Serie: mujeres de hoy (5ª novela)

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—¿Felicia? ¿Con lo preciosa que es? —Parece que lo logré, porque en sus ojos divisé una chispita.

—Si es que no hace falta ser un loro para que te hagan papilla, nos toca a todas. Altas, bajas, rubias, morenas… —recité mi letanía. Qué gracia me hago. Me escucho y hablo como una tía con la autoestima bien alta. Cuando se trata de animar a otros, me salgo. Cuando se trata de recompensarme a mí misma, me endiño un buen mamporro contra la primera pared disponible y tan contenta—. Yo por ejemplo, hace siglos que no tengo una relación decente; a cambio tengo una gata que se llama Berta —proseguí alegremente. Era día de confesiones.  Acabábamos de terminar con una torre de facturas detalladas y andábamos ordenándolas para pasarlas a archivo. Yo me aseguraba de que todas llevaran su sellito.

—Qué casualidad —rió Adela—. Mi mascota es un gato y se llama Collin Farrell.

—Menudo nombre —silbé—. Podemos presentarlos a ver si se gustan y… —hice un gesto significativo con los índices de las dos manos— los juntamos, ya sabes.

—Cualquier día, vente a merendar a casa…

—No, te vienes tú a merendar a la mía y te traes a Collin, veremos qué tales migas hacen. Eso, suponiendo que siga teniendo casa porque pueda seguir pagando la hipoteca. —Bajé la voz. De más sé, que las paredes oyen—. Con el sueldo de aquí apenas me llega.

—Qué barbaridad, qué esclavitud.

—Toda la vida trabajando para pagar.

—Yo vivo de alquiler —desveló Adela—. Tengo un pisito coqueto cerca de La Latina, me encanta esa zona. Hasta ahora vivía sola pero con la crisis y lo que ha subido todo ando más que justa, así que he puesto un anuncio en el periódico para compartir. Como me sobra una habitación…

—¿Pero y si a Roberto le da por volver? —pregunté con el corazón en un puño. De sobras sabía que Adela le daría una patada en el culo a su compañera de piso y la tiraría por la terraza, si eso ocurría.

—No sé si tal cosa sea posible. —Se ruborizó hasta la raíz del pelo—. En cualquier caso, tengo cama de matrimonio.

—Genial. Pues entonces además, te ganas compañía —claudiqué.

Pues a ella de repente, no le parecía tan maravilloso. Caramba, si la idea no era mía…

—No te creas, esa parte no me hace especial ilusión, yo vivo fenomenalmente bien con Collin. A saber quién se presenta y con qué manías. Ya sabes lo complicada que es la gente…

—No quiero ser cenizas, pero igual acabas con ganas de meterle fuego al apartamento con la inquilina dentro. —Se quedó pensativa—. ¿Te has parado a pensar en lo absurdo de nuestras vidas?

Me lanzó una tierna mirada de incomprensión. Acudí en su ayuda.

—Que tiene razón mi amiga Felicia. Nos venden la moto de que hay que adquirir vivienda propia y todo eso y picamos como chinos: pasamos más de la mitad de nuestra vida trabajando… ¿Sabes para qué?

—Para pagar la casa, supongo. La que yo aún no tengo.

—¡No! —casi aullé—. Trabajando para los bancos. Tú aún no has caído, por eso conservas tu libertad. Pero yo le vendí mi alma al diablo y eso no tiene marcha atrás. Estoy perdida. Y con un cartel de “se vende” en el parabrisas de mi mini, que pronto cambiaré por el de “se regala, hagan el favor de llevárselo”.

Nos quedamos las dos ensimismadas con las manos rebosando recibos y facturas. Adela fue más ágil que yo en reaccionar; me envolvía el cruel pesimismo.

—Bueno, estás mejor que cuando cobrabas el desempleo y cuando la jefa conozca tus méritos, te va a nombrar asistenta directa de su persona.

No le recordé que era la jefa misma quien me había entrevistado y que ya se sabía de corrido todos mis masters, seminarios y calificaciones, que por cierto, le habían importado un pimiento. No se lo dije por no desilusionarla.

—Cierto, parece que las cosas empiezan a enderezarse —comenté.

—Vamos, que como alquile, nos vamos de comilona. —Ahí fue el punto donde explotó su emoción.

La miré fijo y lo más críticamente que pude.

—Mujer, para celebrarlo… —Agachó la cabeza avergonzada.

—Y ¿qué te parecería si cenáramos juntas hoy mismo?

—¿Hoy?

—¿Para qué esperar? Tengo fichado un japonés ahí en las esquina, con una pinta fabulosa.

Adela contrajo el gesto.

—Debe ser caro, caro.

—Nos pegamos un homenaje, invito yo, después de tantos meses sin blanca. Me apetece brindar por las compañeras de oficina increíbles como tú —añadí recordando su emotivo diario.

No dijo nada, pero se puso como una cereza.

Continuará...

Esto te lo apaño yo.com (personas que no saben decir "NO")Donde viven las historias. Descúbrelo ahora