Las cosas en el reino se habían mantenido tranquilas gracias a la intervención de Lady Ros y los concejos, pero mis padres habían muerto hacía más de una década. Yo pude haber tomado las riendas del reino desde que tenía dieciséis años, pero en mi afán por encontrarme a mí mismo y disfrutar mi vida, fui negligente con mis responsabilidades. Por mi necedad, habíamos perdido casi diez años ―y eso no es poco―, así que había muchísimas cosas que ignoraba acerca de mi pueblo y su territorio, de nuestros aliados y enemigos, de nuestros compromisos, y de miles de cosas más. Era menester aprender todo lo referente a, bueno, todo, incluidos los protocolos y el resto de mis obligaciones, lo más pronto posible.
Desde la muerte de mis padres ―además de una que otra reyerta o ataque aislado―, el reino Andrews se encontraba en paz y, afortunadamente, nuestros amigos eran mucho más numerosos que nuestros rivales. Lo que me trajo un nuevo problema: debía aprender, de memoria y con el auxilio de algunos retratos muy poco fiables, el nombre y cargo de todos los reyes, condes, duques, lores y caballeros que nos apoyaban, y, debía saber también, de quiénes podía fiarme y de quiénes no.
Las faenas instructivas eran arduas y exageradamente aburridas; pero todo aquello lo tenía que saber, porque, ¿cómo podía un Rey ignorar cosas tan sencillas como nombres? Así que escuchaba y estudiaba, pacientemente, con mucha resignación y atención.
Además de mi intensiva instrucción, Lady Ros insistía en que yo debía opinar tanto como fuera posible en los preparativos para la coronación, y eso era aún más tedioso que memorizar nombres.
Afortunadamente para mí, Eoin llegaba todos los días a comer conmigo, lo que me daba un frugal momento de respiro. Después de la merienda nos quedábamos conversando de cualquier cosa que se nos ocurriera, o lo ayudaba en su entrenamiento. Había mejorado mucho. Se notaba que había estado practicando y, ahora, era mucho más fuerte que antes.
―Cuando seas Rey, me encantaría ser uno de tus guerreros, Anjou. Sería muy feliz si tú me invistieras como caballero ―me dijo un día, lo que me hizo muy feliz.
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En ocasiones, contábamos también con la compañía de Maghy. Era muy notorio el cariño que los dos muchachos se profesaban y me divertía mucho verlos, siempre discutiendo, pero disfrutando cada momento que pasaban juntos.
En ocasiones me sentía como antes, emocionado de verla y esperando con ansias el momento en que cruzaba el umbral del refugio con su hermosa sonrisa. Pero continuaba recordando los momentos pasados con mi reina y nuestras promesas de fidelidad y amor.
Ya no me dolía ver a Maghy con Eoin, al contrario, me sentía muy feliz de verlos a los dos sonrientes. Habían pasado momentos muy difíciles y habían logrado salir adelante porque se tenían el uno al otro.
Veía que su amor, porque, aunque intentaran ocultarlo, se amaban, era sincero y puro. Solo debían derribar algunas barreras para disfrutarlo plenamente. Cuando estaban juntos Eoin reía con tanta alegría.
―Buen día Sir Anjou.
―Maghy, que gusto verla ―respondí.
―No sabía que Eoin estaría aquí ―se detuvo un momento en el umbral.
―Yo vengo todos los días Maghy ―respondió el aludido con sorna.
―Lo sé ―dijo ella, haciendo a un lado la obvia burla de mi hermano―, pero generalmente te he encontrado después de la merienda ―y aquí iba otra de sus discusiones, así que interrumpí.
―Sabe mi Lady, justamente hablábamos de usted ―Eoin me dio una patada por debajo de la mesa.
―Por las risas que escuché antes de entrar, seguramente decían cosas malas ―replicó, haciendo un cómico mohín, pero no se la notaba molesta.
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Mendigo
Ficção AdolescenteLibro 2 de la trilogía "El Sir" Después de la muerte del último miembro de su familia, el príncipe Valan Eumann Andrews ha perdido su Norte y decide huir de su reino buscando encontrar una nueva razón para vivir y, si el destino lo permite, llegar a...