Parte 7: el baile de las vírgenes

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Su sangre hierve en ira y desesperación. Acorralada en una de las esquinas del infierno. Colocada ahí junto la impotencia más profunda de su ser en cautiverio. Cuando dio en libertad un grito de profana autoría, justo en ese momento, una luz llameante se enciende en el fondo, era la de una vela. Otras tres velas se encienden al instante, luego otras tres, y al segundo otras tres, hasta rodearla. Ella intenta ver sus rostros, pero están cubiertos, convirtiéndolos en sombras siniestras detrás de las débiles llamas de las gruesas velas.

La luz encima de ella se apaga abruptamente, dejando solamente la luminosidad del fuego. Algunos que llevan velas, dan algunos pasos, acerándose con amenazante y malévola tensión. Ella intenta huir de ellos, jalando de las esposas y las cadenas, arrastrando sus piernas por la baldosa y sacudiendo su cuerpo de un lado a otro. Entre su endeble intento forzoso siente una respiración que se acerca más y más a su cuello. Hasta estar segura del aura calurosa de una persona, al tener completamente la inspiración intermitente, una tan cerca que aborda su espacio personal. Amber no se mueve. Sus músculos tiemblan, y su piel se eriza al escuchar el tono agudo y maduro de una mujer que le habla al oído.

- "Es mejor encender una vela que maldecir a la oscuridad"—dice aquella voz a su espalda.

- ¡Enciendan las luces! —agrega esa mujer, con cierto tono perverso, que aún no lleva un rostro.

Quien fuera, obedeció al instante. La luz lleno la habitación. Dentro de las cuatro paredes donde se encuentra, recuerda a una profunda pesadilla por la similitud de una habitación de un manicomio abandonado; acolchonado por todos lados, con un blanco descolorado. La luz la noquea un poco, por lo inesperado de su aparición. Aquellos hombres con las velas, empiezan salir uno a uno por una puerta que todo el tiempo estuvo medio abierta, sus cuerpos desaparecieron en la negrura detrás de la puerta, que es cerrada al instante, esparciendo por las paredes el sonido del pomo girando y de las bisagras acomodándose. Aquel sonido abre un camino para que aquella mujer a su espalda camine, sus pasos son de tacones, unos elegantes y puntiagudos. Llega a quedar pie delante de la tina. En ese momento, Amber, puede ver el rostro de la mujer, uno sutilmente arrugado y sin una pizca de maquillaje sobre su piel blanca. Me parece conocida, piensa al instante. Aquella mujer la observa con una retorcida expresión, lleva una nada sutil peluca de color rojo y un vestido blanco ajustado. Un vestido que deja caer, después de pasar su mano por su espalda y hacer bajar la cremallera, el vestido resulta ser tan ajustado que se ve como empuja para bajarlo por sus piernas. Deja al descubierto su cuerpo desnudo y esbelto. En la mitad de sus senos, se nota un elegante collar plateado, con un signo de interrogación que cuelga de él.

- Ahora las dos estamos desnudas—dice esa mujer con cierta malicia—, aunque no en igualdad de condición—Añade con una sonrisa.

La siniestra mujer suspira pasando su mano por su cintura, preparándose para algo que ha hecho otras veces y cada vez se siente mejor, no por el sacrificio, es por la recompensa. Amber, ya de por sí está confinada en un profundo miedo, y tan solo después de oír las respiraciones, se siente incómoda, y cada vez se hace más claro dónde está.

- ¿Estoy en el infierno? —pregunta Amber, temblado por el frio desnudo que se desliza por su piel.

- No, cariño—responde la mujer con un tono inquietantemente agradable.

Suspira aliviada por esa noticia. Al menos no estoy muerta, piensa con angustia, esperanzada por el milagro que tal vez nunca llegue. Sigue ahí sin saber dónde está.

- Entonces ¿Dónde estoy? ...Por favor, déjeme ir—agrega con lágrimas que recorren su mejilla hasta llegar a su cuello, esperando compasión.

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⏰ Última actualización: Nov 24, 2018 ⏰

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