Capitulo 1

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La fuerte lluvia se escuchaba chocar contra mi ventana. Pensé que solamente sería una tormenta de primera categoría pero por lo que veía, sería mucho más fuerte. La electricidad se había ido y me encontraba dándole gracias a dios que aunque el sol no era visible al ser opacado por las temerosas nubes grises, mi habitación no estaba completamente oscura.

No me gustaba la oscuridad.

Llevaba rato buscando mi linterna, pero no encontraba ni un puto rastro de ella. Debí hacerle caso a Naomi cuando dijo que tenía que prepararme para la tormenta.

Ella se había ido de viaje hace una semana. La verdad es que la extrañaba mucho. Era mi mejor amiga, no, era mucho más, era mi hermana. Se suponía que llegaría hoy, pero con este clima era imposible, al igual que tratar de comunicarse con ella.

Salí de mi habitación y bajé las escaleras hasta llegar a la sala. Hace unas pocas semanas nos habíamos mudado. La casa era bastante grande y con lujos que nunca en mi vida había imaginado tener, sin embargo, nada de lo que había allí se sentía realmente mío, porque en realidad no lo era. Y mierda, sí, sabía que debía de ser agradecida y lo estoy, pero eso no cambia la verdad. Todo lo que tenía en ese momento se lo debía a ella.

Me percaté que una de las cuantas ventanas que había allí estaba abierta.

Al estar la ventana abierta, chorros de agua entraban  y chocaban contra el precioso suelo, formando un pequeño poso. Con cuidado de no resbalar, cerré la ventana, sequé el piso y empecé a buscar por la jodida linterna una vez más. Abrí todos los gabinetes de la cocina pero no encontré nada. Lo chistoso era que días antes, la había visto una y otras vez en diferentes lugares de la casa. Se que decidí guardarla, solo que no recordaba donde.

Recordé que siempre guardaba una caja de herramientas en mi carro. Puede que no esté ahí dado a que después de todo era una caja de herramientas, no de linternas. ¡Lo que me faltaba! Ahora tendría que salir afuera con esa lluvia. Traté de encontrar una razón para no salir con esas condiciones y claro que las encontré. La primera era que podía morir, la segunda es que si no moría, me lastimaría y la tercera es que si no me lastimaría, me resfriaría.

Pero el simple pensamiento de que la noche se acercaba y que iba a estar sola en la oscuridad me aterró. No estaba preparada para eso y hace mucho tiempo había aceptado que nunca lo estaría.

¡Vamos Angie! Tu puedes. traté de darme ánimos con mi paraguas en mano mientras caminaba hacia la puerta. Ya me había puesto un abrigo impermeable y estaba lista para la batalla, o al menos eso pensé.

Lentamente, abrí la puerta un poco, solo para confirmar si el clima estaba tan mal como se escuchaba. El viento, rápidamente, empujó la puerta con agresividad, esta se abrió de par en par chocando contra la pared. Creo que el ruido del choque entre la puerta y la pared me asustó más que lo que vi afuera.

Hablé demasiado temprano.

Definitivamente no lo hizo.

Agradecí a dios de que por lo menos tenía un paraguas y ese mismo instante al dar 2 pasos afuera, mi paraguas levantó su tela como un gato cuando se siente amenazado y salió volando sin pena alguna.

Lo que había afuera era horrible. Parecía que el cielo descargaba toda su ira contra la tierra. Además del sonido de la lluvia caer, los relámpagos y alarmas de carros eran todo lo que se podía escuchar. Ese olor tan peculiar de tierra mojada inundó mis fosas nasales.

Me tomó mucho cerrar la puerta ya que el viento la hizo cinco veces más pesada. Bajé los cortos escalones tratando de mantener mi equilibrio. Las calles estaban inundadas por lo que al terminarse los escalones, el agua entró en mis zapatos poniéndome los pelos de punta. El agua estaba helada y tuve que pelear las ganas de volver adentro. Me arrepentí de no haber planeado esto con más inteligencia.

Debí haber regresado. Debí entrar y cerrar la puerta sin pensar en lo qué hay del otro lado. Pero lo único que hice fue actuar rápido y correr hacía mi carro que estaba parqueado en el mismo frente. El agua viajaba a rápida velocidad por la calle. La corriente me hizo tambalear de lo potente que estaba corriendo y mientras caminaba, mis pies luchaban con el agua para no dejarse vencer por ella y terminar cayendo. Como pude saqué las llaves de mi bolsillo y abrí el carro. Entre lo más rápido que pude y forcejé con el viento para que me deje cerrar la puerta en paz.

Solo quería una maldita linterna.

Estaba totalmente empapada de pies a cabeza. El gotero que se retiraba de mi melena caía en el cuero del asiento y mis zapatos cargaban por lo menos una libra de agua en cada uno.

Aún sigo viva, eso es bueno. me dije a mi misma, otra vez. Las gotas de agua seguían bajando desde mi cabello hasta mi cuerpo, que también estaba empapado.

Rogué a Dios que mi carro prendiera al día siguiente.

Abrí la caja de herramientas que estaba justo debajo del asiento. Para mi desgracia, no había ni rostro de la linterna. Pero por el otro lado, si había encontrado algunas velas. Eso me calmó un poco pero a la misma vez trataba de contener mi ataque de pánico.

¿Qué clase de loca guarda las velas en su carro en vez de en su casa?

¿Acaso pensaba que iba a ocurrir un corto circuito en el carro y que necesitaba unas velas para poder ver donde manejaba?

Dejé de criticar mi estupidez, entré las tres velas en el bolsillo de mi abrigo y me prepare para salir de allí.

Abrí la puerta lo más rápido que pude. Traté de correr de vuelta a casa pero perece que era mi día de mala suerte ya que tropecé con no sé qué diablos. Caí y la corriente me empujó por la calle, la cual era inclinada. Traté de levantarme y sujetarme de algún objeto pero las calles parecían ríos y la corriente me iba arrastrando a gran velocidad por los contenes.

En ese momento todo pasaba en cámara lenta. Sentí la impotencia. Traté de agarrarme de algunas llantas de los carros pero no tuve éxito. Mis manos resbalaban cada vez que trataba de sujetarme de algo. Mis gritos habían sido silenciados por el dolor.

Estaba adolorida pero no precisamente por el dolor físico. Desde hace mucho sentía que no estaba viviendo. Si, respiraba y podía sentir, hablar y mirar. Veía como todo el mundo seguía adelante siguiendo su rutina diaria, girando, avanzando, mientras yo seguía atascada en el mismo lugar. A veces me sorprendía la cantidad de tiempo que perdía mirando el techo de mi habitación.

Despertar, abrir los ojos y levantarse no eran la misma cosa.

Aún recuerdo esos días. Porque francamente todavía los estaba viviendo. Esos días en los que no me paro de la cama.

Abrir los ojos, mas no levantarme. Mirar el techo pensando en algo que creí saber pero al final del día terminé pensando en nada. Sentir como los rayos del sol iban desvaneciendo. Su calidez iba dejando mi mejilla hasta que solo sentía el frío de la noche. Y sin darme cuenta ahí se había ido mi día. Sin embargo esos días para mi no tenían fin. Nunca existieron pues porque en eso consiste el día ¿no? En levantarte y hacer algo productivo o algo que recordaras. Pero para mí no. Mis días se mezclaban y se convertían en un infinito ciclo hueco.

Ya nada tenía sentido. No tenía a nadie más que a mi mejor amiga. Por ella me había mantenido fuerte, por no defraudarla, por todo lo que hizo por mi.

¿Qué pasaría si simplemente me dejara llevar? Eso fue lo que hice. Me dejé llevar y no luché. Si tendría que morir, entonces que eso sea, total, muerta ya estaba.

Los TormentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora