Capítulo Sesenta y Cuatro: "No me dejes sola"

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Las semanas pasaban y cada vez estábamos más ocupados, el parque seguía teniendo una muy buena racha de visitas, Antonieta terminaba agotada de sus jornadas como guía turística del parque y siempre que llegaba al bungalow la encontraba dormida y es que yo había estado muy ocupado con el documental y mi ayuda ya era indispensable para el manejo del parque.

Los fines de semana habíamos estado aprendiendo a surfear y básicamente ese eran los únicos momentos que pasábamos Antonieta y yo juntos.

Era domingo y había quedado con Antonieta de que iríamos a él pueblo a cenar algo pero yo estaba aún ocupado con el papeleo de la semana y no me había dado cuenta de la hora, fue hasta que Antonieta entró a la oficina cuando me di cuenta de la hora.

— Lo siento, no me di cuenta de la hora— le dije a Antonieta mientras acomodaba unos papeles en el escritorio.

Antonieta no dijo nada y sólo se quedó parada viéndome con una cara de decepción.

—Deja ahí, yo término—dijo Alex.

—Muchas gracias hermano.

Acomode los papeles y fui a dónde estaba Antonieta.

—¿Nos vamos?

—Pues debimos habernos Ido hace una hora.

—Lo sé, vamos a pedirle a Eli las bicicletas ¿Qué opinas?

—Si,  vamos.

Fuimos a él bungalow de Eli para pedirle prestadas dos bicicletas y ella accedió así que fuimos hacia la entrada de él parque, nos montamos en las bicicletas y nos dirigimos hacia el pueblo.

Llegamos al restaurante bar al que siempre íbamos y nos sentamos en la terraza, el mesero llegó y nos tomó la orden, terminamos de cenar y decidimos quedarnos en el bar un rato ya que al día siguiente era nuestro descanso.

—¿Estás bien?— le pregunté a Antonieta.

—Si, te extraño mucho— me dijo sin dejar de ver la cerveza que se estaba tomando.

—No se porqué no te creo.

Antonieta empezó a reír de nervios y no dejaba de rascar la etiqueta de la botella de cerveza.

—¿Porque no me crees?

—Porque ni si quiera volteaste a verme cuando me respondiste.

—Es que...tengo miedo.

—¿Miedo?— pregunté sorprendido.

—Si, de que es lo que vas a sentir cuando tengamos que irnos de aquí.

La verdad es que había estado muy ocupado estás últimas semanas que no había tenido tiempo de pensar que cada vez estábamos más cerca de que el voluntariado terminará, pero yo también me preguntaba lo mismo que Antonieta aunque sabía que si ella estaba a mi lado todo iba a ser más fácil.

—¿A qué te refieres?— le pregunté para poder escuchar que es lo que Antonieta estaba pensando.

—Estas tan feliz estando aquí, algo que note cuando llegamos aqui al ver la forma en que empezaste a comportarte, es como si un nuevo Marco hubiera llegado aquí, no me mal intérpretes, conforme iba conociendo está nueva faceta tuya me enamoraba más de ti, pero estamos a unos tres meses de terminar esta aventura y me preocupa un poco que dejes de ser feliz al ya no estar aquí.

—Yo soy feliz estando a tu lado.

—Tu felicidad no debe depender de mi o de alguna otra persona.

—No quiero que te sientas así, es verdad que me haces feliz, pero siento que va más allá de ti.

—¿A qué te refieres?— pregunto Antonieta desconcertada.

—Me ayudaste a ver las cosas desde otra perspectiva, si es verdad que tu eres una de las principales razones por las que me siento feliz la mayoría del tiempo, pero no quiero que sientas esa gran presión sobre tu hombros.

—No me siento así.

—Pues si en algún momento te sientes así tendrás que dejar de hacerlo, porque la felicidad y el amor que siento por ti son cosas totalmente diferentes.

—Si, lo sé no me hagas caso, no se lo que me pasa, tal vez sea porque me siento un poco sola.

—Lo siento tanto — le dije mientras acercaba mi silla a la de ella—. Mi intención jamás fue hacerte sentir sola.

—No me pidas disculpas, no has hecho nada malo.

—Te amo bonita y no quiero que jamás te sientas sola porque yo siempre voy a estar para ti sin importar que.

—Te amo tanto, nunca me dejes sola.

—Jamás.

Nos quedamos en el bar hasta que lo cerraron, regresamos en las bicicletas hacia el parque pero cuando iban en canino Antonieta se desvío y yo solo la seguí, hasta que llegamos a unas cascadas que estaban muy cerca del parque.

Antonieta corrió y se tiró con la ropa que traía a él ojo de agua que formaba el agua que caía de la cascada, no lo pensé ni dos veces y cuando Antonieta salía a respirar caí a un lado de ella salpicando agua por todas partes; Antonieta se soltó a reír.

Eran estás cosas las que me argan sentir triste si ella se fuera de mi lado porque con ella todo podía cambiar en un segundo, ella buscaba hacer de cada día una experiencia memorable, ella buscaba ir por más, ella necesitaba más.

La luz de la luna iluminaba perfectamente el agua de la cascada, haciendo del momento algo perfecto, Antonieta y yo estábamos abrazados dando vueltas lentamente dentro del agua, Antonieta recargo su cabeza en mi pecho y comenzó a recitar una parte de uno de sus libros favoritos.

La luna siempre fue su testigo, la luna era quien siempre estuvo presente, en cada beso, en cada caricia, la luna era la única que al final del día siempre estaría ahí, recordándome cada vez que me hiciste reír, cada vez que me hiciste sentir, cada vez que me hiciste vivir.

La luna siempre estaría ahí como recordatorio de que un día fuiste mío y que yo siempre seré tuya.

Al escucharla recordé esa mañana en la casa del lago, cuando la vi leyendo ese libro, a la orilla del lago como si nada le importará, desde el primer momento en que la vi lo supe, ella era especial, sabía que si la dejaba entrar ella iba a cambiarme por completo, pero jamás imaginé en la persona que me convertiría y las cosas que viviría sólo por tomar una decisión, una decisión que me marcó de por vida.

Simple (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora