Alexander Ackerman

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– ¡Ackerman! ¡Despierta, idiota!

Un golpe en la cabeza fue lo que me despertó bruscamente aquella mañana.

– ¡Ou! –me cubrí la cabeza al instante, sobándole justo donde había sido golpeado. Joder, realmente me dolía. Sin embargo tuve que levantarme y ponerme en posición firme, soltando donde, seguramente, se me formaría un buen chichón. Posicioné mi puño derecho en mi pecho, saludando al sargento frente a mí.

– ¡Durmiendo en el entrenamiento, eh! –Me dijo con el ceño fruncido y voz firme– ¡¿Crees que por el hecho de haber entrado ya a la policía militar estás listo para enfrentarte a cualquier cosa?! ¡¿Que ya puedes hacer lo que quieras?! ¡Hay criminales allá fuera que quieren la cabeza del rey! ¡¿Qué pasará cuando te topes con uno y de ti dependa el salvarle la vida?! ¡¿Crees que si sigues durmiendo tendrás la habilidad de salvar a tu rey?!

– Lo siento, señor –tuve que disculpar firmemente, aunque aquellos gritos que el viejo no dejaba de emitir me aturdían por completo.

– ¡¿Lo sientes?! ¡¿Así te disculparás cuando estés frente al cuerpo muerto del rey, inútil?!

– No, señor. No volveré a dormir, lo juro.

Que cansancio, en verdad no paró de gritar por bastante tiempo, y yo teniendo que aguantarme a cada uno de todos los regaños que aquel hombre alardeaba. No fue hasta que un superior le llamó, cuando por fin dejó de molestar y se fue, aunque claro, no sin antes darme un buen castigo.

Comencé a trotar, tendría que dar diez vueltas a todo el campo de entrenamiento, aunque seguro que caía rendido a la mitad, este lugar era más grande que otros en los que me habían tenido antes, ya hasta me sentía viejo por tener experiencia en cada una de las tropas que habían. Me preguntaba por qué siempre me cambiaban de lugar, tal vez si era en realidad un inútil; darme cuenta de eso realmente me desanimaba, sin embargo mi ideal era no rendirme hasta lograr todos mis objetivos. Quería cuidar de la humanidad, desde donde fuera, acabar con los titanes; o al menos ayudar en ello, aunque tuviese que dar mi vida para ello.

Tomé aire, iba en la mitad de la primera vuelta, realmente era gigante el campo. Aunque al menos no tenía que estar haciendo alguna otra cosa más cansada, como sentadillas o abdominales. Odiaba hacer ese tipo de ejercicio, en verdad. Mientras corría aproveché para ver a mi alrededor, había muchos nuevos al igual que yo; eso era bueno, significaba que cada vez más personas se preocupaban por salir de las murallas, me ponía feliz tal hecho.

Al ir por terminar ya la vuelta, pude visualizar como los veteranos entrenaban, cosa que me fue sumamente sorprendente, se movían tan genial, esa manera de atacar cuerpo a cuerpo, ojalá yo hubiese podido hacer alguna de esas cosas. Seguramente sería derrotado fácilmente por uno de ellos si tuviese un combate cuerpo a cuerpo, o con espadas, como fuese. Terminaría en el suelo, lo tenía muy claro. Sin embargo eso sería solo por el momento, puesto que con entrenamiento pronto los vencería, ya tendría la oportunidad de retar alguno.

Sonreía torpemente, en mi segundo vuelta, cuando escuché un estallido que me hizo estremecer, y fue tal estruendo que el piso me pareció temblar, por lo que pisé mal y terminé tropezando entre mis propios pies; por suerte alcancé a mantener el equilibrio y no caí.

Me detuve y vi hacia atrás, donde no tardó en armarse un gran alboroto. Todos los cadetes se pusieron en guardia y comenzaron a buscar con qué defenderse, al parecer unos bandidos habían volado una de las paredes que rodeaba el campo de entrenamiento. No sabía que los criminales habían encontrado la manera de adueñarse ya de bombas, pues eran bastante difíciles de conseguir; incluso para el ejército, no era nada fácil hacerlas con la precisión adecuada de que explotarían en suficiente tiempo para escapar de ellas, o que si quiera estallaran realmente.

Levi, el Hamlet apasionado~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora