—Me he permitido pedir por las dos, un revuelto de ajetes, que el pastel de puerros ha volado —anunció como niña con zapatos nuevos— ¿Te parece?
—Buenísimo; a estas horas, cualquier cosa. —Oí rugir mis tripas; cantaban el triroliro. Tomé asiento; Felicia me esperaba sin prisas—. ¿Qué he oído de un nuevo bebé?
Le brillaban los ojos, húmedos de ilusión. Jamás la había visto así. Claro que no muchas veces, nuestro parlamento había discurrido por los derroteros de lo personal. En Eagles & Walkers, lo primero primerísimo era la faena. A ella no parecía importarle el despido, mira qué bien se lo tomaba, oye; lo que es el desahogo económico.
—Juanito está ya grandecito. Es un chicote tímido e inteligente pero necesita un hermano. Juan y yo decidimos que ya era hora de ir a por la parejita. Es un modo de provechar en positivo, el parón este en que me ha dejado nuestra difunta empresa. Intenté encontrar empleo en otra parte pero…
A continuación me narró sus desventuras por las financieras más rimbombantes de este Madrid nuestro de cada día. La mayoría eran un reclamo fantasma sin nada que ofrecer, se quejó.
—Si es que todo apunta a que la quiebra de Eagles & Walkers fue fraudulenta y esa mala fama nos alcanza a los que estuvimos empleados. Desgranaron los despidos, poquito a poco nos fueron largando a todos y los que quedaron… la indemnización a porciones, como los quesos. De estar soltera, emigraría a América, allí sí que saben enseñar buenas finanzas. Pero odio el capitalismo de gran potencia y la manipulación que les rodea.
—Totalmente de acuerdo —ratifiqué tragándome una aceituna con hueso y todo.
—Porque además está Juan Felipe, que nunca jamás cruzaría el charco. —Volvieron a centellear sus pupilas—. ¿Y tus amores, qué tal?
Se me encogió el píloro. Ya ves, preguntarme eso a mí, que cada día me vuelvo más gris y más invisible. Iba a responder algún pretexto tonto, cuando un estrépito a nivel de la entrada nos distrajo; fue sencillo divisar a Adela y su enorme retaguardia, avanzando trabajosamente por el pasillo que formaban las sillas. Las que no estaban ocupadas, las arrastraba a su paso, envuelta en disculpas. El camarero se lanzó en su persecución, recomponiendo el desaguisado que dejaba el sudoroso caballo de Atila.
—Perdonad la interrupción. —Sonrió incómoda—. Marina, te llamé porque necesito un favorcito.
—Mira, te presento a Felicia, una de mis mejores amigas en la empresa donde trabajé tantos años.
—Encantada.
—Igualmente. Oye, Adela, te sientas y nos acompañas, el almuerzo ya está ordenado.
Pero Adela continuaba de pie, desplazando su peso de una pierna a la otra.
—No, si por eso vengo. Me ha llamado Roberto —y le tembló la voz—, mi marido. Dice que necesita verme, que es urgente y salgo volando.
¿Qué la ponía tan nerviosa?
—Si me retrasara ligeramente… sólo unos minutitos, ¿me cubres con doña Matilde?
—Por Dios, nena, eso no hace falta ni preguntarlo. Eso te lo apaño yo, vete tranquila y tarda lo que te apetezca.
—Vaya peso me quitas de encima, Marina, mil gracias, eres un sol —suspiró aliviada.
—Una cervecita sí podrás, ¿no?
Antes de tomar asiento se tiró un buen rato dudando.
—Estoy a dieta y no quiero romperla ya el primer día. Lo pruebo todo, todo, todo —explicó dedicándoselo a Felicia—, pero no pierdo un gramo. Vale, un agua.
Se bebió el agua a ritmo de Ferrari, se levantó como una exhalación y salió zumbando después de zamparle dos sonoros besos a Felicia en las mejillas. Mi amiga del pasado sonrió encantadora y se marcaron sus deliciosos hoyuelos.
—Me gusta. Un caso perdido su batalla contra los kilos, pero me gusta.
—Tú sigues tan canija como de costumbre —observé.
—Mi trabajo me cuesta, Marina, no soy como tú, palillito por genética. Yo soy más bien grandona y me cuesta un mundo mantenerme. A veces he pensado en coserme la boca a ver si sufro menos —se mojó delicadamente los labios con el vino.
A Felicia le sobraba clase. Llevaba un arriesgado corte de pelo con flequillo en un rubio dorado esplendoroso y una manicura impecable. De todas las personas que conocí en Eagles, y fueron muchas, de ella conservaba una memoria especial y el modo en que me había abierto los brazos. Aparte de eso era una formidable gestora de bolsa y una auditora con un futuro prometedor por delante. Claro que con la pasta que manejaba su familia, si decidía no mover un tobillo, tampoco iba a pasar hambre.
—Volviendo a los hombres… —hizo de sutil avanzadilla. Esta vez, por más que lo intenté, no pude sonreír.
—Olvida eso. Me quedaré para vestir santos, mi madre me lo recuerda siempre que puede.
—Menuda ayuda —se escandalizó—. Tú vales mucho, deberías darte cuenta —alcé sorprendida las cejas—. Claro que de poco sirve que yo te lo diga si tú no te lo crees. Me pregunto por qué te alabo y lo pones en duda, pero cuando tu madre te machaca, lo das por cierto y hasta lo aceptas de buen grado.
—Debe ser que tengo ojos y algún que otro espejo en mi casa —concluí con triste resignación. Felicia meneó la cabeza contrariada.
—Para gustos los colores. Siempre hay un ser humano que encontrará mirando a otro, lo más hermoso creado por la naturaleza. Pero con eso sólo hablamos del cascarón, del exterior. ¿Qué pasa con tu alma pura e inocente, con tu corazón de oro, con tu sonrisa siempre a punto?
Sonreí tímida. ¿Con quién me estaba confundiendo? ¿Yo tenía de eso? Sonaba requetebién.
—¿Tú me ves mona, Marina?
—Espectacular. —Me salió del alma.
—Pues antes de casarme con Juan, malgasté seis años de juventud con un imbécil que se dedicó a romperme el corazón y colmarme la paciencia. Tenía una secreta obsesión por las horteras con pinta de putón y me engañaba con toda fulana que se le colaba por el Facebook. Colgado veinticuatro horas al ordenador como un poseso. Y digo yo, ¿quién le obligaba a salir conmigo? Si no soy tu tipo, lárgate, no me engañes. En lugar de arrearle una patada en el culo, le monté un piso y lo mantuve hasta que me dejó por una profesora de aeróbic con el culo como una ciruela claudia. ¿Qué te dice eso?
Noté un vacío enorme a nivel del corazón. Me decía bien poco. Bueno, sí, que Felicia tuvo un bache pero seguía siendo igual de hermosa y rutilante. Yo hacía casi siete años que no salía con nadie, desde que le diera portante a mi único novio del pueblo, fíjate, como para dar consejos.
—Tienes que empezar por valorarte tú. Haz una lista con tus puntos positivos. —Me observó el careto de desconcierto y me largó un codazo cariñoso— ¡Hazla! ¡Funciona! Solo los positivos. Vas a sorprenderte de lo larga que puede llegar a ser.
Tenía mis dudas, pero me dio cosita llevarle la contraria.
—Pienso igual. —Concentré todo mi saber en la escueta frase. Felicia confirmó con un cabeceo vigoroso.
—Después de eso, echa un vistazo alrededor y calcula cuántos humanos conoces con tu paciencia, tu dulzura —contaba con los dedos—, tu comprensión, benevolencia, empatía…
—Frena, frena, que me estás sonrojando. —Abandoné la silla—. Tengo que volver al curro, suena la sirena. Ha sido maravilloso verte, me gustaría mucho repetir.
Me sonrieron tiernamente sus mejillas.
—Por supuesto, chiquitina. Tenemos que montarnos una marcha un sabadito de estos.
Continuará...