Dulce y Ágata conversaron durante toda la noche. La agotada anciana le contó su historia para ayudarla a comprender lo que le estaba pasando y conocer así quién era realmente su marido.
Tras años de averiguaciones, la bruja había descubierto que Gastón llevaba más de un siglo robando corazones para burlar a la muerte. Eran su fuente de energía y además mejoraban sus armas de seducción para poder acceder cada vez más fácilmente a sus víctimas.
Había conseguido volverse tan bello y atractivo que su aspecto era insuperable y toda la energía que seguía recolectando a través de nuevos corazones, había ido acumulándose en su montura. De ser un asno corriente, había llegado a ser un animal legendario sobrecargado de magia. Gracias a él llegaba volando a los sitios siempre que se le antojaba y se esfumaba internándose en las nubes, viajando a velocidades imposibles. Formaban un tándem perfecto e inseparable pues se alimentaban el uno al otro con la misma magia.
Dulce estaba absorbiendo demasiada información. Esta nueva realidad era demasiado dura y complicada para asimilarla en una noche. Lo que no podía imaginar era que la visita de Ágata sería tan fugaz como decisiva para salvar su vida.
—Lo primero que debes hacer, hija mía, es encontrar el lugar donde ese brujo maldito guarda tu corazón y liberarlo. Hasta que no consigas recuperarlo no podrás acabar con él. Escúchame bien —le decía la vieja mientras le agarraba el brazo reclamando su atención con vehemencia— debes destruirlo para impedir que siga haciendo daño a nadie más, pero sobre todo, para liberarte de su embrujo. Tú aún eres joven y podrás encontrar un amor verdadero que te merezca realmente. —Mientras decía estas últimas palabras, sus cansados ojos se llenaban de lágrimas, pero su expresión y su voz seguían duras, aleccionadoras.
—Ágata, yo no voy a ser capaz de matarlo. Me temo que todavía no he aprendido a odiar lo suficiente. —Confesó Dulce imaginándose con un arma en la mano, delante de su marido, y temblando de tal forma que la propia arma se le escapaba entre los dedos.
—Créeme, cuando llegue el momento, tendrás la pasión suficiente para hacerlo. Mientras tu pecho siga vacío no podrás entender todo lo que eres capaz de sentir. El amor todo lo puede, incluso el amor propio. —Aseguró la vieja bruja con una convicción contagiosa.
Poco antes del amanecer fueron juntas al almacén de corazones cautivos, con la esperanza de encontrar el de Dulce entre los pocos que quedaban por abrir. Al cabo de un rato, sólo quedaba un último cofre, lo abrieron y tal como anunciaba el nombre grabado en él, su prisionero salió disparado hacia su dueña, Eva. El azar la había devuelto ya a su punto de partida y su corazón no había aparecido.
Ágata no quería malgastar ni un gramo de su ya escasa magia en nada que no fuera la destrucción directa de Gastón, pero entendió que si no la usaba no podrían descubrir jamás el lugar donde se encontraba el tesoro más preciado del nigromante: el puro corazón de Dulce. Así que, habiendo sopesado sus opciones, cogió por sorpresa la mano de la joven, y con su larga uña del dedo índice le hizo un corte del que brotó un hilo de sangre muy fino que empezó a extenderse como el trazado del curso de un río en un mapa. Estaba indicándoles la trayectoria directa hacia el escondite.
Ascendió desde el suelo por la pared y, una vez arriba, recorrió las intrincadas cenefas de flores labradas en la barroca madera del techo. Siguió varios metros hasta que llegó a un punto en el que había una grieta casi imperceptible, una sutil junta que quedó perfectamente dibujada por líneas de sangre.
Dulce cogió la escalera de madera que servía para acceder a los estantes superiores y trepó por ella a toda velocidad. Se encaramó arriba de la estantería y comprobó que, de milagro, llegaba a tocar el techo. Se estiró todo lo que pudo de puntillas y en el momento en que rozó con los dedos el borde de la junta, ésta cedió suavemente a la presión, entreabriéndose lo suficiente para que pudiera sacar sin dificultad una caja de marfil, totalmente blanca, que relucía con un brillo fluorescente al contacto con sus manos.
No cabía duda, ahí dentro estaba cautivo su corazón.
Acarició la tapa sintiendo, bajo las yemas de sus dedos, el delicado grabado con su nombre. En cuanto acertó a abrirla, un resplandor cegador envolvió todo su tembloroso cuerpo, haciéndola levitar sutilmente por el derroche de energía liberada.
Desgraciadamente, mientras Dulce volvía a sentir el cálido y familiar latido de su corazón, Ágata daba su último suspiro. Una conocida daga de oro adornada de rubíes atravesaba mortalmente el suyo.
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La chica que solo podía ver el lado bueno de las personas [Historia corta]
FantasyDulce no lo sabe, pero vive bajo una maldición: no puede desconfiar de nadie. Lucha por ser feliz, hasta que conoce al irresistible Gastón y le ocurre lo peor que podría pasarle, le roba, literalmente, el corazón; y es que algo muy oscuro oculta Ga...