Este relato obtuvo una mención especial en el concurso literario de la facultad de Humanidades de la UNLP (Universidad Nacional de La Plata) (Buenos Aires, Argentina), diciembre del 2017.
19 ☄ Pánico.
Una exhalación se escapa de mis labios lastimados y temblorosos, y un escalofrío recorre mi columna vertebral haciéndome jadear y moverme apenas en mi lugar. Siento cómo duele cada parte de mi cansado y maltratado cuerpo. A cada movimiento que hago duele y duele y duele y me quejo en voz alta con la garganta desgarrada y de manera ronca. Cada sonido se me atora allí y me araña por dentro, haciendo que sea muy difícil dejarlos salir con facilidad y sin dolor. Pero ya no puedo retenerlos, ni a los gritos, ni a los quejidos, ni a mis respiraciones entrecortadas y aceleradas. Lo estuve conteniendo todo... Lo he guardado todo tan en mí, que he permitido que causaran heridas dentro. Se incrustaron como cuchillas y ahora quiero quitarlas, aunque es tan difícil... Tan difícil es seguir enfrentándome al dolor. Ahora siento cómo la hoja sale, pero vuelve a ingresar tomándome desprevenida, y el grito que me desgarra logra escucharse tan lejano que me extraña y preocupa el sentirme lejos como para no oírme. Temo estar volviéndome sorda tras quedar aturdida. Temo que todo aquello esté rompiendo mis hilos. Temo que el espacio que me rodea consuma mi voz. Temo que esté consumiéndome a mí... Aprovechándose que estoy débil, me absorbe. Me quita las fuerzas enterrándome bajo tierra, permitiendo que me cubran y me pisen. Se tropiecen y me caigan encima. Lluevan y me humedezcan. Soplen y me arrastren, haciendo que mis uñas arañen el suelo para sujetarse de algo pero lo único que termino consiguiendo sea quedar con uñas rotas, frágiles, sangrando. Y más tierra encima, haciendo que me sienta sucia. Me siento sucia. Estoy aterrada. Mi respiración es demasiado irregular, aún más que antes, y todo me termina aprisionado contra el suelo mientras mi pecho duele y grita exigiéndome aire. No quiero, no quiero, no quiero. No quiero que me toquen, no quiero que se acerquen, no quiero que me rompan. Mamá, ayúdame. Mamá, escúchame. Mamá, ¿dónde estás? Te necesito. Por favor, apártalos. Aparta sus manos, aquellas ásperas y de dedos gruesos. Aparta sus manos, aquellas frías como el hielo y llenas de cortes. Aparta sus manos, aquellas que me toman del cuello y estrujan las palabras que desean subir por mi garganta; aquellas que tiran de mi pelo; aquellas que me llenan de barro y sangre; aquellas que me hieren; aquellas que no me sueltan. Apártalos a ellos antes de que me dejen sin aire. No sé cuándo regresarán, pero mantenlos lejos de mí. Mantenlos lejos de mí. Ellos me destruyen, mamá. ¿Dónde estás? Ellos me gritan, ellos me aplastan, ellos me rompen. No sé quiénes son, aunque aprendí a identificar sus voces. Ellos son siete, mamá. Siempre que sé que se acercan mis pulmones se vacían. E intento inhalar tranquila, recuperar el oxígeno que me arrebatan con cada sacudida, pero no puedo. No puedo, mamá. El miedo me carcome. La desesperación me asfixia. Sus voces graves llaman al pánico. Y entonces mi pecho duele y mi rostro se adormece y lengua se enreda y no puedo gritar pidiéndote ayuda. Me aplasta contra el piso aun cuando deseo incorporarme, arqueo mi espalda y mis piernas se estiran, mis dedos intentan aferrarse a algo pero no hay nada. No hay nada. Por eso te necesito, mamá. Nada más puede ayudarme ahora. Soy yo, y ellos. Soy yo, y los golpes. Soy yo, una herida; y ellos, la cuchilla. Soy yo, sangre; y ellos, la piel. Mírame. Mírame, donde sea que estés, y entiende que te estoy llamando. Escucha que estoy pidiéndolo a gritos. Escucha mi respiración. Mira mi cuerpo temblar. Escucha mi temor. Por favor, mamá. Quítamelos. No he hecho nada malo, juro que no he hecho nada malo, juro que no he hecho nada; ¿por qué se desquitan conmigo? ¿Por qué me deshacen? ¿Por qué me hacen añicos? ¿Por qué parece que disfrutan verme caer a pedazos? Mamá, esto no me gusta. Mamá, llama a alguien que me salve. ¡Mamá, oigo los pasos! ¡Mamá, a la distancia se escuchan murmullos! ¡Mamá, a unos metros hay luces! ¡Mamá, no hay tiempo! Mamá, estoy perdida, mi garganta arde y formó un nudo que no me deja tragar, yo tiemblo como una hoja y me estremezco cuando el viento llega y roza mi piel desnuda, abro mi boca e inhalo y exhalo e inhalo y exhalo y mis ojos se llenan de lágrimas y mis oídos zumban y me queman las heridas. Avanzan más rápido, lo sé, lo presiento, allá vienen. Se llaman en voz alta entre ellos y un lamento se me escapa y lloro, dejando que mis lágrimas tibias bañen mis mejillas sucias y entumecidas. Escucho botas contra el suelo, cada vez avanzando más rápido, y a continuación un grito. No quiero que me toquen, mamá. No quiero que lo hagan. Pero llegan a mí, aunque no llegan ellos a mí. No son sus manos. No son sus voces. No son aquellos tonos fríos y aquellas risas roncas. No me arrastran por el suelo, no me jalan del cabello, no me alzan la mano y golpean para que el horror abandone mi cuerpo. No los veo, juro que no los veo, apenas se abren mis ojos y lo poco que logro ver es demasiado borroso; pero mamá, creo que me encontraron. Mamá, esos brazos me sostienen. Mamá, esas voces intentan tranquilizarme. Mamá, esas manos me cubren abrigándome. Mamá, gracias por llegar.
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Letras silenciosas. © [LP 1.5]
Short Story★ EN CURSO ★ Frases sueltas, poemas, relatos e historias cortas extraídas de cuadernos, archivos y apuntes escritos por Savannah Hart. No es necesario leer "Letras perdidas" antes.