Capítulo Dieciséis

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—Yo también quiero verlas —anunció Finn, que en todo el rato sólo había estado pendiente de la plática entre Sadie y yo.

—Emm... sí, denme un segundo, ya vengo —me escabullí hasta mi habitación y cerré la puerta tras de mí, sin esperar alguna palabra de alguno de ellos.

Me senté sobre la cama con las piernas cruzadas y tomé el sobre amarillo entre mis manos; saqué de él las fotografías y lo primero en lo que mis ojos se enfocaron fue en el bello rostro que adornaba aquel papel impreso. Finn era tan hermoso, a su manera. Su despampanante sonrisa, deslumbraba perfecta.

Revisé todas las fotografías, una y otra vez.

—Maldición —farfullé.

De las trece fotos que tenía en la mano, sólo tres eran antiestéticas. Tres eran las que no tenían el rostro perfecto de Finn adornando la imagen. El problema era que Sadie había notado el grosor del sobre y llevarle sólo tres fotos resultaba ilógico cuando juntas no hacían ni medio centímetro.

Suspire y tomé las otras diez fotografías para guardalas en el cajón de mi escritorio, debajo de todo el montón de papeles que ya tenía allí. Salí de mi habitación con el trío de fotos en la mano, esperando encontrar alguna otra escena que me hiciera sentir incómoda y deseosa de cubrirme los ojos.

Sadie y Finn hablaban tomados de la mano, él jugaba con sus dedos. Traté de ignorar la irritante punzadita junto a los latidos aplomados de mi corazón.

—Aquí están —las coloqué sobre el pretil de la cocina, en donde ambos estaban.

—¿Sólo tres? —rezongó Sadie.

—Te dije que no eran muy buenas —me encogí de hombros—. Las otras están horribles —mentí, porque a decir verdad, era las más hermosas —Además no tomé muchas.

Allí, Finn pudo haberme desmentido, él sabía cuantas veces había disparado el lente de mi cámara capturando las escenas; pero no dijo nada, sólo observó tranquilo cada una de las fotos sobre el azulejo del pretil.

Decidí cambiar de tema, antes de que alguna objeción por parte de Sadie insistiera.

—¿Sabías que la señora Montórfano tiene un sobrino? —pregunté a mi amiga, mientras que iba al refrigerador por un vaso de leche.

—Sí, Jaeden. ¿Por qué? —inquirío, y me sentí satisfecha de haber logrado el cambio de ruta en la conversación.

—Hoy lo conocí —dije, sirviéndome la leche en el vaso que había tomado de la alacena.

—¿En serio?

—Si, me lo topé esta mañana; es lindo —tomé de mi vaso y pude captar que la mirada de Finn se apartó de las fotografías y se posó curiosa en nosotras, en mí.

Era sábado por la mañana, y yo buscaba de todo por matar el tiempo libre sin Sadie; así que le acepté el café a Jaeden, supuse que era un buen pretexto para burlar las horas.

Jaeden me llevó a un café cerca del departamento en donde me acordé inmediatamente del día en que pasé con Finn, sin embargo, la emoción no era la misma.

—¿Puedo preguntar por qué viniste a Venecia? —me dijo, cuando las chicas nos estaba acomodando nuestras tazas sobre la mesa.

—Bueno, vine primeramente para visitar a Sadie. Y para tomar un descanso de mi vida cotidiana —expliqué, dándole un sorbo a mi café.

El sabor a capuchino vagó por mi boca hasta mi garganta.

—Oh, ¿entonces vives con tus padres? —inquirió.

—No —dije, y salió mucho más seco de lo que esperaba—. Mis padres murieron en un accidente.

—Oh, perdóname, no debí preguntar —su bello rostro de ángel de tornó comprensivo.

—No, no te preocupes.

—¿Sabes? Mis padres también murieron —comenzó a jugar con la taza mientras su mirada se fue profundizando en el líquido oscuro que contenía.

Esperé hasta que él decidiera continuar, pendiente de la siguiente palabra que dijera.

—Bueno, en realidad, sólo mi madre murió cuando me dio a luz a mí. Mi padre, bueno, el hombre que embarazó a mamá; se fue —explicó, su voz tomó un tono agrio.

—Oh —musité.

No sabía que más decir, pero lo entendía muy bien, al menos ambos teníamos algo en común ahora. No teníamos padres.

—¿Desde entonces has vivido con tu tía? —pregunté.

—Si. Mi tía me ha cuidado bastante bien, ha hecho un excelente trabajo por diecinueve años y no podía estarle más agradecido.

Ahí caí en la cuenta de que Jaeden estaba en la gloriosa etapa de las diecinueve primaveras.

—Que linda tu tía —dije, y recordé cuando dije, o más bien pensé, que era toda una vieja amargada.

Él me sonrió y me recordó a la sonrisa de Finn. Si tuviera que comparar, sería bastante difícil darle el puesto número uno a alguien. Pero había una vocecilla en mi cabeza que susurró fugaz el nombre de Finn.

La tarde con Jaeden fue excelente, su forma de ser tan maduro y natural fue lo que resulté admirando, además de su bello rostro delicado, por supuesto. Cuando me di cuenta la hora, fue cuando llegamos al departamento de nuevo. Eran las siete pasadas con quince minutos.

—La pasé muy bien, Jae, muchísimas gracias —dije apenas puse un pie fuera del ascensor, cuando me di cuenta entonces de que la puerta del departamento de Sadie era adornada por un bello ángel de oro. Que mantuvo su mirada sobre nosotros y sus brazos cruzados con indiferencia; siempre tan elegante.

Me sorprendí de ver allí al dueño de la mayor parte de mis pensamientos. Aunque enseguida me retracte de esa idea; Finn no tenía que convertirse en dueño de mi materia gris.

—Cuando repetirlo, estoy más que dispuesto —me dijo, con esa sonrisa bonita sobre su rostro, haciendo que mi mirada se posará de nuevo en Jaeden.

Dirigió luego la mirada a Finn y con un movimiento de cabeza lo saludó. Esté respondió de la misma manera.

—Hasta pronto —Jaeden se acercó y me besó la mejilla.

Pude sentir el cálido y suave contacto de sus labios contra ella, pero mi cabeza seguía funcionando tan perfectamente como antes. Ningún pensamiento interrumpido, ningún atontamiento interno, simplemente nada.

Sin embargo, sí la mirada de Finn sobre el acto.

𝐄𝐥 𝐦𝐚𝐧𝐮𝐚𝐥 𝐝𝐞 𝐥𝐨 𝐩𝐫𝐨𝐡𝐢𝐛𝐢𝐝𝐨 | Fillie | PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora