Parte 3: El afligido comisario del pueblo

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El peso de la sangre, que aún siente en sus manos, lo golpea con la ira de su profunda culpa. Siente impregnado detrás de su piel el olor, la imagen, el dolor, del recuerdo del peso de su pasado. La vergüenza le respira en la nuca, y el miedo con olor a derrota le habla al oído con la voz de su esposa muerta—John...querido, John—su cuerpo se sacudió y por un instante no pudo respirar. El plan de venir a una ciudad pequeña y tranquila no está dando sus frutos

John Ford, en su mejor momento, antes de vivir en Forest Town, tiene otra clase de vida en otra ciudad, una más grande y cerca de los rascacielos. El hedor de la ciudad esta embebido en gasolina mezclada con basura y sueños frustrados. Considerando el sueldo de policía, el tener que cuidar una hija y pagar una hipoteca, John era feliz, no llevaba barba y hacia chistes sarcásticos; era afable, al menos lo era hasta ese día, el día en el que lo perdió todo.

Todo el mes había sido un microondas endemoniado, pero esa mañana, extrañamente, se sentía fresca y el cielo estaba decorado con nubes grises. Los dos estaban despiertos, envueltos en sábanas, agarrados de la mano y con material de lectura; ella, un libro de romance y, el, el periódico. Un cómodo y envidiable momento. Hasta que la alarma sonó.

— ¿Tienes que ir a trabajar hoy? —pregunta ella, acariciando el pecho de John.

— Ojalá pudiera—responde besando cariñosamente el suave semblante de su amada—pero le prometí a Frank hacer su turno mientras cuida a su madre.

— Mi esposo es un estúpido y buen compañero. Tendré que ir de compras yo sola.

En ese instante, su hija entra en la habitación, saltando hacia ellos, gritando--¡buenos dias!¡buenos dias!¡buenos dias!--con animo infantil, pero en vez de quedarse con ellas dos esa mañana, se va al trabajo, sin tener idea o presentimiento de lo que pasara, cegado por la alegria de las dos. Esa tarde, entre una lluvia torrencial, mientras patrullaba, recibió el llamado de unos posibles disparos originado de un encuentro entre dos pandillas. John, acelera, impulsado por un instinto más allá de su obligación laboral. Su corazón empezó a latir como animal atrapado, tal encuentro estaba sucediendo en el estacionamiento del supermercado al cual su esposa va. Dirigido por ese instinto pisa el acelerador con la imagen de su esposa y de su hija en su mente, pero estaba demasiado lejos, no acelero lo suficiente, no se hizo el llamado demasiado pronto, llovió muy tarde, se tardó demasiado el tráfico de la malnacida ciudad. Sin saber que su esfuerzo no pudo detener el destino con un solo final, la muerte.

Cuando pudo llegar, ese "demasiado tarde" lo golpea en el estomago. La ambulancia llego casi al mismo tiempo que él. Frenando a unos metros de un cuerpo arrojado en el inundado estacionamiento. Con el corazón en la mano corre hacia ella, pálida, con dos disparos; uno en el abdomen y otro en la cabeza. El mundo a su alrededor se torno oscuro e inestable. El cuerpo en su brazos lo miraba fijamente y deseo ser el muerto. El inmóvil cuerpo lo desarmo en mil pedazos, llenándolo de ira y pánico. Entre las lágrimas y un único grito de dolor, mira a su alrededor y no nota la presencia de su hija. La luz del supermercado soltó un deleitoso brillo que formo parte de ya oscura alma y cuerpo abatido. La suelta con sufrimiento, y con el peso del agua sobre su cuerpo, corre hasta dentro del supermercado, buscándola, gritando su nombre, cayendo entre dolorosos pasos de realidad, pero ningún rastro de su pequeña hija de cuatro años, simplemente desapareció. A los meses la encuentran muerta, arropada con cartón; murió de hipotermia y de hambre después de la ola de frió que azoto a la ciudad.

El queda solo, dentro de esas cuatro paredes de su oficina en Forest Town. Un solo sonido, el de su respiración. El recuerdo vuelve, trasladándolo a momentos que él no quería llegar a volver a recordar, y por un momento existió la necesidad de un trago, pero uno fuerte, amargo y con hielo, pero sabe un trago no saciara. Ya han pasado cuatro años, y llevas un año sobrio, piénsalo bien, le dice su conciencia. Decaer ahora sería un error, tal vez después de llevar a esas niñas a sus casas. Abre la puerta y empieza a dar pasos al mismo son del sonido de las llaves que cuelgan de su correa, atrás de él un grupo de oficiales que lo esperaban. Se acerca a la camioneta, dispuesto a revisar cada esquina de la pequeña ciudad. Junto a él, más patrullas salen a la búsqueda.

Rumiaciones ObsesivasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora