Capítulo VIII

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[...]

—Creo que estuvo mal...— dijo el muchacho cabizbajo a la vez en que se tiraba con fuerza a sentar en una banca del gimnasio en el que se hallaba, junto con su amigo Gabe Brunai.

El morocho plantó la palma de su mano en su frente decepcionado por la actitud del blader. Le había advertido que algo así sucedería con la chica, que tarde o temprano le lastimaría sus sentimientos sin darse cuenta o dándose. Se cruzó de brazos para quedar viendolo con una ceja arqueada.

—¿Te lo dije o no te lo dije?— habló echándoselo en cara.

El de ojos púrpura alzó su mirada radiando molestia, para luego ponerlos en blanco y volver a bajar la mirada. Odiaba esa parte de él, pero era un gran consejero en sus peores momentos. Tenía que decírselo pronto sino quería que ella quedase con esa cicatriz invisible.

—Tengo que decírselo pronto, ya no lo soporto...— confesó enojado al tiempo en que se incorporaba para largarse de allí sin escuchar ninguna palabra más proviniente del otro blader.

—Sabes que no sabrás que decirle al momento de confesarte— volteó a verlo para observar como detenía su paso para escuchar que más diría.

Hasta ese momento, Gabe no se había equivocado en nada de lo que había dicho. Lamentablemente admiraba eso de él, y a la vez lo aborrecía.

—Te escucho...— dijo a regañadientes al tiempo en que se volteaba para volver a tomar lugar en la banca de antes, frente al moreno.

—La asustaras como siempre que lo haces de improviso, y nunca vas al punto.

Provocó que el de cabellera celeste rodará los ojos y, en la cara de él se dibujara una sonrisa burlona.

Era verdad eso también, más de una vez se había confesado ante ella, pero lo que decía no tenía nada de coherencia, haciendo creer a la chica que estaba hablando de otra cosa. Y que mejor pedir ayuda a alguien que lo conociera desde hace más tiempo.

Volteó a ver a los otros bladers que entrenaban allí, cabizbajo, desde su lugar en el asiento. Como los envidiaba. Deseaba volver a ser como antes, sin sentimiento, rudo y burlón. Cada vez que deseaba que sus sentimientos los volviera a tener bajo control, aparecía ella y daba su mundo de cabeza.

¿Qué no podía hacer ella?

—¿Te sigues burlando o me ayudaras?— dijo ya colmado de molestia para volver su mirada al morocho.

—Ambas opciones me agradan— respondió para volver a sonreír burlón, haciendo que Lui gruñera enojado como un canino.

[...]

Estaba escondida bajo las sábanas de su cama, evitando seguir sollozando. Quería dejar de llorar, pero ese comentario la había afectado. Ya llevaba una hora allí abajo, tomada de sus rodillas y su cabeza oculta entre estas. Sus ojos, aún estando cerrados, estaban hinchados de tanto haber llorado.

Se quitó las sábanas de encima de ella a la vez en que se incorporaba para dirigirse hacia el baño.

Al abrir la puerta, encendió la luz y se vio en el reflejo del espejo. Estaba demacrada. Cerró sus ojos a la par en que bajaba su cabeza y apoyaba sus manos con fuerza sobre esa mesada. Las palabras habían vuelto a su mente con gran facilidad. Necesitaba a su madre. Ella siempre la ayudaba. La extrañaba.

Abrió el grifo y se lavó el rostro. Se lo secó y salió de allí para dirigirse a la cocina a tomar un vaso de agua.

Mientras lo hacía, no podía dejar de mirar su celular que estaba sobre la mesa. Debía hacerlo y no flaquear con la voz. Tomó aire y también el aparato tecnológico. Lo encendió mientras bebía para luego dejar a un lado el vaso, al momento de marcar el número.

Sabía que no debía intentar llamarla una sola vez porque sino entraría directamente al buzón.

Primer llamado. Se dirigió a sentar en el sofá subiendo una de sus pies en éste y lo tomaba con su mano libre. Su vista estaba clavada en el televisor que se encontraba apagado. Su reflejo se veía en él. Podía notar sus ojos aún rojos y su mueca de tristeza, la cual era difícil de ver en ella. Suspiró rendidamente mientras que escuchaba la casilla.

Colgó.

Miró hacia la ventana como esperando algo o alguien. Volteó al celular que estaba entre sus manos. Y volvió a marcar.

Segundo llamado. Se sentó de cabeza en el sofá. Sus cabellos castaños estaban colgando al final de este. Sentía como de a poco su cabeza comenzaba a pesar más y más por la acumulación de sangre en ese punto. Pero lo ignoraba. Sus ojos iban y venían, como la cosa que colgaba de esos relojes que te vuelven locos son su "tik... tak... tik... tak..."

Nuevamente entró al buzón. Colgó.

La tercera siempre era la vencida. Esta vez se recostó en el sillón. Apoyó una de sus manos sobre su vientre, pensativa. ¿Qué le diría? ¿Ella se daría cuenta o tendría que decirle? Se preguntaba.

Alzó su mirada al techo. En ese momento, su mano perdió el agarré del celular de ella, provocando que cayera sobre su cara.

—Agh— se quejó agarrándolo de su rostro.

Ahora lo tomaba con las dos manos por las dudas, y lo dirigió a su pecho.

Debía llamar en esos instantes o dejarlo para más tarde, y tendría que llamar de nuevo las dos veces anteriores. Cerró sus ojos y tocó el botón de llamar.

Tercera llamada. Abrió sus ojos celestes mientras se sentaba y se apoyaba sobre uno de sus brazos, dejando su cabello ligeramente desordenado.

No respondía. Se cruzó de piernas y bajó la cabeza. Rogaba a que le contestará. Debía hablarlo y no guardarlo más. Ella sería a la primera persona que le diría eso.

—¿Hola?— habló su mamá del otro lado de la línea.

Finalmente.

"Han pasado 84 años..."

Lo siento por la tardanza,la inspiración olvidó pasar por ésta historia. Prometo publicar un poco más seguido (espero no hacer como los políticos)

Besos ♥

UN SIMPLE ABRAZO |Lui Shirosagi y tú|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora