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Hablemos del apuesto joven Jeon Jungkook: 16 años, guapo, mamadísimo, casanova, adicto al sexo y arrogante.

El joven Jungkook disfrutaba la vida al máximo, aún le quedaban millones de cosas que experimentar, y de todas las que conoce, no dejaría que ninguna se escapara de sus manos. Siempre recalcaba preferir caer de un edificio de 30 metros y morir, a vivir sin disfrutar de su maravillosa, libre y aventurera juventud. Eran los privilegios de tener unos padres sumamente descuidados y adictos al trabajo; era libre sin problemas.

Aunque no era popular en el instituto al que asistía —y cada día se preguntaba por qué si era genialle gustaba seducir a los que si tenían popularidad y tener aventuras llenas de adrenalina y erotismo. Con Jungkook era así, sólo sexo. No tenía ganas de perder su vida enamorándose y sólo tener que centrarse en una persona, demasiado molesto para él.

Mejor tres para no enamorarse de uno, era su estupendo lema de vida, pues estaba seguro que el amor no era más que una pérdida de tiempo. Si quería vivir su juventud, una relación formal no era el camino correcto para él.

Hoseok, su mejor amigo y compañero de desastres, le regañaba constantemente por no cambiar su arrogante y egocéntrica actitud, habían momentos en los que el pelinegro de extensa sonrisa se preguntaba como había terminado siendo el mejor amigo de Jungkook; luego recuerda como Jeon le ofreció tener sexo con él, pero se negó y lo invitó a una paleta de chocolate.

¿Quieres tener sexo conmigo?

No, estoy bien. ¿Quieres una paleta de chocolate?

Está bien.

Cuando lo recordaba, solía reírse demasiado, le había parecido una situación demasiado absurda y fuera de lugar. Pero aunque a veces el castaño lo irritara de sobre manera, agradecía tenerlo, pues como fuera su actitud, Jungkook era un chico de buenos sentimientos, fiel y de positiva actitud. También muy energético y deportista, aunque se negaban a aceptarlo en los clubes de deportes por su desagradable actitud.

—Vaya, pareces un zombie, Jeon —Hoseok se tomó el tiempo para analizar minuciosamente la desorientada y terrible apariencia de Jungkook; su cabello castaño estaba despeinado, tenía grandes ojeras, estaba adormilado y su ropa desordenada.

—No dormí nada bien —respondió con un gran bostezo.

Se frotó los ojos y seguidamente los abrió en grande para intentar verse despierto y no como si no hubiese dormido durante 3 largos días. La cama en la que dormía tampoco ayudaba mucho, era la mierda más incómoda que podía existir. Estúpidos padres tacaños.

—¿Hubó una guerra en tu casa o qué? —sacó un empaque de galletas, tomó una de las esquinas y la rasgó abriendo el empaque en ese corto proceso.

Hoseok era conocido en su vínculo de amistad por ser un semejante desgraciado obsesionado con las galletas saladas. Nadie sabía cómo ni por qué había empezado esa obsesión; pero algo estaba claro, si tocabas sus preciadas galletas saladas sin permiso, morirías.

—La babosa gata de la gorda vecina no paraba de maullar como si estuviera pariendo cien mil gatos— gruñó irritado

El solo pensar en cada uno de los maullidos del animal, le daba un potente dolor de cabeza, y por su puesto, meter al indefenso animal en una jaula y tirarlo al mar. Sí, así de cruel.

—Me planteé si tirarle mi zapato para ver si caía del maldito balcón.

—¿Lo hiciste?

—Sí, pero solo golpeé el parabrisas del auto de papá, y creo que maté un pájaro.

Ligando Al Capitán ❃ [RESUBIENDO - EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora