La llamada del destino

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El poblado despertaba, como cada mañana, bañado por la luz del sol deslizándose entre las hojas de palma que se alzaban hacia el firmamento. Pequeños haces de aquella cascada dorada bañaban el claro de modestas cabañas, la luminosidad filtrándose a través de la tela de colores que conformaba sus paredes y tiñendo el interior de una suave atmósfera de tonos rojos, azules, verdes.

La pequeña entreabrió los ojos al notar la leve calidez del sol sobre su piel. Terminó de abrirlos y se desperezó en toda su envergadura, estirando brazos y piernas sin importarle que alcanzaran a la figura que aún dormía a su lado.

—Hmmm —protestó esta, removiéndose en la inconsciencia de su reposo.

La niña la ignoró y dejó escapar un sonoro bostezo, arqueándose un poco hacia arriba antes de dejarse caer de nuevo sobre la espalda. El movimiento provocó otro murmullo por parte de su compañera de lecho, que se sobresaltó con un bufido cuando su súbita forma de incorporarse terminó de despertarla.

—¡Ah!... ¡Para, Chel!

—¿Um? —La niña la miró mientras se levantaba y ladeó la cabeza—. ¿Qué pasa?

La mayor, aún adormecida, se enrolló más en las mantas, murmurando amodorrada.

—Me has despertado, eso es lo que pasa... Para quieta un rato, ¿vale?

—¿Por qué? Ya ha salido el sol.

—Da igual, solo..., uah..., déjame dormir un poco más.

—Pero ya hay que levantarse...

—Cuando seas mayor, lo comprenderás.

—Siempre dices eso, ¡pero en realidad solo eres una perezosa, Ix! —le espetó Chel burlonamente, y dejó escapar una carcajada cuando su hermana mayor perdió la paciencia y la cubrió entera con las mantas, tratando de silenciarla.

Un rato después, Chel había salido de la choza y se frotaba los ojos con las manos, parpadeando ante la mayor intensidad de la luz del sol en el exterior. No había encontrado a sus padres en la casa, por lo que suponía que debían de haberse marchado ya a los campos de cultivo, donde pasarían el día trabajando. Decidió dirigirse hacia allí: ese día no tenía lección con los otros niños y a sus padres les gustaba que los visitase de vez en cuando. Sobre todo porque así podía empezar a aprender la tarea a la que probablemente se dedicaría cuando creciera, como tantos otros en su poblado.

Con ese pensamiento en mente, Chel se puso en marcha, cruzando el campo de cabañas de colores para dirigirse a los bosques. Era aún temprano, pero el poblado ya estaba despierto, sus habitantes comenzando sus tareas del día con la energía de la mañana y la fluidez del hábito. Chel respondió a los saludos de todos mientras pasa frente a las casas, hasta llegar a los límites de la foresta; a partir de ahí, como cada día, se perdería en su pequeño mundo de fantasía, imaginando mil peligros y pruebas a las que enfrentarse para llegar hasta los campos de algodón.

"El cruce de los cuatro caminos, las rutas del destino; guárdate del camino negro, que solo conduce a la muerte y los espíritus", cantaba para sí, repitiendo las palabras que su madre siempre decía al final de sus cuentos.

Con este cántico y los ruidos del bosque, Chel danzaba cada día entre la maleza, jugando y explorando, recorriendo las sendas que conocía tan bien como la palma de su mano. Aquella era su vida: el poblado, los bosques y el campo, ir de uno a otro y volver de otro a uno. Cada día desde que tenía memoria.

De vez en cuando, cuando se cansaba de la monotonía de aquella rutina, Chel se preguntaba cómo sería vivir en la ciudad, más allá de los campos de cultivo, en el centro de todo. La había visitado alguna vez con el tutor de sus lecciones en el poblado y el resto de niños: era un lugar grande y mágico, brillante como el sol. Los días en los que Chel se aburría de sus juegos y quería algo distinto, se ponía a pensar en la ciudad, en sus edificios de oro y sus inmensos templos, en los impecables adoquines de las calles y el caudaloso canal poblado por gigantescos peces de colores. También pensaba en las frondosas enredaderas y las grandes garzas que exhibían su plumaje en las plazuelas.

La ruta hacia La Era [MiguelxTulioxChel]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora