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Estarossa miraba con ligera flojera los semblantes de sus hermanos, lo bueno es que él ya sabía cómo manejar esa situación. Al menos eso creía. Observó a Meliodas y a Zeldris acercarse a la señora con intención de responderle de la manera menos educada posible que incluso podía asegurar que si no los detenía, estaba seguro que los correrían del supermercado.

- Si dejo que alguno de ellos les responda, estoy seguro que la señora jamás será la misma. - Pensó Estarossa analizando a la señora frente de él, quien levantaba el rostro con orgullo, causándole tristeza por aquella mujer pues no sabía con quien se estaba metiendo. - Si supiera que se estaba enfrentado a unos demonios.

Meliodas le dedicó una sonrisa burlesca al niño, quien se estremeció ante aquella simple pero profunda mirada del rubio. El infante abrazó las piernas de su madre, intentando alejarse de ese trío.

Zeldris y Meliodas estaban listos para contestarle a esa señora cuando de repente sienten como son abrazados y jalados con fuerza hacia atrás. Era Estarossa, quien aprovechó su confusión para taparles la boca con sus manos. El chico de cabellos plateados le sonrió tranquilamente a la señora, a pesar de tener a sus hermanos forcejeando por su libertad.

- Señora, lamento informarle que está equivocada. - Dijo Estarossa con amabilidad, dejando a la señora en un estado de precaución e indignación. - Pero creo que sería conveniente que se retirará... Por su bien.

- Me rehúso. ¡Yo quiero justicia! - Exclamó indignada mientras le apuntaba con molestia a Estarossa. El pobre Demon no sabía qué hacer, si soltaba a sus hermanos la señora se moría, sí o sí. Y aparecer no quería irse de la manera amable, ni lógica. ¡¿Qué clase de señora era ésta al no ver la muerte en las miradas de sus hermanos?

- ¡Chicos, ya volvimos...! ¿Qué está pasando? - Era Elizabeth, quien llegó cargando un par de cosas como pan, cosas de higiene y ropa, detrás de ella estaba Gelda que veía la situación con curiosidad. No era común ver a un hombre sosteniendo a otros dos con fuerza para evitar una posible muerte.

- Usted es la madre, ¿no es cierto? - Dedujo la señora al ver a Gelda, pues se veía un poco más grande que Elizabeth. En vez de sentirse ofendida por su tono de voz, Gelda le sonrió con una tranquilidad a la señora, quien se estremeció ante pequeño gesto.

- Muy buenos días, señora. No sé qué está pasando aquí, pero una cosa le digo... - Gelda caminó hasta quedar frente a la mujer, quien la veía con precaución. - Dudo que mi futuro esposo le haya hecho algo, posiblemente haya sido uno de mis cuñados. Y creo que está malentendiendo la situación.

La señora la miró confundida y luego a los chicos, que captó sus miradas asesinas y sobre todo, que no eran un par de niños. Su hijo le tomó el brazo y le susurró. - Mami, quiero alejarme de esos señores...

Ya por fin había comprendido que no podía contra ellos. La señora tomó del brazo a su hijo y se alejó asustada de Meliodas y compañía. Estarossa soltó a sus hermanos lentamente asegurándose de no ser lastimado en el proceso. Zeldris gruñó ligeramente al sentirse libre, odiaba que lo agarraran como un muñeco. El rubio observó a su hermano menor de cabellos plateados antes de golpearlo en el estómago, tomándolo desprevenido.

- Ya... Me lo esperaba... Solo que no lo recordaba tan doloroso. - Estarossa abrazó su estómago mientras caía de rodillas al suelo.

- ¡Meliodas! - Exclamó Elizabeth molesta por las acciones de su novio, pero éste le sonrió con alegría.

- Nadie toca a Meliodas... - Susurraron Zeldris y Estarossa, este último lo dijo cómo pudo. Y el mencionado sonrió con orgullo, era bueno saber que viejas memorias seguían presente.

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