Capítulo 10

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El día no había comenzado del todo bien.

Luego de dejar a Kyler frente a ese local en donde tuve el peor de todos mis desayunos, llegué a casa y me dejé caer en la cama.

Eso fue luego de haber pasado la vergüenza de mi vida con el taxista. Jamás había ido sola en un taxi en mi vida y cuando baje, los guardias me abrieron la puerta y casi disparan al taxista que me seguía a puros gritos. Hubo final feliz en cuánto ellos le ofrecieron trabajar como chofer en mi familia. Un final algo raro pero creo que feliz.

Estaba agotada mentalmente y este agotamiento no hizo más que aumentar junto con las repetidas llamadas de Kyler. También llegó a casa en dos ocasiones ese día y tuve que pedirle a Belén que mintiera por mí para no verlo.

Y eso no terminó ahí.

Mi teléfono no dejó de vibrar en toda la maldita noche hasta que lo apagué.

¿Estaba exagerando? Claro que sí, pero él debía comenzar a entender que no voy a dejar que nadie me haga sentir menos, debía comenzar a respetarme. Me haré valer cueste lo que me cueste.

Suspiro profundamente sin abrir los ojos. Aún no quería enfrentarme al mundo.

A veces pensaba que deberían existir días feriados que una persona pueda tomar deliberadamente en la semana debido a tanta carga emocional pero ese deseo jamás se iba a cumplir porque ese día también se podía considerar el domingo. ¡Yo quería más!

—¡Princesa, si no despiertas ahora probablemente llegarás tarde a clases! —exclama mi madre, detrás de la puerta.

Respiro hondo y decido al fin levantarme para enfrentar la vida. Conecto mi teléfono al estéreo por bluetooth y mi lista de Pentatonix comienza a reproducirse en mi cuarto.

Ya con la energía renovada y cepillándome los dientes, voy hacia mi armario para elegir el atuendo del día.
Me doy la ducha más rápida de la historia y salgo del baño poniéndome unos aros cubanos finos en las orejas.

Respiro hondo y decido al fin salir de esas cuatro paredes en donde encuentro paz, para enfrentar la vida.

—¡Mamá, no voy a desayunar hoy! —exclamo desde la entrada tomando las llaves de mi camioneta. 

En eso aparece mi madre con ceño fruncido. 

—¿Cómo que no vas a desayunar? Jovencita, debes hacerlo —me regaña.

Respiro hondo.

El dolor de cabeza con el que desperté no me hace fácil las cosas.

—Desayunaré en el camino, lo prometo —tomo las llaves del auto y mi cartera—. Adiós, mami.

Y prácticamente huyo.

El camino a la universidad, para colmo, fue demasiado lento para mi gusto y ahora estaba llegando tarde a mi primer clase del día. 

Camino a paso rápido por los pasillos y cuando encuentro mi clase, tomo un respiro y me aventuro a pasar vergüenza.  

—Bueno, que agradable visita, señorita —se burla el profesor—. ¿Qué necesita?

Respiro hondo para evitar golpearlo con mi bolso. 

—Necesito entrar a la clase.

Él resopla con gracia. 

—Lo hago únicamente porque si no lo hago me rajarán —abre la puerta para dejarme el paso pero se interpone, quedando muy cerca de mi rostro. Frunzo el ceño—. Que sea la última vez, ¿quedó claro?

El algoritmo de tu amor  | PAUSADA HASTA 2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora