- ¡Eren!

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Tic, tac. Tic, tac.

El sonido de la lluvia era algo raro, seguramente por la gotera que estaba en el techo, haciendo aterrizar gotitas en la cabecera de madera de la cama en que me encontraba recostado. Por más fuerte que la lluvia estaba, no desperté hasta que el agua me aterrizó justo en el rostro –genial, otra gotera que reparar– mojándome la nariz. Eso me hizo cosquillas.

– Hm…–entreabrí los ojos mientras movía la nariz un poco, sacudiéndola un poco. Me enderecé poco a poco, sentándome en la cama mientras me tallaba un ojo con el puño–. Uhn… ¿Eren? –susurré, volteando a ver a mi alrededor mientras trataba de ubicarme en la oscuridad que invadía el cuarto en aquella noche llena de lluvia, mi vista se acoplaba lentamente mientras me estiraba y levantaba para caminar hacia la puerta de la habitación.

No recordaba ni el momento en que me había quedado dormido en la cama, para empezar, ¿en qué momento me había acostado? Solté un suspiro mientras salía del cuarto, lentamente como era mi costumbre, todo estaba oscuro y no se escuchaba nada en aquella cabaña que parecía estar sola; pues yo no producía ni un solo ruido; bajé las escaleras. Escalón a escalón. El chirrido de la madera aplastarse bajo mis pies me molestó, mi defensa se había activado de pronto. ¿Dónde estaba el ruidoso niño que me había traído a casa? Según todo lo que le había tratado era un niño al que le gustaba bastante llamar la atención –por lo menos la mía– y estar siempre en ruido constante, de un lado a otro mientras sonreía. Ahora… ¿dónde estaba? La cabaña no era tan grande como para no escuchar los zapatos del chico sobre la madera vieja, o al menos un ronquido.

¡Ah! ¡Eso! Seguramente el menor estaba dormido. Con más confianza, me encaminé hacia el sofá, pues solo había una habitación en la cabaña y era en la que yo estaba hacia un momento. Me acerqué, listo para sorprenderlo. Incluso imaginé dónde estaba la cabeza del contrario, estiré la mano para tocarla y me agaché. Sin embargo lo único con lo que me topé fue la tela del sofá.

– ¡¿Eren?!

Mi mente se desestabilizó al no ver nada en el sofá. Sentí algo en el pecho atravesándome. Sin pensar en nada, corrí hacia la puerta; las tablas que había colocado para cerrarla estaban en el suelo y la puerta abierta dejaba entrar la fría brisa que atraía agua consigo también. La atravesé corriendo, no sabía ni a donde ir, pero avanzaba rápidamente en dirección al bosque, por el único lugar en el que se podía pasar a caballo. Podía escuchar las pesuñas de los animales en el suelo mojado, se llevaban a mi cachorro. Estaba seguro. Mi navaja ya estaba en mi mano para cuando me di cuenta, notándolo sólo por el corté que me hice en el dedo. Aunque no sentí dolor, mi mente estaba en otro lado.

Por más que corría no encontraba huella de nada. Si bien éstas se borraban con la lluvia, era demasiado pronto para que desaparecieran, y yo seguía escuchando las patas de los caballos cerca.

– ¡EREN! –un gran grito, tan fuerte que apuesto que cualquiera pudo haberlo escuchado a kilómetros, me salió de la garganta haciendo que me quedara algo adolorida por la fuerza. Mis rodillas flaquearon, haciéndome caer en el lodo, comencé a marearme, no podía dejar de ver alrededor en busca de algo. Los sonidos, esos sonidos. ¡¿A dónde se lo llevaban?! – ¡EREN!

El segundo grito consiguió que me aturdiera a mí mismo, comencé a sentir mal el pecho y me llevé una mano a aquél, como si pudiese ayudarlo a calmarse, pero no podía. Estaba completamente empapado, y los relámpagos eran lo único que podían nivelar el sonido de mis gritos. Y las patas de los caballos cabalgando. Traté de levantarme, pero resbalé y caí, golpeándome el rostro. Bien, si no podía levantarme, entonces iba a arrastrarme. Los alcanzaría y los mataría a todos, lo haría, pedazo por pedazo los aniquilaría, sentía la desesperación llenarme por completo, ya estaba comenzando a arrastrarme, cuando escuché la voz del castaño gritar mi nombre.

– ¡Levi-san!

Casi se me sale el corazón al escuchar ese tono de voz suyo que se acercaba a mí de manera rápida. Volví la cabeza para poder ubicarlo entre la noche lluviosa, lo vi aproximarse a mí corriendo.

– Eren… –susurré. Él estaba a salvo. Dejé caer mi cuerpo en el lodo, él estaba bien y nada más me importaba en ese momento más que verlo acercarse a mí.

– Levi-san –se barrió, quedando de rodillas a mi lado mientras tomaba mi hombro para intentar levantarme, no me quedaban energías. Sin embargo tenía que ayudarle. Me levanté poco a poco, con su ayuda, y me pasó un brazo por la cintura para sostenerme fijamente. Le agradecí que lo hiciera, porque seguramente hubiese caído sin esa acción.

Sin decir más comenzó a encaminarme de regreso por donde había corrido, pero al parecer le fastidió un poco mi lentitud, pues se detuvo y me tomó en brazos, comenzando a correr conmigo entre sus brazos. Algo en mi cabeza quiso refutar ante aquella acción, sin embargo no emití sonido alguno, estaba tan feliz de que estuviera bien. Los sonidos en mi cabeza se habían ido, ahora comprendía que esas pesuñas contra el suelo no eran más que la desesperación que me había estado carcomiendo hasta la médula. Mis brazos se pasaron por su cuello, viendo como nos alejábamos del bosque. ¿Cuánto había corrido hasta allá? Ahora entendía la razón de tanto cansancio.

Eren me sujetó bien, me sentí seguro de no caer de sus brazos, y por un momento recordé que así era como yo lo cargaba a él cuando era tan solo un pequeño. Mis labios se entreabrieron mientras tomaba algo de aire, aferrándome un poco más a él. Poco a poco mi delirio iba pasando, ahora podía sentir el dolor de mis rodillas y la lluvia cayendo sobre mi, ya empapado, cuerpo. Tardamos un poco en llegar a la cabaña, debido al gran recorrido que mis piernas habían pasado a gran velocidad sobre el pasto y lodo mezclados.

Al entrar, sentí como subíamos rápidamente las escaleras, y entonces en un momento estuve recostado en cama, comenzando a ser desvestido. En ese momento reaccioné, y de un segundo a otro mi puño aterrizó en el rostro de Eren, haciéndolo tambalearse hacia atrás mientras se cubría con las manos.

– Levi-san –dijo mientras se recargaba en la pared, viéndome con ojos algo llorosos. No pude evitar sentir algo de culpa en ese momento, sin embargo tenía que recuperar mi firme postura. Me enderecé y lo señalé con el dedo índice, acusándolo.

– No intentes escapar de nuevo, o te traeré una vez más de vuelta a rastras –amenacé.

– ¡¿Ah?! –Abrió amplio los labios al emitir el sonido inquiridor– ¡Pero si yo fui el que lo trajo aquí! –dijo mientras se acercaba, pero una patada mía lo alejó, haciéndolo quedar nuevamente contra la pared.

– ¡Cállate! –Lo amenacé nuevamente y él se encogió de hombros– Ya te lo he dicho, no intentes volver a…

– ¡No intenté escapar! –Se atrevió a interrumpirme mientras presionaba los puños– ¡Los caballos morirían si pasarán la noche a la intemperie, fui a cubrirlos!

¿Eh? Fue lo que me cruzó en la cabeza.

– Cuando me di cuenta usted ya estaba en el bosque, ¿cómo es que pudo correr tan rápido? ¿Y por qué gritaba tan desesperado? No parecía que quisiera cazarme sino que… –se calló en ese momento, viendo hacia abajo mientras abría sus ojos algo sorprendido.

Fruncí mi ceño.

– ¿Qué? –Exigí saber lo que pensaba y él elevó la mirada, colocándola en mi rostro mientras abría un poco sus labios,

– ¿Acaso estaba preocupado por mí, Levi-san?

– ¿Eh? ¡Cl-claro que no! –Me levanté de la cama de un salto mientras mi dedo se empeñaba en señalarlo, negando todo– Estúpido perro ocurrente, cómo piensas eso. Yo no estaba preocupado…–solté muchas palabras negatorias, combinadas perfectamente con insulto que a cualquiera hubiesen ofendido. Sin embargo el castaño vio hacia abajo y se sonrojó un poco.

¡Ah! ¿Cómo se atrevía a hacer eso?

Me acerqué y comencé a empujarlo para sacarlo de mi habitación a golpes.

– ¡Sal de aquí!

– ¡Pero, Levi-san, si no se quita esa ropa va a resfriarse! ¡Levi-san!

– Ese será mi problema.

Lo empujé y le cerré la puerta en la cara, recargándome en esta mientras tomaba algo de aire por la boca. Joder. Coloqué una mano en mi pecho, mi corazón estaba acelerado. Pero a diferencia de cuando estaba en bosque, ahora no dolía… era… raro.

Levi, el Hamlet apasionado~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora