Capítulo 7

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—Donghae, ¿podrías venir un momento? —apareció uno de sus colegas en su cubículo de trabajo.

El pelicastaño asintió y se deslizó hacia atrás en la silla de escritorio con rueditas. Siguió a Shindong hasta su cubículo.

—Me llamó el Sr. Kim para decirme que la página va bien, pero quiere agregarle fotos de sus animales. Mira.

Algo hastiados estuvieron viendo las fotos de los animales de la granja que poseían los empresarios. Éstas se veían oscuras, o al contrario, con mucha luz; estaban algo borrosas o no captaban el mejor ángulo de lo que se quería mostrar. Se miraban de reojo cuando una foto estaba muy mala, pero intentaron seleccionar las mejores para poner en la página, pues ésta debía atraer a potenciales clientes, no espantarlos. Pero con la calidad de las fotos de seguro esto último era lo que ocurría. Era cerca de la cuarta vez que el trío de empresarios cambiaba de idea en cuanto a lo que querían. Y ellos podían hacer el trabajo mayor con criterio y profesionalismo, pero no podían dejar a un lado sus peticiones.

Llevaban cerca de quince minutos conversando acerca de los nuevos arreglos para la página, cuando el teléfono de Donghae sonó en su bolsillo. El pelicastaño vio en la pantalla de quien se trataba, y lo que vio en ella no le gustó.

Llamaban de la escuela de Henry.

***

Le parecía que las suelas de sus botas hacían mucho ruido al caminar, y que las paredes le devolvían el eco de sus pisadas, el sonido de su ruidosa respiración, e incluso el repiqueteo de sus llaves en el bolsillo de su pantalón. Llegó a la oficina del director, sin saber qué esperar. Golpeó la puerta. Ésta se abrió a los pocos segundos.

—¿Es usted el Sr. Lee? —le preguntó la voz del director. Donghae asintió y el hombre abrió la puerta un poco más, dejándole ver la espalda de su hermano sentado en una silla, y la de otro chico sentado junto a él. Lo reconoció. Hace un tiempo que no lo veía pasar por la casa, pero habían sido buenos amigos él y Henry. Al parecer ya no lo eran tanto. Ambos estaban ahora con la cabeza gacha y los hombros caídos.

Donghae caminó hasta su hermano con las dudas pegadas en la cara. No fue hasta que Henry lo miró de soslayo que pudo ver su rostro hecho pedazos. La ceja y el labio los tenía partidos, y el ojo claramente se pondría morado pronto. El otro muchacho estaba en condiciones similares. Henry no le sostuvo la mirada, sólo giró su cabeza y apretó los puños. Sus ojos estaban húmedos y enrojecidos tras sus anteojos inusualmente torcidos, con ganas de soltar algunas lágrimas. Donghae, que no entendía nada, miró al director en busca de respuestas a aquellas preguntas que sólo sus ojos formularon. El padre del otro chico ya había llegado, así que ahora el director se dispuso a hablar.

—El joven Lee y el joven Choi han protagonizado una lucha. En medio del pasillo.

—Eso lo vemos, ¿qué ocurrió? —inquirió el padre del otro chico.

—Los testigos dicen que fue el joven Lee el que inició la pelea empujando al chico Choi.

Ambos muchachos se quedaron mudos. Donghae puso una mano sobre el hombro de su hermano.

—¿Henry? —murmuró suavemente para pedir una explicación, pero él apartó la mano de su hermano de un manotazo. Donghae vio la furia en sus ojos cuando lo miró a la cara, y no supo qué pensar. El chico se puso de pie de un salto, haciendo retroceder a Donghae un par de pasos.

—¿Quieres saber por qué me peleé con él? —preguntó Henry con los dientes apretados. Donghae pocas veces había visto a su hermano enojado al extremo de querer asestar un golpe. Nunca, a decir verdad—, resulta que él me contó algo que no me agradó —hizo una pausa mientras lo miraba—. Ayer por la tarde él, su padre y su hermano pequeño estaban en el parque..., y ¿sabes a quién vieron? —Donghae tragó saliva. De pronto se sintió mareado. La voz punzante de Henry le estaba taladrando los oídos y el corazón—. A ti. Con un hombre... y ¿sabes qué más? Los vieron besarse. —Otra pausa mientras lo escrutaba con la mirada—. Entonces, lo que hice fue empujarlo, y luego todo fue golpes y más golpes. Todo porque él estaba insultándote...

Un silencio sepulcral siguió a todas esas palabras.

—Así que ahora dímelo, Donghae. Dime que no es verdad lo que él dijo.

Los ojos de Henry estaban llorosos. Donghae sintió sus piernas flaquear, su corazón bombear fuertemente, y sus oídos zumbar. Las imágenes de él y Hyukjae sentados en los columpios pasaron como una película en su cabeza. Cerró los ojos fuertemente y volvió a abrirlos cuando escuchó la voz de su hermano.

—Donghae, ¡contéstame!

—Sí, es verdad —replicó con una voz extraña, que no sonó como suya.

Henry dejó escapar las lágrimas que habían estado amenazando con caer.

—¿Sabes qué? —dijo Henry con la voz rota—, lo golpeé porque pensé que era un cobarde por inventar algo así —hizo un movimiento con su mano en dirección al otro chico que los miraba con los ojos bien abiertos—. Ahora veo que el único cobarde eres tú.

—Henry... —intentó acercarse a él. Su hermano se apartó.

—¡No! Por lo menos él tuvo el valor de decirme la verdad.

Henry dio varias zancadas hasta la puerta y la abrió con un brusco movimiento, dejando incluso que ésta golpeara contra la pared de lo fuerte que había sido abierta. Salió convertido en un bólido, furioso y lloroso, dejando a Donghae sin palabras frente a los otros tres hombres que lo miraban con compasión. Donghae los odió, a ellos y a sus miradas. Y se odió a sí mismo por ser cómo era y por lo que su silencio había provocado. Su hermano tenía razón, había sido un cobarde.

El director se aclaró la garganta.

—No puedo hacer la vista gorda a un comportamiento de este tipo, pero... entiendo la situación. Los dos jóvenes estarán suspendidos por hoy y mañana, ¿bien?

Donghae asintió con la cabeza. Si pronunciaba tan solo una palabra, seguramente rompería a llorar. Hizo una pequeña inclinación de cabeza para despedirse y se marchó sin mirar a ninguno. Los otros no le cuestionaron.

El pelicastaño miró a lo largo del pasillo. Henry no se veía por ninguna parte. Fue hasta su salón, pero ya no estaba allí e inclusive se había llevado sus cosas. Buscó en los baños, pero tampoco lo encontró. Salió entonces del establecimiento y miró hacia todos lados, pero no lo veía por ningún lado. Presa del pánico, corrió hasta la calle más cercana, buscando en vano al chico que era su vida y por el que daría cualquier cosa, pero no estaba. Henry se había ido.

Donghae regresó a su automóvil y en cuanto estuvo en su asiento, se derrumbó. Se apoyó en el manubrio y comenzó a llorar lo que no había podido desde que vio a Henry moreteado. Lloró por verse solo, por el temor de cometer errores pero cometerlos al fin y al cabo, por el dolor que sentía de haberle fallado a su hermano, y por la mirada de profunda decepción que vio en sus ojos. Estuvo allí un buen rato, sollozando y derramando lágrimas hasta que se compuso y retomó su búsqueda.

Llamó al celular de Henry pero éste no atendió las primeras veces, a la cuarta o quinta vez que llamaba, Henry había apagado el celular. Frustrado, Donghae decidió regresar primero a casa para ver si había vuelto allí, sin éxito. Y luego, a una velocidad de 40 km/hr recorrió las calles mirando hacia todos lados, sin importar que los autos que le precedían pitaran y luego adelantaran. Él sólo quería encontrar a su hermano. La plaza fue uno de los lugares a los que fue, pero no había rastro de Henry. Realmente no habían muchos lugares a los que podría ir. ¿Dónde estaba entonces?

Golpeó con fuerza el manubrio y detuvo el automóvil a una orilla de la calle justo debajo de un letrero de no estacionar. Se sentía desorientado y angustiado como nunca. Se sentía perdido. En ese momento su teléfono sonó en el interior del bolso que estaba en el suelo del asiento del pasajero. Lo dejó sonar durante un rato, pero luego, esperando que milagrosamente fuese su hermano, lo buscó rápidamente. Vio la pantalla de su celular y, aunque no era su hermano como esperaba, un sentimiento parecido al alivio le recorrió. Su corazón dio un brinco.

—Hyuk —fue lo primero que dijo después de apretar el botón de contestado, pero otra vez su voz sonaba distinta, como de ultratumba.

—¿Hae? —La voz de Hyukjae se oyó preocupada—, ¿qué pasa? —se encontró con un silencio prolongado que terminó en un suspiro del otro lado.

—Henry se fue... —murmuró mientras sus ojos se volvían llorosos otra vez.

—¿Cómo que se fue? ¿A dónde?

—Pues eso —musitó—, que se fue no sé a dónde. Se lo contaron. Que nos vieron ayer en el parque... y ahora todo está arruinado. Lo arruiné, Hyukjae —sollozó, pegando su frente al manubrio, deseando salvar la distancia que los separaba y pegarse a él en un abrazo.

—No, Hae, no pienses eso. Te ayudaré a buscarlo, ¿de acuerdo? Voy...voy a salir ahora mismo.

Donghae supo que Hyukjae había cortado la comunicación. Apretó su celular en la mano unos instantes y en seguida se decidió por intentar llamar a su hermano otra vez, pero su celular seguía apagado. Pronto caería la noche y sería aún más difícil encontrar a Henry. Donghae suspiró y echó a andar el auto.

Sweet winterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora