Recuerdos del pasado presente~

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– ¡Levi, apresúrate! Debemos llegar temprano a la casa del doctor Jaeger.

– ¡Sí, papá! ¡Espera! –desesperado, buscaba entre mi baúl de juguetes que tenía a la orilla de la cama, éste estaba algo polviento. Ya debía limpiarlo. Aunque mis cosas no era de buena calidad siempre estaba impecablemente limpias, papá me había enseñado que un hombre respetable siempre estaba presentable en toda ocasión.

Al terminar de sacar varias –muchas– cosas, las agarre entre mis brazos para sostenerlas contra mi pecho, sin embargo éstos eran cortos, no podía con todo. Inflé las mejillas, haciendo un puchero, y tuve que recoger algunas cosas que se me cayeron al dar el primer paso. En ese instante papá llegó y sonrió, viéndome.

– Levi, vamos. No tenemos tiempo –me dijo con la calidez que siempre me trataba.

– Lo sé, papá. Pero necesito llevar esto, no puedo alegrar al niño si no lo llevo –nuevamente mis mejillas estaban infladas. Papá les sacó el aire con un suave pellizco a cada una–. Oye, no hagas eso. Ya estoy grande –dije orgulloso, enderezándome.

– Entonces no tienes que llevar todo eso, un hombre de diecisiete años ya no lo necesita.

– Oh, tenías que recordarme mi edad –fruncí el ceño un poco.

– Lo siento, pero debes saber que ya serás un hombre en poco tiempo. Y ya no te trataré más como mi niño.

– Tsk. Ya no debes hacerlo, te lo he dicho muchas veces…

Vi hacia otro lado, ciertamente yo era uno de esos tipos inmaduros que aún a los diecisiete jugaba diversas cosas con su padre. Tampoco era que me comportara como un niño totalmente, pero si era algo inocente y solía ser mimado por parte de mi padre. Bueno, si así se le podía llamar, pues siempre me daba todo; aunque ese todo no fuera mucho por la situación en que vivíamos, debajo de las murallas. Y yo apenas siendo un chico flacucho y enano no servía de mucho, aunque me molestaba bastante el tener que admitirlo.

– Como digas, mocoso. Vamos –me despeinó los cabellos y yo asentí, sonriendo un poco mientras volvía a tomar los juguetes.

Ya no los usaba, por lo que los regalaría al niño que iríamos a ver. Al parecer tenía días bastante enfermo, y aunque su padre era doctor necesitaba que alguien le ayudara a cuidarlo, creo que tenía varicela, aunque ciertamente no recordaba del todo lo que papá me había dicho antes. Como fuera, ya me había dado eso, así que estaba a salvo; y eso era un milagro, ya que la mayoría de las personas solían morir de esa enfermedad.

Mientras avanzaba detrás de mi padre, me di cuenta de que no era que mis brazos estuviesen cortos, sino que en verdad eran demasiados juguetes los que llevaba para el niño que ni siquiera conocía. Pero eso no importaba, lo que quería era hacer que sintiera mejor, sonreí al imaginar cómo sería que alguien fuera feliz gracias a mí. Papá siempre decía que el sentimiento era maravilloso.

Subimos cada uno a nuestro caballo; yo guardando antes los juguetes en a bolsa que colgaba del costado del animal; y nos dirigimos hacia lo que sería un nuevo día. Ansiaba demasiado ver cómo sería la luz del Sol allá arriba. Ya que aquí siempre era como si no hubiese. Como si la Luna habitara sola, sin su eterno compañero. Suspiré.

– ¿Qué pasa, Levi? –preguntó papa al notarme viendo hacia arriba.

– Eh, nada. Solo quiero salir –musité volteando a ver nuevamente hacia el frente.

– Sabes que tan solo está a unos minutos el salir, ¿por qué tanta ansiedad?

– Eso es porque nunca he salido, ya lo sabes… –susurré.

Levi, el Hamlet apasionado~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora