Capitulo 11

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La sola presencia de ese hombre, que se hizo llamar Gaster, le estaba remeciendo de un modo desconocido. Su mente comenzaba a lanzarle flashes inconexos. La marca sobre la mesa era la que había dejado el mug de café de él allá en Madrid, en el departamento de ambos. En su estante sobraba espacio porque antes no estaban allí solo sus libros. Star Trek la habían visto juntos acurrucados el invierno pasado, antes de olvidar el televisor un momento y besarse en aquel sofá. Asgore había jugado Calabozos y Dragones antes, con él. La cartera purpura era un reemplazo que el compró rápidamente antes del tratamiento para deshacerse del cartera verde que le había regalado él... y así, tantas cosas, tantas que ahora se le hacía irrisorio pensar en que el pudiera pretender que su mundo siguiese su trayectoria cuando había dejado un agujero negro en medio, sin explicación.

Parecía absurda la sola idea de continuar con su nueva y falsa vida, de intentar tener una estructura mental estable en la que su recuerdo no existiera, o la idea de dejarlo atrás. Gaster no se lo permitiría, estaba allí, desafiando lo más nuevo en neurociencias de la memoria, comprobándole que él era inolvidable porque era diferente. Las cosas inolvidables siempre eran diferentes.

-He olvidado tantas cosas... - confesó el avergonzado.-Sé que están ahí, pero... ese té de hierbas... cada noche de sueño, era como arrancar una hoja de mi vida y... ¡Dios!, estaba tan confundido que le llegué a tener miedo al café, a la ciencia ficción e incluso a las estrellas.

-Asgore

-Yo sé que todo eso que no entiendo tiene que ver contigo, sé que fuiste importante, algo me está gritando que lo fuiste, pero no recuerdo lo que pasó entre nosotros... lo siento, Gaster, pero no sé quién eres... y creo que tampoco sé quién soy.

El acortó la distancia sin responderle, simplemente abrazándolo. Entonces de alguna manera, supieron que estaría todo bien porque con que al menos él lo recordase todo, bastaba para que sostuviese las memorias de los dos.

Y el temblaba aún, ya no tenía miedo era esa vieja agitación que estaba de vuelta. No recordaba su historia pero recordaba exactamente toda la sintomatología que iba asociada a Gaster. Su cuerpo lo recordaba. Con Toriel, muchas veces, sintió una agitación, una expectación agradable, una desilusión gris y amarga luego, pero con Gaster nunca las cosas nunca pudieron ser así de tibias.

Él con su sola presencia podía ponerlo furioso, haciéndole reaccionar de modos inesperados (comenzando con aquel primer encuentro en que el, fuera de sí, intentó abordarlo borracho) y luego llevarlo a actuar guiado por la desesperación. Toriel le había gustado desde que lo vio, por ser delicado, ideal según muchos cánones establecidos por tanta tradición romántica. Gaster, en cambio, desde el principio le disgustó por ser atípico, impredecible, así como esos choques de fisión atómica que él mismo quiso explicarle una vez – sin éxito, por lo demás – esa fuente de energía expansiva. Comparar cualquier experiencia, cualquier recuerdo, o incluso la dulce tranquilidad del olvido con lo que pasaba por su mente y su cuerpo cuando se trataba de Gaster era como comparar el dulce frufrú de un panal de mariposas con el paso de un huracán.

Pero, ¿ahora qué?

Gaster pareció ver más allá de su ansiedad porque, muy caballerosamente, tomó la mano del hombre en la suya, la llevó a sus labios y dijo.

-Hola, soy Gaster Wingdings, mucho gusto en conocerte.

Agujero NegroWhere stories live. Discover now