Capítulo Uno: Una vida despreocupada

6.8K 111 113
                                    

Me despierto bruscamente con lo que me parece la estridente alarma de un coche y los rayos de luz del sol mañanero entrando  sin piedad alguna a mi habitación; alguien había corrido las cortinas y abierto las ventanas. Entrecierro los ojos dañados por tanta luz y me cubro la cara con la almohada para sofocar ese ruido infernal.

―¡Despierta! Hora de levantarse ―repite una y otra vez una voz melosa pero firme.

Reconozco esa voz al instante; es Nina. Nina es nuestro androide familiar, con más de mil comandos que debe cumplir siempre y en todo momento para satisfacer nuestras necesidades y hacer más sencillo nuestro día a día. No es capaz de tomar cualquier decisión que quiera, porque no sabría cómo. Está sujeta a esos comandos y ni uno más, y, por supuesto, a las leyes de la robótica. Todos y cada unos de los hogares cuentan con un androide familiar. No es que sea así por ley, sencillamente nadie quiere ni puede vivir sin uno. Se le entrega un androide a cada familia a la hora de instalarse en una casa, y son altamente serviciales. Despertarnos cruelmente a todos por las mañanas es una de sus obligaciones, y para ello el nuestro usa esa alarma tan irritante para cualquier oído y deja que el sol inunde el cuarto.

La pereza me domina y apenas tengo ganas de moverme de la cama, así que me doy la vuelta y espero a que interprete ese gesto como una señal de que puede marcharse con su ruidosa forma de despertar a otra habitación, que me levantaré sola en unos minutos. Pero no se va, claro que no. Tiene que cumplir con su primer deber de la mañana.

El ruido desaparece pero ella no desiste, repitiendo la misma frase me sacude suavemente por un hombro y me estremezco. Por alguna razón, alguien decidió que era una buena idea que se pareciesen a los humanos, y les recubrieron de una piel sintética que al contacto es fría como el hielo por el metal debajo de ella. Y, a mi modo de ver, es sumamente desagradable. Y no hablo solo su piel, si no del hecho de que pretendan hacerlos lo más humanos posible. Por ejemplo, su sistema nervioso está formado por un cerebro artificial que imita prácticamente a la perfección uno humano, y por miles de cables unidos entre sí, actuando como si de neuronas se tratasen. Sus músculos son muy parecidos a los nuestros, con la diferencia de que los suyos son artificiales, pero funcionan de igual forma. Su cerebro envía el comando que ellos mismos deciden y sus «músculos y huesos» se encargan de llevarlo a cabo. Aunque ignoro la forma en la que consiguieron que funcionase. La ciencia sea capaz de más de lo que todos imaginamos.

―¡Levántate! Es la hora.

Finalmente me remuevo entre las sábanas y me siento en el borde de la cama. Ni siquiera la veo irse de mi habitación. Me froto los ojos con ganas mientras la escucho despertar a mis padres y mi hermana. Río secamente. ¿Acaso no se despiertan siempre antes con tanto escándalo?

Me doy una ducha rápida, me visto y cuando llego al comedor mi madre y mi hermana ya se han levantado y se las ve animadas, activas. No sé cómo pueden estarlo, creo que nadie normal es capaz de estar tan despierto un lunes a las ocho menos cuarto de la mañana.

―Buenos días, Jenna ―me saluda mi madre. Está en la mesa, leyendo el periódico digital a través de sus gafas de media luna.

Mi hermana mayor levanta las cejas y sonríe a modo de saludo. Tiene los auriculares inalámbricos puestos.

―Jenna, ¿lo de siempre? ―me pregunta cortésmente Nina mientras sirve un zumo de  naranja, para mi madre.

―Sí, gracias. ―La miro fijamente durante unos segundos; es tan fácilmente confundible con una persona real. Lo único que la diferencia de un humano es el uniforme que todos los androides familiares visten ―camisa blanca, falda recta o pantalón negro y zapatos sencillos, oscuros― y la expresión del rostro y el tono de voz a la hora de hablar: no muestran ningún tipo de emoción ya que, gracias a Dios, no son capaces de sentir emocionalmente. Pueden simular una sonrisa amable, o fruncir el ceño cuando tratan de ponerse serios o enfadados, e incluso realizar varios gestos humanos, pero es todo una ilusión, no es real. Un ceño fruncido pierde todo su valor si es falso y forzado, al igual que una sonrisa no puede considerarse una sonrisa si no se siente, si no se quiere realmente sonreír.

Los monstruos del mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora