Los dioses no son cómplices de los paraísos hechos avernos.

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Dicen que las tempestades esconden las grietas
que creamos para enterrar
los lamentos de destrucción
deslizándose en las manos llenas de vacío
que solían sostener aves muertas,
sin alas,
mientras lastimaban las frágiles pieles
talladas con versos muertos.

Yo digo que el paraíso nocturno
ha devorado nuestros sueños,
que no hay ruinas
sin una miserable gloria
y que el dolor se ve desteñido
por esa muerte
de lápidas grises
y nombres en el abismo
del olvido.

Los alientos fríos del ayer
son una lluvia entrañable
cayendo sobre el caos
que reina con osadía
las inciertas emociones
llenas de súplicas
hacia la infinidad,
súplicas que ocultan el desastre
que somos
y no vemos.

Tenemos la bruma del océano
durante el invierno
corriendo por nuestras venas
y las sagradas obras de arte
entre el oleaje
ardiendo en nuestras mentes,
conteniendo la ferocidad
de cada demonio
y ahogándonos
en la calma del humo
hasta que se ve distorsionada
la verdad.

Nos aferramos
a los más puros recuerdos
hasta que ellos con crueldad
nos despojan
de aquellas amables vivencias
sin saber que por fuera
se desmorona la realidad
con cada disparo indoloro
y que se deshacen los sentidos
cuanto más inmersos nos encontramos
en el vaho del paraíso.

Éste es el mañana desgastado
por los vientos secos,
estos son los hogares agónicos
de las sombras
que solían reflejar
quiénes éramos.

Inesperado es el fin de la juventud,
llenas de arrepentimientos están las voces perdidas;
se oye cómo cantan a la melancolía
mientras se quiebran
y lloran lágrimas de monotonía
con sus ojos ciegos.

La nostalgia piadosa
surca nuestros maltrechos caminos,
caminos que llevan a ninguna parte,
no más lejos que a los restos
de los astros perdidos
donde las guerras calan los huesos
y saltan hacia su propia perdición las almas
con tal de detener
todo el veneno que en los anhelos se halla.

YūgenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora