¿Qué hay de malo en ser demasiado servicial, estar siempre dispuesta a echar una manita?
Eso, que te encuentras con desaprensivos que te exprimirán como un limón.
Marina tiene ese problema y para colmo se topa con Adela que peca de lo mismo, añadida su encarnizada lucha contra los kilos de más. La gente y sus necesidades, siempre por delante de ellas mismas. Incapaces de decir NO.
¿Conseguirán estas chicas espabilar y abrirle una puerta al amor que llama con insistencia?
A todas las personas a quienes decir NO, alto y claro, les cuesta un mundo.
Pesemos que a veces es necesario y que igual que existe la palabra SÍ, existe el NO:
Para llenarla de significado, sin sentirnos culpables.
INDICE
1.- A la porra el curro
2.- El formulario
3.- Al fin, una oportunidad
4.- Un saco de buenos consejos
5.- Al rico mojito
6.- Trece Rúe del Percebe
7.- Un elfo rubio y otro malvado
8.- A tortas por el guapo de la ofi
9.- Primeros tanteos
10.- Se desentierra el hacha de guerra
11.- Fuera de juego: gracias, prima
12.- Todo, todo se embrolla
13.- Una proposición de matrimonio
14.- Se descubre el pastel
15.- Aceptamos “estoteloapañoyo.com” como mascota y mote
1. — A la porra el curro
No hay que ser mala. No hay que pensar abominaciones, ni reírse de la gente, porque si lo haces, va Dios y te castiga. No hay que ser engreída, ni dejarse llevar por la prepotencia o por la soberbia, lo segundo es pecado mortal de los gordos y conlleva una penitencia terrible. Para muestra un botón.
Mira que me lo ha repetido veces mi madre. Mira que lo he escuchado de boca del cura de mi pueblo. Mira que se lo he inculcado yo misma a mis primas pequeñas… Pero te pilla el día tonto y metes la gamba; te dejas llevar y entonces es cuando se desencadena la catástrofe ya que todos nuestros actos tienen consecuencias. Y si no te lo quieres creer, escucha, escucha, porque una entrevista de trabajo es una entrevista de trabajo, allí es donde yo dirigía mis pasos y no se puede distraer la mente.
Pensé que la mujer más fea que había visto en mi vida, era la que cruzaba el paso de peatones por delante de mi cochecito detenido. Era como uno de esos garabatos del homo no se qué, pero sin duda muy anterior al sapiens, con el cuello larguirucho y enclenque, una cabeza demasiado grande vencida hacia delante (pobres cervicales, imaginé con dolor), arrastrando unos pies enormes y con unos brazos anormalmente largos, adelantados, corriendo más que el maltrecho cuerpo. Con tamaña tarjeta de presentación, lo de menos eran los ojos saltones de besugo y la mueca torcida de la boca.
Ya ves… Yo que jamás pienso mal de nadie… Me pasé tres pueblos. Rumiar aquella sarta de infames improperios, me llevó menos de un segundo. Y arrepentirme y sentirme un monstruo de maldad, me tomó unos tres. Cosas del ego. Y aquí dio comienzo la maldición.
Vale, fui cruel al juzgarla tan objetivamente, pero no era como para castigarme el cielo, digo yo. Pues sí. El encuentro tuvo dramáticas secuelas: después del susto que me propinó la buena mujer, me distraje de tal forma, que recorrí los ciento y pico números de la calle, saltándome todos los aparcamientos que el destino había previsto para mí aquella mañana.
—¡Mierda! —se me escapó sin poderlo remediar. Es que últimamente trato de no soltar tantos tacos, que me he dejado llevar de un modo...
Llegué hasta el fondo de la avenida, rodeé la fuente con su rotonda y volví a descender en sentido contrario. ¡Maldición! Todos los huecos estaban justo enfrente… adonde no podía llegar sin perder hasta el último punto de mi carnet y los de todos mis conocidos.
Gracias a Dios, un mini de segunda mano cabe en cualquier agujero y finalmente logré introducirlo casi de canto, entre dos señales de prohibido aparcar. Supuse que una con la flecha mirando a la derecha y otra mirando a la izquierda, dejaban el pequeño hueco en el que yo acababa de acoplarme, a salvo de multas. Recé porque así fuese, cuando accioné la cerradura y cerré. Nada más bajarme, me atusé el flequillo.
—Yo soy muy moderna, soy muy moderna, soy muy moderna —me repetí hasta marearme.
La leche de moderna, añadiría, desde que decidí cambiar y empecé a inspirarme en mi amiga Cayetana. En cuanto vi el nuevo flequillazo de Kate Moss y los comentarios en los blogs, me faltó tiempo para correr a la peluquería y requerirlo con urgencia. No dudaba que se pondría de moda entre las celebrities y entre los pobres mortales, yo tenía que ser pionera en lucirlo. A la peluquera, que le pareció un poco más largo de la cuenta, todas las pegas le parecían pocas. ¡Pero qué pesada! ¿Qué parte de “el cliente siempre tiene la razón” no ha entendido esta mujer? Ya de entrada, que acabe con las tijeras porque no pienso volver.
Pues bien. Transcurrida una semana y siendo honesta, completamente sincera, va a ser que tenía razón: el puñetero pelo del flequillo se me estaba colando en los ojos y me tenía loca. Llevaba soplando para levantarlo, el mismo tiempo que llevaba conduciendo. Y en un Madrid a hora punta, te aseguro que es mucho. Demasiado. Me estiré todo lo que pude, respiré hondo para llenar mis pulmones y purificar mi karma e insistí en doblar las puntas del flequillo, a ver si con un poco de suerte se me quedaba enganchado en las cejas y no volvía a violarme los ojos en un rato.
Continuará...