Prólogo

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El ministro lame sus labios, resecos por la ansiedad. Aclara su garganta, un nudo en su estomago se expande a través de sus venas y lo entume.

Se deja guiar por el guardia, en cada paso sus piernas se sienten pesadas, desvía la mirada tratando de aparentar la serenidad que no posee.

Llegan a su destino, un lugar con caminos cenagosos, ni siquiera la magia podía evitar que sus zapatos se undieran en el húmedo y blando lodo, el ministro hace una mueca mientras el guardia sigue caminando inexpresivo; demasiado acostumbrado como para que su rostro demuestre asco. Más allá se alzaba una gran puerta de metal, impecable e impenetrable; que aguarda un secreto mortal en lo mas profundo del ministerio.

-Por favor ministro, no olvide las instrucciones dadas- murmura el hombre que lo acompañaba, los ojos azules le miran con seriedad, el ministro asiente reconociendo la advertencia que le habia dado su antecesor con tanta cautela, justo antes de que le otorgaran su cargo actual.

Sin mas vacilaciones el guardia abrió aquella intimidante puerta y lo dejo entrar.

Respiró profundamente avanzando con lentitud, inhaló con fuerza tratando de calmarse mientras observaba a la criatura atada e inmóvil por largas cadenas oxidadas chisporreantes.

Como si presintiera su presencia le devolvió la mirada.

Y él sonrió, sin felicidad o tristeza. Sus labios se estiraron con simple apatía curiosa.

Sus ojos de la muerte mantenian una indiferencia desdeñosa, acostumbrado a ser tratado como un animal de zoológico, y por eso su aura se rodeaba de desprecio por el mundo externo.

Él puso sus antinaturales orbes brillantes sobre el ministro, y permanecieron ahí, evaluándolo.

Ante aquel verde se sintió como una presa ante el depredador, un criminal ante el jurado, un vil pecador ante Dios, un patético avaricioso ante Merlín. Anhelando de rodillas una condena, una penitencia, un castigo por su atrevimiento. Y solo recibiendo gélida indiferencia.

Retrocedió unos pasos hacia atras, intimidado.

Él parpadea y ladea el rostro hacia un lado, el ministro observa como los salvajes y largos cabellos que alguna vez deslumbraron de gracia se encontraban grasosos e inertes; enmarcando su juvenil rostro.
Las gruesas pestañas oscuras creaban sombras en sus mejillas huecas, a través de ellas lo observaban con fijeza uno de los maleficios prohibidos, como si supieran el efecto que creaban y eso lo divertiese enormemente.

Las ropas que un dia vistió, no eran mas que harapos que colgaban de su piel mugrienta. Se rasgaban en ciertas partes con hilos descosidos, mayormente hechos jirónes.

Como una preciosa criatura en cruel cautiverio.

Las manos del ministro empiezan a sudar ante su lucha interna de la lógica razón con el confuso deseo de acercarse y liberarlo o tan solo consolarlo, pero ¡no podia! ¡era un cruel asesino! ¡alguien que mato a millones de inocentes por sádica diversión! ¿entonces porque se atrevía a lucir tan trágico? ¿tan hermosamente trágico?.

Finalmente el ministro despues de una exhaustiva lucha mental se acercó embelesado y sin ningún tipo de preservación, hipnotizado ante tal belleza mítica, como una polilla al fuego, ignorante de que este no tendrá piedad para quemarla.

Le parecía un niño con aquella expresión, bello e inocente, sin saber el peligro que constantemente lo rodea, acechándolo.
Pero al tenerlo de frente se da cuenta de la oscuridad en sus ojos; que repentinamente parecían abismos, agujeros huecos y avariciosos que devoraban su alrededor, vacios de emocion. Se quitaba el disfraz de oveja para transformarse en el cazador, y con una sonrisa que parecia risueña y un dedo te apuntaba acusador.

-Fue tu culpa, tu quisiste jugar sin saber de que se trataba el juego, ahora corre, porque cuando te alcanze solo podrás añorar el dulce sabor de la libertad, de la vida, de lo que has perdido- te dice con una suave mueca que parecía mas un puchero petulante.

Y sus dulces labios se curvan maliciosamente, observándote con abismos llenos de locura.

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Un agudo grito rompio brutalmente el silencio cotidiano de aquel desolado lugar.

Él guardia maldijo, adentrándose a la gran puerta de aceró que se cerro despues de que entrara a sus aposentos.

Ninguno de los dos volvio a salir de ella.

Lord pesadillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora