Capitulo 5

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Se ven hermosas, Doña Francisca le dije a mi vecina mientras admiraba sus hermosos girasoles plantados alrededor de su casa.

Durante los 8 años que tenía viviendo en este vecindario y país, había logrado observar como cada día, a la misma hora, Doña Francisca regaba sus plantas con tanto amor. A pesar de que su edad no le permitía agacharse mucho, ella de alguna manera, con paciencia y dedicación, lograba hacerlo. Era lo único que no olvidaba hacer.

Ella vivía sola en esa casa tan grande. Me había enterado que hace unos años atrás vivía ahí con su esposo, pues ellos habían trabajado mucho para comprar esa casa para los dos. Pero lamentablemente él falleció hace algunos años, su corazón no daba para más. Todas las veces que pasaba por su casa a tomar una taza de té y hacerle compañía, me contaba la misma historia de amor. Ella nunca se volvió a casar y no tenía hijos. Nadie que ella conozca la acompaña o la ayuda en su estado. Algunas veces me pregunto si así terminaré yo.

Si que lo son verdad. las miró con un brillo en sus ojos¿Desea acompañar a esta anciana a tomar una taza de té...? trató de recordar mi nombre. Sabía que nunca podría hacerlo, lo cual siempre me causaba tristeza.

Angélica! y si, amaría tomar el té con usted. sonreí amablemente, ocultando la desilusión de todos mis días.

La acompañé a su casa en donde nos sentamos en unas sillas muy antiguas y lujosas a la vez, al frente de nosotras, una pequeña mesa. La misma rutina de siempre.

¿En verdad le parecieron hermosas mis plantas? preguntó después de tomar un sorbo del té.

Claro que sí, Doña Francisca. Sus plantas llamarían la atención de cualquiera respondí.

¿Cómo sabe mi nombre? ¿Nos conocemos? preguntó un poco confundida.

Yo a usted sí. Usted a mí no verdad y mentira.

Ohh, seguro que sí le conozco, se me hace conocida. me ilusionéEs que con la edad, a veces esto... tocó su cabezafalla un poquito.

Si, lo sé me causaba dolor verla así, aunque esa sea la única versión que he tenido de ella. La otra versión era la que ella me contaba de su vida antes de que la vejez y la enfermedad le cobrara caro. Escuchaba sus historias una y otra vez. Mientras ella las contaba, me imaginaba cada pedazo de ella en mi mente, como si fuera una memoria propia. Nunca me cansaba.

¿Alguna vez te he contado la historia de mi Juan y yo?

Era su turno de hablar. Me contó la historia de ella y su esposo. Esa historia de amor y tristeza que me hacía reflexionar.

Le conté de mí. Lo básico. Ella escuchó como siempre lo hacía. No despegó su mirada de mí ni por un segundo.

Seguíamos hablando de la vida cuando de repente, su mirada se perdió por un segundo y volvió hacia la mía. En ese momento supe lo que había pasado y las lágrimas amenazaron con salir a flote.

Es un gusto conocerte ¿Alguna vez te he contado la historia de mi y mi Juan? preguntó otra vez, solo para confirmar mis sospechas.

La memoria de Doña Francisca se reiniciaba cada 20 minutos. Siempre era la misma rutina. Yo pasaba por su casa y le decía lo bonitas que estaban sus plantas, ella me invitaba a tomar el té y nos conocíamos por milésima vez hasta que ella repite esa pregunta y se olvida de mí y de lo qué pasó hace unos minutos.

Doña Francisca, ya me la ha contado. traté de evitar que mis lágrimas salgan, pestañeando muchas veces.

¿Ya lo hice? trató de recordarLo siento pero no recuerdo me miró. Supe que ya se había dado cuenta que tenía a una extraña en su casa — ¿Quién es usted? ¿Quién le ha dado permiso para entrar en mi hogar? ¡Ayuda! gritó desesperada.

Los TormentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora