Capítulo Treinta y Siete

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Estaba más nerviosa y asustada de lo que llega a estar la gente cuando enfrenta su peor pesadilla y empezaba a formular en mi mente mi testamento, que le hubiera dejado a quien. Pero al menos moriría feliz, en los brazos de la persona a la que amaba.

Mis cabellos comenzaron a moverse con velocidad por el viento producido y luego se apaciguaron cuando el carro empezó a transitar en dirección hacía lo alto. Hasta el momento, no había sido la gran cosa, sólo vueltas tenues y velocidad media, pero ahora sabía que iba empezar lo malo, a lo que más le temía: la adrenalina de caer en picada hacia abajo. El corazón se me comenzó a acelerar y parecía eterno el camino; eso era bueno y era malo, porque aunque no quería que cayéramos ya, sabía que entre más se tardara en llegar hasta arriba, más era la altura.

El pánico me invadió por completo cuando me percaté de que faltaban sólo unos pocos metros para la gran curva de la montaña. La respiración se me aceleraba y el pulso me atronaba en los oídos. Entonces, al borde de caer por la estrafalaria bajada, tuve la necesidad de decirla a Finn que lo amaba. Como si fuera a morirme y jamás le viera de nuevo.

—Finn, tengo que decirte algo —farfullé, con la voz temblorosa.

Me miró, sus ojos me abrazaron también.

—Yo...

Los estruendosos gritos me interrumpieron y el movimiento desagradable de mi estómago provocó que cerrara la boca y los ojos con fuerza. El tiempo se me había acabado.

Até mis brazos al cuerpo perfecto de Finn y escondí mi cabeza en su duro pecho, llenándome de ese perfume tan exquisito que me transportaba al paraíso al que deseaba verlo y luego él apretó sus brazos más protegiéndome.

Oía el paso de las llantas del carro sobre el metal que formaba el riel que a toda velocidad iba cayendo, los gritos combinados entre la euforia y el horror de las personas a mi alrededor y... el corazón palpitante en el pecho de Finn, al que mi oído estaba pegado. Sentía que los cabellos se me movían con la velocidad y que tenía el estómago en los pies.

Una y otra y otra vez.

Cuando abrí los ojos es porque dejé de sentir el movimiento exterior, sin embargo, todo se seguía moviendo dentro de mí, la cabeza me daba vueltas y el estómago estaba apretujado en alguna parte de mi abdomen.

—¿Verdad que fue divertido? —la voz de Finn me devolvió un poco la calma.

Le miré, incrédula.

—¿Bromeas? Casi muero estando arriba —farfullé

Él soltó una carcajada y ese sonido hizo de mi caos interno una inquietud. Me ayudó a salir del juego sin soltarme la mano por si acaso caía. Debía admitir que estaba un tanto mareada.

—¿Y ahora? Te toca a ti —me dijo.

—Claro, elijo esa banca de allá —divisé unos cuantos metros una pequeña banca negra y la apunté. Necesitaba sentarme o si no muchos de allí verían la merienda de la tarde.

Él río y me llevó a la banca.

—No fue para tanto —me dijo, sentándose conmigo y entonces soltó mi mano.

—No para ti, pero yo quise morirme allá arriba —llevé ambas manos a la cabeza, apretándola con las yemas de los dedos.

Volvió a reír y su risa era algo de verdad  reconfortante.

—Y, ¿qué ibas a decirme? —preguntó.

—¿Eh? —lo miré, al instante, recordando la confesión que estuve a punto de hacerle.

𝐄𝐥 𝐦𝐚𝐧𝐮𝐚𝐥 𝐝𝐞 𝐥𝐨 𝐩𝐫𝐨𝐡𝐢𝐛𝐢𝐝𝐨 | Fillie | PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora