Serie: Mujeres de hoy (5ª novela)

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Me tomé mis buenos diez minutos hasta notarme más tranquila. Nadie vino a interrumpirme en ese tiempo. Volví a enfrentarme al espejo, me mojé la cara con un poco de agua helada y abrí la puerta. A pesar de la pesadilla anterior, desde allí, la sala parecía inofensiva. Por si acaso, la crucé a la carrera sin mirar a nadie, aunque podía sentir los ojos de todos fijos en mi trasero. Ni tropecé ni me caí y en un par de minutos estuve de vuelta en la salita, donde la recepcionista me esperaba bastante agobiada.

—¿Se encuentra mejor? —quiso saber impaciente.

—Sí, eso creo —logré decir, de algún modo que ya he olvidado.

—Bien, pues sea tan amable de rellenar el formulario, no tengo toda la tarde. El puesto de recepción no puede quedarse solo tanto tiempo. —Su tono era cortante y había perdido el dulzor. La miré abiertamente con los ojos desencajados, sin mover ni un dedo—. ¿No me ha oído?

—Los de ahí fuera me han mirado —acusé con el tono de una parvulita.

La tetona me midió de arriba abajo y compuso una mueca extraña.

—No me extraña —comentó tan sólo.

—¿Y eso por qué?

Se desentendió de mi pregunta con un meneo airado de cabeza.

—Mire señorita, voy a meterme en problemas si continúo charlando aquí con usted. Tengo que volver a mi mostrador. Sea tan amable y rellene el formulario…

Aquello me convenció definitivamente de que ella también estaba en el ajo. Demasiadas coincidencias misteriosas. Entorné los ojos prudente, hasta convertirlos en dos rendijas.

—Usted sabe por qué me miraban así —la hostigué.

—¿Yo? —Se encogió de hombros—. No tengo ni la menor idea. —¡Ah, pero se sonrió la muy ladina!

—Sí, usted lo sabe, pero no me lo quiere decir —alcé la voz más de la cuenta. Noté por sus gestos, que la había molestado.

—El formulario… —volvió erre que erre.

Perdí los papeles. Barrí la mesa y tiré por el aire el puñetero formulario, que voló hasta posarse mansamente en una esquina. Acorté distancias y le metí un dedo entre las cejas. Hubiera jurado que se asustó de verdad.

—¡Dígamelo! ¡Dígamelo! ¡Necesito saberlo para seguir viviendo! ¿No lo comprende? ¡No puedo respirar cuando la gente me mira de ese modo pero no sé por qué lo hacen! ¡A la mierda el formulario!

La recepcionista reculó y se puso a salvo a varios metros de distancia. Estaba lívida y yo le inspiraba algo muy cercano al terror.

—Márchese, por favor. Márchese, la acompaño.

—¿No me lo va a decir? —lloriqueé viniéndome abajo después de la inexplicable explosión.

—Necesita descansar, antes se ha descompuesto mucho. A lo mejor está incubando algún virus. —Se acercó lentamente y me puso un brazo sobre los hombros, solo cuando se convenció de que no le mordería—. ¿Quién sabe? Con tanta polución… Ande, venga conmigo. En su casa podrá reponerse.

Me dejé llevar con blandura. De repente las piernas eran como gelatina sin cuajar. Ella me empujaba sutil, pero loca por perderme de vista.

—Es que el formulario… —gemí al borde del desmayo.

—¡Huy, no se preocupe por eso! —Me llevó hasta la puerta y la abrió sin contemplaciones—. Habrá más ocasiones, más días, más formularios… Buenas tardes y que se mejore.

Empellón en la espalda y me cerró el tablón en las narices. Yo quedé en el descansillo contemplando la mirilla de la puerta como una estúpida, como si esperase que un ser humano volviera a sustituir a la madera. No lograba entender nada de lo que me había sucedido. Tenía una piedra alojada en la garganta y la cabeza parecía a punto de rajarse por la mitad, igual que un huevo. Me dejé caer en los escalones y lloré amargamente durante unos siete minutos. Después del desahogo, llamé por teléfono a Cayetana de Ojeda. Mi más mejor amiga.

Su voz me saludó desde el contestador.

—Habla con Cayetana de Ojeda. En este momento me encuentro en el gim. No estaré disponible hasta las ocho pero puede dejar un mensaje.

Biiiiiiip.

—Cayeeeee. —Me sorbí los mocos mezclados con lágrimas—. Avísame cuando estés disponible. Voy a verte corriendo.

Pasó lo peor que podía pasar y es que Cayetana andaba perdida por esos mundos de Dios. Concretamente en Estocolmo. Es que tiene posibles y no para, viaja más que el baúl de la Piquer. De modo que me quedé sola y desaconsejada.

De vuelta a mi pisito, pensé en ducharme, como siempre hacen las protagonistas de las películas, cuando parece que la solución mágica que necesitan va a deslizarse sibilina por la alcachofa del agua, a estrellárseles en la cabeza. Por algún motivo oculto, la mía no acababa de aparecer.

—Eso es porque soy gafe —refunfuñé apretando al máximo el bote del champú, ya en las últimas. Me recompensó con un chasquido y un vómito de producto licuado que me apresuré a extender y frotar con fruición.

Convertí mi cabeza en un nido de espuma. Como el once ocho ochenta y ocho, pero en blanco y con perfume. Dejé el champú actuar y me concentré en lavotear el resto de mi anatomía, sin dejar de darle al coco. ¿Qué demonios estaba haciendo mal? ¿Qué enfermedad es la que me llevaba a boicotear las escasas posibilidades de componer mi vida? ¿Me convertiría en una sin techo? Porque los de la hipoteca no se casan con nadie y a la de tres cuotas sin pagar, se plantan en tu puerta con la soga de ahorcamiento bien visible en las manos, mostrándote sin ningún pudor, cual será tu futuro como no aflojes el bolsillo de inmediato.

Dejé caer el agua, que se llevase la espuma y me entretuve en mirarme los pies rodeados de pequeños remolinos juguetones. Cuando introduje la cabeza bajo el chorro de la alcachofa, me estremecí.

La temperatura del agua se había caído al suelo.

—¡Arggggg! —Logré dar con el grifo y adivinar cómo se accionaba, antes de convertirme en un igloo—. Me cago en la leche, el butano, ha tenido que terminarse ahora…

Salté fuera de la ducha tiritando como un perrillo chico y me envolví en cinco toallas. Todas las disponibles. Miré desesperada mi patética imagen en el espejo, cubierta de espuma que tendría que retirar con agua fría, un vaso y toneladas de paciencia.

—Si cuando digo que soy gafe, no me equivoco ni chispa.

Fin del capítulo 2

Esto te lo apaño yo.com (personas que no saben decir "NO")Donde viven las historias. Descúbrelo ahora