Prólogo

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¿Por cuánto tiempo puedes aguantar la respiración? 

¿Cuánto puedes soportar con el sentir de la sangre rugiendo en tus oídos y los pulmones a punto de estallar?

¿Cuántos latidos antes de que la última gota de arena de tu tiempo caiga y la muerte te arrastre?

Entre la oscuridad de la noche, un joven, entre suspiros de exasperación errante, se toma su tiempo intentando mantener la calma, y junto a ella, la cordura. De pie, en una sola baldosa. Sus piernas temblaban levemente; había corrido demasiado como para soportar su inestabilidad. Se detuvo, arrastrando sus zapatos por el pasillo, antes de aterrizar en alguna de las dos puertas de algunas de las entradas de la escuela. Intenta enfocar la mirada a través de la rectangular ventana de la puerta. Antes de dirigir su mirada más allá, ve el sutil reflejo de su rostro; ojeroso, sin gafas, sudoroso y pálido, muerto de miedo. Traga saliva entre su garganta seca. De inmediato, su mirada se empezó a enfocar, pero su vista no es la mejor y veía el exterior con cierta opacidad. Sabe que desde esa puerta se ve la cancha de deportes, y más allá, a una distancia segura, el frondoso bosque; uno oscuro, tenebroso y sangriento, lleno de tantas leyendas, mitos e historias, que resulta extraño que alguna de ellas sea verdad y no una simple locura.

En el paisaje opaco, desde el interior del bosque, luces llameantes de antorchas empiezan a sobresalir, inicialmente una mínima cantidad, pero a los segundos, más luces se añaden  a la oscuridad, de forma tan alarmante y perturbadora, aumentando la tensión en niveles abismales,  tanto que el corazón del joven late desesperado, hasta llegar al punto donde tuvo que cerrar los ojos, aguantar la respiración y desear gritar. Sus manos temblorosas pasan por todo su rostro, al llegar a su cabello, sus ojos se abrieron y ve claramente dos siluetas vestidas de blanco, saliendo de entre los matorrales. Libera el aire. Relaja los músculos, y apoya la mano sobre la puerta...


Recibe con brazos abiertos a la  desesperación y al terror. Recuerda que para el hombre la matanza ha terminado demasiado pronto.  

R. G. Leyder. 

Rumiaciones ObsesivasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora