Pesadilla

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Un pequeño Estarossa miraba con melancolía el atardecer. Colgando de una rama de árbol, podía ver con claridad esa escena. Aun recargándose en dicho árbol, jugó un poco con su pan. Se había escapado de la casa por las visitas que recibía su padre.

- ¿Ese niño es un Demon? / Pobre niño, no se parece nada a su hermano mayor. / Solo es un soñador, no puede mantener los pies sobre la realidad. / ¿No será adoptado? - Gruñó al recordar cada una de las frases de aquellos ancianos. ¿Qué importaba si no era como su hermano?

Odiaba sentirse abrumado por la presión de los amigos y conocidos de su padre, siempre comparándolo con sus hermanos, en especial Meliodas. Desde hace años que recibía ese trato por lo que siempre que tenía la oportunidad, se escapaba y se mantenía observando a las aves u otro animal.

- Yo solo quiero ser como mi hermano... - Murmuró con pesadez, estaba cansado de esta vida.

- ¡Estarossa! - La voz familiar llamó la atención del chico, bajó su mirada para encontrarse con un pequeño Zeldris sonriéndole tímidamente. Pudo observar que traía una mochila que contenía frituras.

Estarossa sonrió inconscientemente, su hermanito siempre hallaba la manera de hacerlo reír. - ¡¿Qué esperas?! ¡Sube!

Zeldris escaló el árbol hasta llegar a la rama donde estaba su hermano. Estarossa lo acomodó en dicha rama, evitando que se cayera. El más joven colocó la mochila en el medio, dejando libre a quien quisiera tomar papas (frituras). - ¡Meliodas viene más al rato!

Estarossa lo miró sorprendido pero luego sonrió melancólicamente, sus hermanos siempre lo animaban. - Gracias... Eres un buen hermano, ¿lo sabes?

Zeldris sonrió avergonzado por las palabras del mayor, le era satisfactorio ser útil a sus hermanos. Estarossa rió ante la graciosa cara de su hermano menor.

- Si soy tan buen hermano... ¿Por qué demonios me abandonaste? - La tierna voz de Zeldris cambió a una cruel e indignada.

Asustado, Estarossa observó a su hermano dedicarle una mirada ofendida y de odio. El lugar donde estaban ahora era una habitación oscura y fría, Zeldris era aún un pequeño al igual que Estarossa, pero su rostro le demostraba repulsión por él.

- Yo... Yo... - Fue lo único que pudo decir. ¿Por qué se sentía tan inseguro, tan vulnerable ante la mirada de su hermano?

Una sonrisa arrogante se asomó por los labios de Zeldris, confundiendo a Estarossa. - Que patético eres... Ahora comprendo porque todos se quejaban de ti.

La habitación se iluminó de tal forma que un grupo de sombras se hicieron a la vista, todas con caras sínicas, rodeando a Estarossa, quien cayó en sus propias piernas. Asustado, comenzó a buscar a Zeldris, dándose cuenta de que se alejaba de él mientras era consumido por la oscuridad.

(n.n)

- ¿Por qué...? ¿Acaso no fui lo suficiente bueno para ellos? - Dijo Zeldris, quien se encontraba solo en el departamento. Abrazándose en busca de calor. Observó el reloj y luego la mesa donde estaban esparcidas sus tareas, que ya las había terminado y aun así se sentía insatisfecho.

Siempre era lo mismo, llegar, comer, tareas, estudiar y dormir. Su vida era tan monótona, que le fastidiaba, pero era mejor que estar bajo la mirada de su padre. Él siempre le exigía más y más, que pronto se volvería loco. - Estúpidos Meliodas y Estarossa...

Lo dejaron solo en este infierno. ¿Por qué no lo llevaron con ellos? Soltó maldiciones mientras rogaba para que esta soledad y presión desapareciera. Lo único que podía hacer era obedecer y cumplir las órdenes de su padre, era un simple esclavo de él.

LazosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora