Ocho meses antes
-Eh tíos dejadla ya -dice el chico rubio angustiado
-No, joder, para algo divertido que hay en clase, no seas aguafiestas -contesta uno del grupo
Se pasan el día metiéndose con Júlia. Ella no les ha hecho nada, nunca. Solo lo hacen porque hace tres años estaba un poco rellenita, y se pasan el día recordándoselo, ahora que está tan delgada.
Yo siempre trato de que la dejen en paz. No soporto ver cómo toda la clase se ensaña con ella. Sus ojos vidriosos. Me superan.
Pero qué me harían a mí si la defiendo. Me encanta que todos me adoren. No sé si sabría aguantar los insultos como ella.
Al principio yo era igual. Cuando estaba gorda yo fui el que más se metió con ella, así me gané el respeto de mi clase. Pero ella empezó a adelgazar. Y se convirtió en una chica preciosa.
Ahora está tan delgada que no entiendo cómo sus piernas soportan el mínimo peso adicional, como la mochila.
Cuando mis amigos van a seguirla por la calle de vuelta a casa, yo voy con ellos. Me gusta. La observo a todas horas y joder, me gusta.
He intentado hablar con ella, pero nunca la dejan en paz. Sé dónde vive pero, ¿me atrevería a hacerle una visita?
Siguen metiéndose con ella y yo les digo que ya basta, porque podría perder su gracia. Ella me mira con desprecio y desconcierto, pero mis amigos (gracias a Dios) me hacen caso.
Mañana, sábado, me pasaré por su casa. No soporto que me mire así. Quiero que sepa todo lo que siento. Quiero que sepa que no está gorda, que sólo lo hacen para hacerla sentirse mal. Que está preciosa.
Es sábado por la mañana, las doce, estoy en su puerta, no sé si llamar. Lo hago.
-Hola, ¿quién eres? -contesta su padre por el telefonillo
Hay una cámara en él, pero supongo que su padre no conoce a los acosadores de su hija. Me pregunto si ni si quiera sabrá lo que sufre.
-Soy... un compañero de Júlia. Vengo a que me explique una cosa de... matemáticas. Habíamos quedado.
-Ah... no ha salido de su habitación todavía. Pero sube, es el cuarto piso.
Me abre y entro. Subo y veo una puerta abierta al fondo. Llevo una bolsa con un ramo de flores para dárselas, son rojas y negras, de los colores que le gustan. Entro a su casa y su padre me recibe con una sonrisa, nos damos un apretón de manos y cierra la puerta.
-¿Cómo te llamas? -me pregunta
-Alex
-Encantado, Alex, yo soy Roberto. Me alegra verte. Mi hija nunca ha traído amigos a casa...
Trago saliva.
-¿Está despierta?
-No lo sé. Ella nunca desayuna, ni almuerza, es muy reservada así que no suele salir de su habitación. Pero si ha quedado contigo, supongo que sí lo estará.
Llegamos a una puerta negra y su padre llama.
-Júlia, cariño, está aquí tu amigo Alex.
No hay respuesta. Me da un vuelco el corazón.
-Júlia, cielo, despierta. -insiste su padre
-Roberto, no importa, puedo volver más tarde
-Oh no, no, igualmente, mira la hora que es... ya debería estar despierta
Vuelve a llamar y no hay respuesta.
-Júlia, vamos a entrar.
Debo poner una cara extraña, porque me dice que esté tranquilo, que ella siempre duerme con pijama de invierno.
Cuando entramos la vemos en la cama. Sangra por la nariz. Tiene un cigarro a medias en la mano. Respira muy lento y bajito. Su corazón va a ritmo de la respiración. Está sudada. Tiene fiebre.
Vemos en la mesa una nota en la que pone 'lo siento'. Al lado hay cajitas de pastillas. Y un libro. El que siempre llevaba a clase.
Se me cae la bolsa del ramo. Su padre grita para que alguien venga.
Y no la volví a ver nunca más.