C22: Ratas

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Ese lunes desperté, y sabía que debía volver a ir al colegio, pero era la última cosa que quería hacer en el mundo. La semana anterior había sido la peor semana de toda mi vida, y no sabía si esta sería igual, pero debía arriesgarme. Tomé mi celular de la mesa de noche y lo encendí, eran las 6:22 a.m.

Me di cuenta de que Carla me había dejado un mensaje de voz el día anterior y tenía un par de llamadas perdidas suyas. Había pasado tanto tiempo con mamá el fin de semana, que había olvidado revisar mi teléfono.

—Bradley, llámame en cuanto escuches esto —dijo algo nerviosa —, tengo que decirte algo muy importante.

Me alarmé, porque no era normal que Carla me dejara un mensaje de voz de ese tipo. Traté de marcarle, pero su celular estaba apagado.

—Qué extraño.

Salí de mi habitación y toda la casa estaba completamente en silencio, lo único que podía escuchar era a algunas aves silbando afuera de la ventana. Caminé hasta el refrigerador para tomar agua y noté que tenía una nota pegada con cinta adhesiva.

Salí a hacer algo importante, hablaremos cuando vuelvas del colegio.

Postdata: Te dejé diez dólares arriba del refri para que desayunes —Mamá.

Abrí el refrigerador y me serví un vaso de agua. Tomé los diez dólares y me senté en la mesa de la cocina. Qué extraño se me hacía que mamá madrugase para salir a la calle.

Tomé un gran trago de agua y dejé el vaso encima del portavaso. Me pasó por la mente no ir al colegio y quedarme en casa, sólo porque mamá no lo sabría, y eso haría. Tomé otro gran trago y me levanté de la mesa.

—Seguiré durmiendo.

Caminé hasta la cocina y dejé el vaso sobre el lavavajillas averiado. Luego escuché sonar un claxon afuera de mi casa. Pensé que seguro debían ser Carla y su padre, que habían venido por mí para darme un aventón al colegio, pero era demasiado temprano para eso. Corrí hasta la puerta y asomé el ojo por la mirilla. No era el auto del señor Thompson, era un pequeño auto color rojo intenso. Volvió a sonar el claxon repetidas veces.

—¿Quién mierda es?

Abrí la puerta y di un par de pasos afuera. El conductor bajó la ventana y me esforcé por mirar quien era lo antes posible. Y era papá, quien asomó su cabeza por la ventana, me sonrió y volvió a sonar el claxon.

—¿Papá? ¿De dónde sacaste ese auto?

—¡Sube y te lo explicaré todo! —gritó por encima del ruido del motor —. Te daré un aventón al colegio.

—No, sigo en pijamas. ¿Por qué mejor no bajas del auto y hablamos adentro?

—No haré eso, ya sabes por qué.

—Vamos, mamá no está en casa, me dejó una nota diciendo que volvería tarde.

—¿A dónde fue?

—Papá, sólo baja del auto.

Suspiró y apagó el motor del auto, luego bajó de él y caminó hasta la entrada de la casa. Me rodeó con su brazo y despeinó mi cabello. Entramos a la casa y nos sentamos en el sofá. Me alegraba volver a verle la cara a papá, pero moría porque contestara todas mis preguntas.

—Bien, ¿dónde has estado?

Meneó la cabeza y se acomodó en el sofá.

—Eso no importa, Bradley. ¿Cómo han estado tú y tu madre?

¿Por qué, Adam?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora