Efímera miseria.

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Puedo sentir a la vida deslizarse entre mis manos y caer pedazo a pedazo hacia el miserable suelo que hemos construido solamente para ver cuán lejos puede llegar la vida humana a soportar su propio embellecimiento, su odio, su melancolía llena de ideales y expectaciones que se ven en la más solitaria claridad de la mañana y durante las noches en las cuales solamente llantos desconsolados reflejan los retazos cósmicos carcomiendo lentamente la mirada.

No hay una forma de realmente ser cuando los párpados caen indignos ante todo lo que les rodea para observar viajes en el tiempo inconcretos, inmensos y fugaces rodeándolos igual que un averno atormentando a la mente del suicida.

El presente no está entre las pestañas del tiempo, somos quienes fuimos cuando no lo notábamos. La normalidad duerme en los brazos pálidos del desvarío, enfermo de sí mismo y de la utópica tristeza que lo rodea.

Las calles están vacías durante la noche. Igual que los pensamientos. Igual que los anhelos. Igual que el sueño. Igual que todos.

Quiero pensar que siquiera se trata de una enfermedad cuya cura se halla en la soledad de las maravillas silenciosas y no en el eufórico placer de las palabras sin sentido que brotan a través de cómicas máscaras rotas.
Buscamos un vivir plástico entre cada verano intacto cual juventud marchita.
Encontramos veneno en el humo que rodea a los fantasmas callejeros a las dos de la mañana cuando nadie está viendo y cada sueño se mece en la inconsciencia insaciable de escapar hacia caminos dorados o paraísos pintados con acuarelas.  Intentan comprar misericordia que les brinde la inmunda satisfacción llena de conformidad y serenos desiertos de oasis destruidos pero olvidan el caos constante que continúa danzando alrededor de los pasos olvidados y cada uno de los hogares destrozados en los que alguna vez habitaron.

Pero eso no es nada comparado con la placidez sutil de un mañana asegurado.

Sé de los nudillos rotos y las rodillas violáceas al caer frente al abismo de la complejidad sin siquiera ser el más ínfimo grano de arena que cae hacia el otro lado en un reloj.
También conozco los horizontes, y lo deseable que se ve el vaivén de las olas en el más profundo insomnio.

No es la infinidad lo que me preocupa.

Sino el no poder aceptarla
como mera esencia
de la crudeza insólita, digna de nuestra frágil humanidad.

YūgenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora