Capítulo 8

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Tres eternos días eran los que había pasado sin hablar con Hyukjae, y sentía que moría poco a poco de pena y desesperación. Como por arte de magia, había dejado de sonreír con naturalidad, y unas sombras grises bajo sus ojos estaban pintadas a tiempo completo. Se sentía como un verdadero idiota. Y es que lo era.

—Donghae —dijo Henry, llegando hasta su lado mientras él picaba un poco las verduras. Lo observó mientras su hermano mayor seguía sumido en su tarea sin siquiera mirarlo—, ¿qué estás haciendo?

—Cocinando.

—No, qué estás haciendo tú, contigo.

Donghae interrumpió dos segundos el sube y baja del cuchillo y exhaló.

—No sé a qué te refieres —replicó el pelicastaño con voz plana. Siguió cortando las verduras.

—Dijiste que no me ocultarías nada, no empieces de nuevo. Ni siquiera te he visto estos días, Hae. Has pasado encerrado en tu habitación.

—Sólo tengo mucho trabajo.

—Ya estás —rodó los ojos—. No me mientas. Prefiero un millón de veces aquellos días en los que no te veía pero llegabas a casa con una sonrisa que no te la quitaba nadie. Ahora, si no estás encerrado en tu habitación, te pasas viendo esa película Dance with you como un maniático.

—Es Dance with me.

—¡Lo que sea! ¿Te peleaste con Hyukjae?

Vaya. Qué directo. Le recordó a alguien.

Donghae suspiró.

—Sí, eso hice —murmuró aún con voz plana. Su frustración que se había estado cocinando a fuego lento comenzó a hervir en su sangre mientras se torturaba mentalmente. Un mal movimiento de su mano, y de pronto la punzada en un dedo le dijo que se había cortado con el cuchillo—. Mierda —musitó con los dientes apretados.

—Donghae. Dios, déjame ver eso —tomó la mano de su hermano y examinó el corte. Estaba comenzando a sangrar bastante. Le temblaron un poco los dedos por los nervios y puso la mano de Donghae bajo el chorro de agua helada del grifo.

—No es nada —comenzó a decir.

—Cállate, tonto. Es que estás siendo un tonto, ¿sabías? Mira esto, es un corte profundo el que te hiciste —sostuvo la mano de Donghae bajo el agua y mientras tanto examinó el rostro de su hermano. La mandíbula tensa que vio en él significaba que algo estaba aguantando. O las ganas de llorar, o el dolor de la herida..., o quizá ambas cosas.

O quizá... otro tipo de dolor.

—Lo sé —susurró Donghae—. Hyukjae era... es... —suspiró—, es condenadamente perfecto. Y yo no sé cómo manejar esto.

Donghae esperó a que Henry le preguntara a qué se refería exactamente, pero la pregunta no llegó. Su hermano sólo lo miró a los ojos, y el mayor no vio en ellos ganas de burlarse, ni desprecio, ni nada de lo que Donghae pensó que podría haber. Sólo había comprensión.

Abrumado por la inteligencia y empatía de su hermano menor, Donghae tiró de su mano para soltarla del agarre de Henry. Se enrolló parte de un paño de cocina en el dedo y apretó el resto de la tela en su puño.

—Ve por él, Donghae —dijo Henry—. Ve a verlo. Llámalo. No sé..., pero haz algo, porque ya no quiero verte así.

***

¿Un infierno? Bueno, era un poco exagerado, pero algo muy cercano a un infierno era lo que había estado viviendo. Ya no podía manejar su estado de ánimo agrio, e incluso sus alumnos se habían dado cuenta de que él no andaba nada bien. Estaba al frente de la clase de yoga mientras todos los demás seguían sus movimientos, pero él no estaba logrando concentrarse, ni relajarse, ni nada de lo que siempre se jactaba delante de sus alumnos. Terminó la clase quince minutos antes de lo usual y, disculpándose con todos, fue a cambiarse de ropa. Antes de desaparecer no se perdió la mirada de preocupación de Sungmin, y huyó con mayor energía porque no quería explicar nada a nadie, y menos a él.

Sweet winterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora