra hacía una visera, intentó dispararme, pero cuando me vi despojado de la protección del brillo, corté el paraguas enterrado en mi brazo y éste se abrió grácilmente entre los dos, proveyéndome de un punto ciego de medio segundo. Eso fue todo lo que necesité.

Le arrebaté la mano de un solo tajo. Su antebrazo dio dos botes, antes que la tensión en sus dedos se relajara y la pistola se separara del miembro amputado. Él gritaba de dolor, mientras desde su muñón emergía sangre a borbotones. Di otro bamboleo de la hoz y su cabeza rodó, rebotando de forma esponjosa en el piso debido a su peinado.

Me voltee con fuerza hacia la mujer del traje, solo para recibir sorprendido su ataque con la cimitarra. Su arremetida me espoleó bastante, por lo que me replegué unos cuantos pasos para guardar distancia. Luego intenté cortarla; una, dos, múltiples veces, pero nuestras armas siempre se encontraban, despidiendo sonidos metálicos y chirriantes. Creo que incluso vi dos chispas surgir de nuestro enfrentamiento.

En eso, guardé distancia entre ambos, hice girar la guadaña como un bastón de mando alrededor de mi brazo, y rápidamente lo agarré del extremo más lejano de la cuchilla y di otra arremetida. Sorprendida por el alcance de mi arma, apenas y retrocedió para esquivar mi ataque. Alcancé a cortar su corbata y tajear su camisa a la altura del ombligo.

De forma despectiva, se abotonó el chaquetón para cubrir dicha afrenta.

Di un salto hacia atrás, me la quedé mirando con burla y le grité:

Noùm'Vará: El Alma Portadora de Universos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora