Halime Sultan/Sultana Halime

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24 de junio de 1618

—¡Atencion! —gritó un señor después de que las puertas del palacio se abrieron —¡Su majestad, el Sultan Mustafa Khan!

Miré con atención desde lo alto de la torre y vi como Mustafa salía del palacio.

—Madre —me habló Ayşe.

—¿Sí?

—¿Qué pasará con mis hermanos?

—Ellos serán cerrados en la jaula dorada —respondí. —Tú te encargarás de protegerlos, confío en ti.

—¿Y si la Sultana Halime me manda con mi esposo?

—No lo hará, si pasas más tiempo con tu esposo, te dará poder lo cual no le conviene.

Ella asintió.

—Prometo cuidar de mis hermanos.

—Cuida a Mehmed. Procura que Osman y Mehmed no peleen.

—No te preocupes, madre.

—Confío en ti —le repetí.

—¿Te llevarás a Rabia al viejo palacio? —me preguntó cambiando de tema.

—Sí, también a Mihrimah. Rabia es el gran amor de Mehmed, en este palacio correrá un gran peligro y si Mihrimah se queda, yo no podré dormir con tranquilidad.
















19 de julio de 1618

—Safiye Sultan —hablé llamando su atención, ella dejó de leer quella carta que tenía en sus manos para prestarme atención.

—Kösem... Es un gusto el tenerte aquí —dijo con una sonrisa en su rostro.

¿Cómo no le daría alegría? Yo era la culpable de que ella aún estuviera en el palacio de lágrimas.

Rodé los ojos.

—Debe de entender Sultana Safiye que mi tiempo es oro, así que ¿Para qué me llamó? —le pregunté sin rodeos.

—No entiendo porque tú tiempo aquí sería oro —dijo para después reír —Te llamé porque quería decirte que lamento mucho la muerte de mi adorado nieto, que Allah lo tenga en su gloria.

—Amén —respondí —Aún así, deje su hipocresía de lado, Sultana, después de todo usted fue quien intentó matarlo.

—El pasado es el pasado, aunque como ya sabes; ocurrió lo inevitable. Ahmed esta muerto.

Contuve las lágrimas al recordar a Ahmed, no me creía que Safiye fuera tan seca para esas cosas, sin embargo, recordé que en la historia ella era una mujer fría, tanto que se llegó a decir que ella mandó a matar a los hermanos de su hijo y no él como lo cuentan la mayoría de las personas.

—Eso es cierto —le dije —Afortunadamente no falleció por su mano.

Ella sonrió.

—¿En verdad crees eso? —me preguntó.

La miré con enojo.

Haseki Kösem SultanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora