Capítulo Cincuenta y Siete

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La voz femenina anunció mi vuelo, la hora había llegado. Me paré y caminé para dejar las maletas, luego guardé el boletito en mi bolso. Caminé hasta la fila de personas que guardaban para subir al avión y me formé detrás de la última. Miré hacia atrás, hacía todos lados mientras mordía mi labio inferior; vi a toda la gente, todos los rostros... ¿Qué estaba pensando? Él no vendría. Me volví a girar y caminé lentamente hasta que llegó mi turno, la azafata me revisó el boleto.

—Bon voyage —me sonrió, devolviéndome el boleto.

Di una última mirada alrededor y suspiré. Cerré los ojos y deseé fervientemente que él apareciera, tan sólo para decirme adiós. La gente seguía pasando a mi lado cuando los abrí. Me faltaba magia, porque los rostros que veía, seguían siendo desconocidos.

Resultaba inútil desearlo, esperar que él... por supuesto que no, ¿en qué cabeza cabe? Volví a reírme de mi misma, sin astibo alguno de alegría y caminé hasta el avión.

Me senté en el asiento correspondiente, forrado de azul rey y luego miré por la ventanilla circular. Ningún movimiento fuera del avión me pareció inusual.

Decidí relajarme, ya era demasiado tarde para cualquier cosa, para todo.
Ya nada tenía sentido. Las tripas me rugieron dentro de mi abdomen y hasta ese momento caí en la cuenta de que no había desayunado nada. Esperaría la merienda del avión y me esforzaría en dormir, eran dieciocho horas las que me esperaban de camino y tenía que adaptarme al horario americano.

Una voz femenina se escuchó por todo el avión, primero en italiano, luego en inglés, y por fin en español, para después seguir hablando en otros idiomas.

El avión despegaría en dos minutos. Las ruedas comenzaron a moverse y rodar por el pavimento, el rugido del motor era claramente perceptible. El tiempo se había acabado.

Cerré los ojos, no quería ver como mi corazón se quedaban en ese lugar; pero detrás de mis párpados su rostro apareció y gemí de dolor. Los recuerdos se proyectaron como una película en mi mente mientras el avión se elevaba en el aire. El primer día que llegué, su sonrisa, esos jeans ajustados que usaba esa noche... una lágrima corrió por mi mejilla.

Me removí en el asiento y abrí los ojos para estirarme, había dormido por un buen rato y un relámpago me había despertado. Miré por la ventanilla del avión, surcada por gotas de lluvia, las nubes pasaban escuetas en un cielo completamente oscuro; bajé mi vista, la cuidad vislumbraba con un montón de motas de luz amarilla.

Sentí alivio y a la vez dolor. Por fin había llegado a California, estaba en casa de nuevo; y al comprenderlo, me sentí bastante lejos de mi corazón.

Las luces en la ciudad brillaban con intensidad y desde arriba era bastante hermoso. Por supuesto, era de noche.

Dos horas después, el piloto anunció que aterrizaríamos por fin. Las luces se fueron haciendo más grandes conforme nos acercábamos a Tierra.

Cuando el avión aterrizó, y bajé de éste, supe que ya no había vuelta atrás, todo había acabado; aunque hubiera acabado mal. Fuí por mi maletas y vi la hora en el reloj del aeropuerto de California. Eran las once de la noche con cuarenta minutos. El vuelvo había durado un poco menos de las dieciocho horas.

Salí al exterior, en donde el frío invernal arrasaba de una manera abrasadora y la lluvia caía furiosa sobre la cuidad, obligándome a abotonarme la chaqueta.
Tomé el primer taxi a mi alcance, chorreando por completo cuando la lluvia me alcanzó.

—¿A dónde vamos? —preguntó el taxista, habiendo subido mis maletas azules a su cajuela.

—Broderick —dije, subiendo a la parte trasera del auto amarillo.

𝐄𝐥 𝐦𝐚𝐧𝐮𝐚𝐥 𝐝𝐞 𝐥𝐨 𝐩𝐫𝐨𝐡𝐢𝐛𝐢𝐝𝐨 | Fillie | PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora