Las puertas de Sevilla les dieron la bienvenida con un primer obstáculo en su camino: la aduana.
Como si de un país extranjero se tratase, la ciudad había establecido a su entrada, el comúnmente llamado postigo del Carbón, un sistema por el que los viajeros debían pagar una suma para entrar, ofrecer un pequeño porcentaje de lo que llevaban encima. Miguel y Tulio contemplaron la larga fila de carretas y caminantes, tanto a caballo como a pie, que esperaban su turno para cumplir con la extraña tarifa, y cuyas protestas se apagaban al comprobar que aquellos que no cumplían con la demanda eran echados de lugar sin miramientos.
Aquello no les pareció justo a los dos jóvenes pícaros, pero no había mucho que pudieran hacer al respecto. Apartándose a un lado, discutieron brevemente la situación y determinaron de entregar como almojarifazgo un reloj de sol que habían encontrado en la bolsa que birlaron al caminante —un francés, como habían sabido más tarde, por lo que no les dio especial pesadumbre su delito—, pues no lo echarían demasiado en falta. Además, Tulio escondería en su camisa el pequeño saco con las ganancias de la partida contra los jugadores de la venta, de modo que no se las hallaran en el registro que también se llevaba a cabo en las puertas de la ciudad.
Eso fue lo que hicieron, y su plan fue un éxito. Minutos después, tras aguardar en la fila, ser registrados y entregar el reloj a los guardias apostillados en la aduana, Miguel y Tulio entraron por fin en la tan ansiada Sevilla, llena de oportunidades para dos pillos como ellos. Nada más pasar al Arenal, buscaron un puesto donde vender las camisas del francés, de las que no habían menester y por las que les dieron una cantidad estimable de reales. Después comenzaron a curiosear, alegres de poder visitar por fin tan afamado lugar.
La plaza del Arenal, bulliciosa y rebosante de actividad, era un lugar idóneo para comenzar con su tarea. Los dos compañeros se repartieron la faena.
—Yo me ocuparé de la taberna —se ofreció Tulio, preparando su baraja de naipes.
Miguel asintió y asió sus tijeras, haciéndolas danzar en sus dedos mientras le sonreía.
—Yo deambularé un rato por la plaza.
Con ese rápido acuerdo, se separaron.
En la taberna, llena de aficionados al juego con suficiente confianza en sí mismos como para no rechazar las condiciones de juego de Tulio, el joven timador cosechó un gran éxito, sin llegar a hacerlo desmesurado para no levantar sospechas. Entre partida y partida, además, tuvo ocasión de analizar el establecimiento con la mirada, y vio que había otras formas de juego que no conocía, y que tendría a bien de investigar si regresaba a ese lugar más adelante. Con ese pensamiento en mente, y tan solo una hora después de haber entrado, Tulio recogió sus ganancias del día y se marchó, diciéndose entre sí que aquel había sido un provechoso reconocimiento del terreno.
Miguel, por otra parte, recorría la plaza discretamente. Mientras paseaba, sus ojos absorbían con avidez aquellas escenas, nunca vistas por él, de Sevilla y sus gentes: los vendedores exponiendo su mercancía en los pequeños puestos, bajo el caluroso sol de Andalucía, y los transeúntes, graciosos y alegres, llenando las calles de alboroto con sus animadas pláticas. Miguel se sentía como si fuera un niño de nuevo, curioseando todo a su alrededor y cambiando su interés de una cosa a otra tan rápido que habría sido difícil seguir su ritmo. Tan admirado quedó de todo que pronto olvidó su propósito, e incluso olvidó lo que Tulio y él habían acordado tan breve espacio de tiempo atrás.
Su atención encontró un nuevo objetivo bajo la fachada de uno de los blancos edificios que rodeaban la plaza. Allí, sentado en el suelo, un hombre harapiento tocaba un viejo laúd, sus dedos ágiles arrancando suaves notas que danzaban en el aire y le propinaban, muy de vez en cuando, la generosidad de las gentes más adineradas, que dejaban caer algunos maravedís en el sombrero frente a él. Miguel, sintiendo la llamada de la música, se acercó al hombre y lo estuvo escuchando largo rato; tanto que el músico se dio cuenta de ello y entabló conversación con él.
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La ruta hacia La Era [MiguelxTulioxChel]
FanfictionMiguel y Tulio llevan tanto tiempo juntos que a veces les resulta difícil recordar que no siempre ha sido así. Que hubo un primer encuentro, un primer golpe, una primera persecución... Y lo mismo para la enigmática Chel, cuya vida era muy distinta a...