Un golpe de... ¿suerte?

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Una de mis manos se pasó por el bolsillo trasero del pantalón caqui que llevaba, asegurándome de que la navaja, que recordaba haber guardado ahí, estuviese lista para cuando quisiera tomarla y cortar el cuello de quien se me pusiera en frente. Suspiré, notando que una de mis botas estaba sucia, por lo que raspé la suela contra la rama del gran árbol en que estaba –amaba el aroma del aire fresco que se percibía desde ahí arriba–, esperando que alguien se hiciese presente en ése camino que observaba fijamente. Ciertamente ya comenzaba a aburrirme de estar ahí como idiota. ¿Acaso el maldito de Erwin me había engañado?

La simple idea me hizo molestar, bufé, pateando el árbol. Yo no era alguien con quien se pudiese jugar, después de todo…

– ¡Auch!

El odioso sonido ese interrumpió mis pensamientos, por lo que bajé la mirada rápidamente. Mierda. Era un maldito miembro de la policía militar. Fruncí el ceño, ¿cómo era que no me había dado cuenta de que se acercaba? Ser sorprendido no era algo que me pasara seguido. Por fortuna mi rapidez era algo que me caracterizaba, pues cuando el idiota volteó yo ya estaba escondido del otro lado del grueso tronco. Me quedé quieto y en silencio mientras él recogía la manzana que le había golpeado en la cabeza al aterrizar –gracias al movimiento brusco que yo mismo había provocado segundos antes–, al parecer casi me descubría por ello.

Le observé por el filo de mi navaja hasta que partió, entonces suspiré, aunque por supuesto no bajé la guardia; vi a los alrededores detenidamente, por si ese muchacho no iba solo. La idea de que Smith me hubiese preparado una emboscada llegó a mi cabeza en ése momento.

Fruncí el ceño, expresando mi disgusto. 

Saqué mi mejor navaja en ese momento, si era una emboscada nada ganaba con seguir esperando como su idiota. Bajé del árbol y me encaminé en dirección a dónde estaba la supuesta casa donde habitaba el hijo del rey. Ciertamente ni siquiera me interesaba lo que pasaría, yo iba con un solo objetivo en la cabeza: aniquilar a todo aquel que se interpusiera en la que sería mi venganza.

        Tras recorrer unos metros vi la cabaña, no era tan lujosa como el castillo pero tampoco se veía para nada humilde. Me acerqué, viendo venir hacia mí varios miembros militares. No tuve problemas en acabar con ellos, resultaron ser más débiles de lo que parecían; además que la banda de Erwin me ayudó con varios de ellos. Ya no sabía de qué lado estaban exactamente, pero no iba detenerlos en su ayuda. Les mantuve bien vigilados.

Pasada la riña, pateé la puerta de la cabaña, dejando caer ésta. Había rastros de gente dentro de manera reciente, eso aclaraba el por qué nadie había recorrido el sendero donde vigilaba.

¿Por dónde huiría alguien que ha sido rodeado y a nadie ha visto salir? Por supuesto, a menos que tuviese un túnel secreto, el único lugar para esconderse era el sótano. Aunque dudaba que lo hubiese en una cabaña en medio del bosque.

Me quedé en silencio, tampoco había tenido tanto tiempo la persona para esconderse perfectamente.

Los ayudantes alemanes entraron en la casa, les señalé algunas habitaciones, que eran pocas. Y bueno, es que solamente vivía ahí el príncipe, o eso sabíamos.

Mientras ellos revisaban, yo seguí ahí, en espera de cualquier pequeño indicio que me llevara hasta donde se encontraba mi víctima. Tal como león esperando que su oveja salga del escondite. Al acecho, di unos pasos por el lugar, entonces sonreí… ¿qué es lo que hace una persona al asustarse y saber que está por ser atacado? Fácil: buscar un arma.

Me encaminé silenciosamente hacia la cocina, parándome en la puerta. Vaya que eran lindas las alacenas, lástima que gracias a esa preciosura encontré a mi presa. Ahí estaba el reflejo de un joven castaño, temblando, aferrado a un cuchillo que tenía sujeto por el mango, con ambas manos. Me relamí los labios por mera reacción satisfactoria de tenerlo ya.

Levi, el Hamlet apasionado~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora