primeros capítulos

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Me condujo a una salita de espera repleta de revistas de economía, con dos sofás de cuero marrón que aromatizaban el ambiente. La decoración del despacho era clásica y oscura pero rezumaba clase. Allí debían cobrar lo menos quinientos euros mensuales por llevarte los impuestos. Perfecto. Justo el puesto de trabajo que andaba buscando la nueva Marina en esta nueva etapa de su vida.

No me dio tiempo a sentarme siquiera. La caricatura de Morticia Adams con moño, apareció en la puerta y me ordenó:

—Sígame.

—Enseguida. —Salté de donde estaba y la obedecí como un corderito.

Empezábamos mal. El señor Casas tenía casi setenta años y me midió de pies a cabeza, con la misma mala cara de su secretaria. Eso sí, se puso respetuosamente en pie, me estrechó la mano haciendo ligero ademán de besarla, cosa que me subió los colores y me señaló una silla tapizada en brocado, con un gesto de la cabeza. Para cuando logré encontrar el asiento y acomodar el trasero, las piernas me temblaban como flanes.

—¿Y bien? ¿En qué puedo ayudarla, señorita?  —me sorprendió.

—Soy Marina Valdemorillos —traté de orientarlo—. Teníamos una cita concertada, soy economista. —El hombre seguía mudo y observándome—. Estaba interesada en el puesto de trabajo que ofertaban…

—Ya sé a qué se refiere. —Masticó las palabras. Tenía una voz grave y agotada—. ¿La manda alguna agencia?

—Pues la verdad es que no. Vi el anuncio en el periódico… —Me interrumpí cuando advertí que torcía el gesto.

—Nosotros no hacemos esas cosas. —¿No hacían qué? ¿No ponían anuncios? ¿No leían el periódico?

—Es probable que alguna de las agencias con las que ustedes cuentan, hayan optado por este método… —traté de justificar.

—Pero no la han llamado para un filtro previo. —Era una afirmación, no una pregunta—. ¿Me permite el periódico? ¿Lo trae con usted?

Afortunadamente sí. Por fin podía ofrecerle al buen señor, algo de su agrado, pues toda yo parecía desconcertarlo y ponerlo de mal humor. Por unos segundos, tuve un atisbo de esperanza. Él pulsó una tecla del teléfono y la bruja le respondió a través del comunicador.

—Leocadia, pase un momento, se lo ruego.

—Sí señor Casas, cómo no —respondió ella con automatismo.

La mujer brotó de las sombras como un champiñón en otoño.

—Tome este periódico. Averigüe quien puso el anuncio ofreciendo el empleo y si es una de nuestras agencias, hágamelo saber.

—Por supuesto, señor Casas. —Me echó de reojo, una mirada triunfante. Parecía que adivinara que su jefe me pondría de patitas en la calle en cero coma dos segundos.

—Bien señorita…

—Valdemorillos ­—lo socorrí presta. Para no ser menos que su Leocadia.

—Sí, eso, señorita Valdemorillos. Efectivamente, buscamos un nuevo economista que se incorpore al equipo y de manera urgente además…

—Este es mi currículo. —En un alarde de atrevimiento le colé los papeles delante de la nariz. Con mucha parsimonia se hizo con sus gafas y se las caló, dejándome allí como una tonta, con la mano extendida. Luego con un suspiro, aceptó coger los documentos—. Espero que lo encuentre satisfactorio.

Me dio la impresión de que paseaba un ojo por encima y lo hizo a un lado.

—Sí, no me cabe duda de que lo es —¿Tan rápido? Era imposible que en tan breve repaso hubiese pasado de las dos primeras líneas. Por mucho interés que tuviera, cosa que dudaba.

Esto te lo apaño yo.com (personas que no saben decir "NO")Donde viven las historias. Descúbrelo ahora