II. Galletas y chocolate.

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Con la yema de sus dedos cubiertos por la tela de sus guantes de cuero, toca su nariz solo para comprobar que sigue ahí. La brisa invernal le provocaba escalofríos. Sus dientes tintineaban.

Invierno. Parecía que todas las cosas importantes sucedían en esa estación.

El accidente había dejado a decenas de personas heridas, pero la cantidad era pequeña comparada con los pobres infortunado que murieron.

Era lamentable incluso para Grell, que no solía compadecerse de nadie a menos que se tratara de niños demasiado pequeños como para haber siquiera experimentado las grandes cosas de la vida.

Y William, él no dijo nada. Jamás decía nada, se encargaba de que todas las frases que salieran de su boca fueran meramente profesionales, pero Grell podía verlo. El dolor en sus ojos, los hombros tensos, sus labios formando una fina línea.

Tal vez era el único en notarlo, ninguno de sus compañeros hacía comentarios al respecto, todos estaban sumidos en su propia angustia.

De pie sobre un tejado, Grell se encarga de inspeccionar las facciones de su amigo mientras que este tiene la mirada fija en el horizonte. Las llamas se reflejan en su piel pálida.

Permanecen en el mismo lugar hasta que los diminutos copos de nieve se empiezan a acumular en sus hombros y en su cabello, avanzan en tándem por las calles y se desvían de su camino original para llegar a alguna pequeña y escondida cafetería.

Eligen lugares frente a la barra del establecimiento. Sus rodillas se rozan. Están demasiado cerca y Grell puede jurar que siente los músculos de William relajarse a pesar de que, cuando los silencios se vuelven demasiado largos, su entrecejo forma una pequeña "V" y el pelirrojo casi puede oír los engranajes de su amigo trabajar en analizar su último caso.

Se desarrolla una charla ligera sobre el clima y los últimos sucesos en la ciudad, evitando cuidadosamente el accidente de hoy.

El tiempo les había hecho eso, ahora podían compartir el tiempo juntos como buenos amigos sin necesidad de recordar qué tan terribles habían sido uno con el otro en el pasado, y Grell estaba bien con eso.

Comen galletas y beben sus chocolates calientes. Grell observa mientras los labios ajenos hacen contacto con el líquido; William era más de café, pero su ánimo este día requería de algo diferente.

La campana de la puerta suena, el aire frío del exterior entra. Ambos se estremecen.

Ambos ríen por algo tonto que dice Grell y, una vez más, el silencio se alarga más de lo necesario. Sus ojos se encuentran, se vuelve una batalla de miradas que finalmente pierde William cuando desvía la mirada unos centímetros hacia el sur.

Entonces la respiración de Grell se detiene, William había estado haciendo eso toda la tarde.

—¿Cuántas veces tengo que mirar tu boca para que sepas que quiero besarte?

Si tan solo... || GrelliamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora