Capítulo 13.

45 4 0
                                    

—Yo —dije decidida después de unos segundos y me fui directo a la pizza. Tomé un pedazo, y me puse a pensar un poco. ¿Cosas sobre mí? ¿Qué se supone que diría?—. ¿Es esto parte de tu trabajo como mentor? —pregunté con sospecha.

—Mientras estemos fuera de ese lugar, todo esto es real —dijo extendiendo sus brazos.

—Bien... —dije distraída mientras me ponía a pensar—, uhm... número uno. Me encantan las aceitunas negras.

—Eso ya lo sabía —dijo con una sonrisa en el rostro.

—¿Me vas a dejar hablar? —Dije frustrada—. Número dos. Me encanta la pizza —Evan iba a comenzar a hablar, supongo que para decirme que ya lo sabía, pero fui más rápida y seguí hablando—. Y tres, me gustan los hot dogs. Y la coca cola. Y el pescado. Cinco.

—¿Comenzamos por comida, entonces? —dijo alzando una ceja. Tomó un trozo mientras yo comenzaba a comerme el mío, y comenzó a hablar—. Número uno. Me encantan las aceitunas —dijo con una sonrisa burlona.

—Eso ya lo sabía —le devolví el gesto.

Y así se pasó la noche, hablando sólo de nosotros, hasta terminarnos las dos pizzas.

Hablamos sobre lo que nos gustaba hacer, y descubrí que a Evan también le gustaba ir a los zoológicos, a pesar de que los monos lo ignoraran, según lo que dijo. Le gustaba ver series, igual que a mí, y descubrí otra cosa en común: también le gustaba The Walking Dead. Hablamos sobre videojuegos, sobre cuáles nos gustaban y cuáles no, y coincidimos de nuevo en The Walking Dead, Beyond Two Souls y Epic Mickey. Hablamos también de lo frustrados que estábamos por la muerte de Lee. Y por último, pero no menos importante, terminamos hablando sobre libros. Mis queridos y preciados libros.

—¿Y tienes un favorito? —preguntó con la boca llena de pizza.

—Mmm... ¿Harry Potter cuenta? —pregunté alzando una ceja.

—Sí, sí lo hace.

—En un cumpleaños me habían comprado una varita, pero uno de mis primos la rompió. No se salvó de una paliza —dije sonriendo al recordar el suceso.

—A mí me gustan los de suspenso y terror. Hay muchos otros en mi estante. Puedo enseñártelos, si quieres. Uno de mis autores favoritos es Stephen King.

—Yo tenía uno también. Está en casa de mi tía —dije bajando la mirada. No hay segundo que no piense en ella.

—¿Qué te parece si te llevo a su casa y tomas tus cosas?

—No deberíamos estar aquí, ¿y tú ya tienes planes para ir a dar una vuelta por la ciudad? creerán que aún no lo supero y puede que me suban la dosis de medicina al instante que entre con mi nuevo psiquiatra. Mejor así déjalo.

—Mientras yo esté a cargo de ti, haremos lo que desees. Louisiana, no soy nadie para privarte de lo que deseas hacer. No soy nadie para decirte que no hagas algo. Es tu vida, y sí, tal vez sea necesario que lleves reglas sobre medicina o psiquiatras, pero no voy a dejar que te arruinen la vida.

—¿Por qué? —le pregunté —. ¿Por qué me tratas tan bien? has visto de lo que soy capaz. Puedo dañarte como a toda la gente que ha estado cerca de mí. Deberías de alejarte de mí. O mantenerte al margen.

—No lo voy a hacer —dijo—. No lo voy a hacer, porque tú necesitas a alguien que esté contigo para apoyarte. Y yo quiero hacerlo.

Unas de las palabras más desconcertantes que he oído en la vida. ¿Por qué hacía esto? ¿Por qué quería ayudarme? por un instante creí en sus palabras, en verdad creí en ellas. Como un destello de luz en medio de toda esta oscuridad.

Pero así no son las cosas. Fue ahí cuando volví a la realidad. Esto no puede estar pasando, y no lo hará. Porque lo único que sé, es que cuando le abrí mi corazón a alguien, ese alguien lo pisoteó y lo destrozó a su gusto. Y no voy a volver a permitirlo. No de nuevo.

—Pues no es necesario. Y será mejor que nos vayamos ya —contesté finalmente. 

Después de haberme echado a la boca una mitad de chicle que saqué de los bolsillos de la chaqueta, salté del coche por la cajuela y me dirigí a la puerta del auto, pero Evan me tomó del brazo y me dio vuelta hacia su rostro, para finalmente recargarme en la puerta.

—No hagas esto más difícil de lo que ya es. Cree en mí. Por una vez en la vida, cree. ¿Qué es lo que te dice tu mente ahora mismo? Todas esas voces en tu cabeza... ¿Te están diciendo que debes tenerme miedo? —sus ojos no se apartaron en ningún momento de los míos. Su mirada se intensificó tanto, que mi corazón comenzó a latir con locura.

Creo que tengo una respuesta a su pregunta, y eso sería un no. No le tenía miedo. No temía de él. Pero temía de sus acciones. De lo que me pudiera hacer un instante después de haberle entregado mi confianza. Constaba sólo de un instante en el que él pueda usarme y desecharme como la basura que soy.

No lo voy a permitir.

—Louisiana.

Su voz me hizo volver a la realidad, haciendo que me sobresalte. Me había quedado pensando viendo al vacío, otra vez.

—Déjame ayudarte —me insistió con la mirada.

La última vez que dejé que alguien me ayudara, terminé al borde de la muerte. Créanme, no quiero volver a pasar por eso.

Su vista me atrapó al instante, haciéndome verlo directo a sus ojos. Había algo diferente en ellos... como lo anterior dicho, veía algo así como un destello. De esperanza, o de maldad. Aún no lo sabía. Pero había algo en él, en sus acciones y en sus palabras, que me hacían sentir bien. Mis voces me decían que no tenía que tenerle miedo, porque él no nos hará daño. Jamás subestimo a mis voces, pero esta vez tenía que. No podía arriesgarme. Fue ahí cuando volví a la vida meneando un poco la cabeza, y después de tratar de formar una oración coherente, lo único que pude decir fue:

—No te metas en territorio prohibido.

Y me metí al auto, sin voltearlo a ver durante todo el camino al departamento.

Breathless.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora