Parte 9

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Después de unas horas, se levantaron para desayunar juntos. Gabriel llevó a Renato en su auto, hacia la facultad. Se despidieron con un beso, y un "te quiero" por parte de los dos.

Renato iba caminando con una sonrisa de oreja a oreja, hace bastante tiempo que no se sentía así de feliz, una sensación hermosa llenaba su interior, pero todo eso desapareció cuando escuchó su voz — Hola bombón — el rubio se encontraba apoyado en un árbol, con un cigarrillo entre los labios, el pequeño se paralizó, ni siquiera era capaz de hablar — ¿Qué pasa? ¿Te comieron la lengua los ratones? ¿O fue ese rulitos que te trajo hasta acá? — dijo con ironía, a medida que se iba acercando
— ¿Qué ha-haces ac-acá Fausto? — preguntó, tartamudeando gracias al miedo que sentía
— Hace mucho no nos vemos y medio que te extrañaba — habló, acariciado el labio del pequeño
— ¡No me toques! — gritó, haciendo que todas las personas presentes se dieran vuelta en su dirección, observando la situación — A mi no me grites pendejo — ordenó el rubio, tomando el brazo del menor con fuerza
— Fa-Fausto por favor, andate — imploraba con mucho temor

El nombrado hubiera contestado, pero no pude, ya que cuando menos se dio cuenta tenía un puño golpeando su rostro, una y otra vez. Gabriel estaba tan cegado por la bronca, que ni siquiera escucho los gritos de Tato, pidiéndole por favor que se detenga.

— ¡Te dijo que te vayas! ¿No escuchaste enfermo? ¡No te acerques nunca más a él! — Gritó una vez que lo dejó tirado en el piso, con toda la cara ensangrentada. Cuando se giró a mirar al pequeño, vio que estaba llorando — Sh, sh, no pasa nada amor ¿Estás bien? ¿Te hizo algo? — preguntó preocupado, mientras lo tomaba en sus brazos. — No me hizo nada — respondió Renato. — Veni conmigo, hoy no vas a cursar y yo no trabajo — le dijo, agarrándolo de la mano, mientras se dirigían a su auto. Una vez que estuvieron dentro de él, el menor preguntó
— ¿A dónde vamos? — continuaba llorando — A mi casa. Por favor no llores, acá estoy yo con vos — le decía Gabriel, mientras le hacía caricias en la pierna.

Luego de unos minutos, llegaron a la casa del rizado, no era tan linda como el departamento de Renato, pero en fin, era chiquita, acogedora y estaba bien acomodada, unos cuantos pósters de diferentes bandas colgaban de las paredes. El mayor había ordenado al pequeño, quedarse sentado en el sillón, mientras el iba por un vaso de jugo, éste obedeció.

— Acá está — le dijo ofreciéndole el vaso, el cual fue aceptado por parte de Renato.

— Gabriel: ¿Él es tu ex?
— Renato: Sí.
— Gabriel: ¿Por qué le tenes tanto miedo?
— Renato: Es largo de explicar.
— Gabriel: Tenemos todo el día.

Renato sentía las lágrimas que de nuevo comenzaban a caer por su rostro. — Nos conocimos cuando yo tenía 16 años, apenas estaba aceptando mi sexualidad y el llegó para hacerlo todo más fácil. El primer año de relación fue lindo, todo marchaba tan bien, hasta que nos mudamos juntos. Fausto ni siquiera venía a dormir, y si lo hacía, lo hacía borracho. Me engañó muchas veces, pero yo estaba tan enamorado que no era capaz de verlo. Me aleje de mis amigos, vivía sólo para él. No quise abrir los ojos, hasta que una noche las cosas empeoraron. Llegó borracho, como de costumbre, y yo lo enfrente, porque no quería seguir en ésta situación, fue ahí cuando me golpeó por primera vez, fue sólo un cachetazo, por eso lo dejé pasar, pero a medida que el tiempo avanzaba, todo se iba poniendo peor, una noche me resisti a tener relaciones, y él... él abusó de mi, es decir, sólo me toqueteo un poco, para luego golpearme e irse a dormir. Nuestra relación se basaba en eso, hasta que un día no volvió, no sé a donde habrá ido, pero se fue, y no había aparecido, hasta ayer. — Cuando terminó el relato, se podía decir que era más lágrimas que persona.

Gabriel quería salir a buscar al hijo de puta que le hizo eso, pero también quería quedarse y hacerle entender que él nunca sería capaz de lastimarlo de esa manera.

— Mirame a los ojos. Tato, yo nunca sería capaz, no podría lastimarte, despertaste algo dentro mío, que creía imposible. Me abriste los ojos, e hiciste que te quiera en tan poco tiempo, que me parece irreal lo que siento. No tengas miedo, no conmigo, porque estoy acá para protegerte. Yo te quiero — le dijo el mayor, mirándolo fijamente. — Yo también te quiero — respondió el pequeño encogiendose de hombros. — ¿Te puedo pedir algo Gabi? — preguntó con un hilo de voz
— Lo que quieras —  contestó.
— ¿Me haces el amor? Es que nunca sentí que alguien lo haga realmente — soltó, y era lo único que el rizado necesitaba para morirse de amor.

Comenzó a besarlo lentamente, con miedo a que se rompa, le acarició los pómulos, secando las lágrimas que habían en ellos. Procedió a besarle el cuello, quitándole la ropa con cuidado. Repartió pequeños besos por todo su cuerpo, mientras le decía lo mucho que lo quería.

Los dos estaban desnudos, cuando Gabriel sacó preservativo y lubricante. Esparcio un poco sobre sus dedos y sobre la entrada del menor. Con mucho cuidado introdujo uno, moviéndolo lentamente, para luego meter un par más. — Gabi, estoy listo — le dijo Renato.
Cuando el mayor quiso ponerse el preservativo, fue detenido por el pequeño — Yo estoy limpio, y confió en vos, quiero sentirte plenamente — habló, y el rizado sabía a lo que se refería. Dejó el plástico de lado, y tomó su miembro erecto, para rozar la entrada de su amor. — Tato, mirame a los ojos, quiero que me mires cuando te lo esté haciendo, y que sepas que te quiero con todo mi corazón — le ordenó, y el otro obedeció. Con paciencia fue penetrandolo, mientras sus ojos no dejaban de conectarse. Empezó a moverse, y si bien era algo difícil no cerrarlos a causa del placer, lo intentaban. Unos minutos más, y antes del orgasmo, se dijeron «Te quiero» conectando sus ojos y sus almas, se dejaron ir en el clímax, que fue casi al mismo tiempo. Cayeron rendidos en la cama, abrazados, y haciendose saber que realmente se querían, y sólo necesitaban uno del otro para estar bien.

Dancing in the moonlight { Terminada }Donde viven las historias. Descúbrelo ahora