Capítulo 12

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Ésta no era la manera en la que pensaba gritarle al mundo quien era yo, pero debía actuar rápido y, si no aclarábamos todo lo que había pasado, Maghy y Eoin se enfrentarían al peor castigo de todos: la deshonra.

―¿Por qué no me dijo quién era usted, Sir Anjou? ―no lograba distinguir si la voz de Maghy reflejaba reproche o sorpresa.

―Mi Lady, ahora tenemos cosas más importantes y urgentes en que preocuparnos ―intenté seguir caminando, pero ella no se movió ni un milímetro―. Se lo explicaré todo, cuando este embrollo se haya solucionado ―insistí―. Se lo prometo ―y con un movimiento de cabeza le indiqué que debíamos movernos.

Llegamos prácticamente corriendo al salón de audiencias, bueno, yo caminaba a grandes zancadas y ella me seguía con cortos y acelerados pasos. Lo sé, fue muy poco gentil por mi parte, pero no había tiempo que perder. Al vernos entrar, la expresión de Eoin se relajó un poco, pero Sir Aballach se veía muy perturbado y, ni que decir de Lady Ros, el escándalo para ella era algo inconcebible.

Sir Dall y Lord Wessex estaban ya en el salón, ambos muy preocupados por lo que estaba pasando, pero al igual que todos, completamente desconcertados por la forma en la que habían sucedido las cosas y la rapidez con que el rumor estaba corriendo.

Fui hacia mis tres mentores para contarles lo poco que sabía y escuchar sus consejos. Le pedí a Eoin que nos dejara discutir las cosas, a los adultos, para encontrar la mejor solución, así que, renuente, se alejó un poco de nosotros. Lady Ros estaba al lado nuestro, escuchando todo sin decir una sola palabra, con expresión severa. De pronto comenzó a caminar hacia Maghy y cuando llegó hasta ella:

―¡Estúpida! ―descargó una bofetada sobre ella que estremeció el salón entero. Maghy no hizo más que llevarse una temblorosa mano al rostro, pero no contestó una sola palabra. Pero sus ojos estaban llenos de lágrimas―. ¿Cómo te atreves a ponernos en esta situación tan penosa? ¿Es que acaso no pensaste en la clase de problemas que podrías traernos? Somos la Familia Real, ¡por Dios santo! No podemos darnos el lujo de ser la fuente de chismes y habladurías ―Lady Ros estaba completamente fuera de sí―. Te dimos un hogar y protección solo para honrar a Clèm, que Dios lo tenga en su Gloria, y tú nos pagas así ―Maghy seguía sumida en un mutismo impenetrable―. ¡CONTÉSTAME! ―La anciana estaba furiosa y, ahora, tenía a Maghy sujeta por los hombros y la sacudía con fuerza.

―Le prohíbo que la trate así ―escuché que decía mi hermano―. Usted, señora, no tiene derecho a lastimarla ―Eoin había abandonado la poca serenidad y buen juicio que le quedaban y se dirigía a la más respetable mujer de los Andrews con aire amenazante.

―Pero, ¡qué descarado! ―musitó la anciana―. Usted, joven Curr, no tiene ningún derecho a prohibirme nada ―reprochó Lady Ros, recuperando su carácter recio―. Le recuerdo que usted también es responsable de esto ―su mirada era dura y fría―. Me atrevo a pensar que fue precisamente usted quien planeó todo. Seguramente, tuvo la osadía de lavarle la cabeza a esta torpe muchacha con promesas de amor eterno y demás cosas absurdas que ella podría desear, con el propósito de llevarla a su lecho ―los ojos de Eoin brillaron con furia al escuchar el insulto de la anciana.

―¿Cómo se atreve a poner en duda mi honor? ―bufó―. Yo sería incapaz de hacer algo tan bajo ―las cosas se estaban saliendo de control.

Eoin claramente se sentía humillado y ofendido y, Maghy, ella no hacía más que sollozar mientras se cubría el rostro con las manos.

―¡Basta! ―corté, iracundo―. Lady Ros, no le permito que vuelva a tratar así a Maghy, y le prohíbo que ofenda de tal modo a mi hermano.

―¿Tu hermano? ―dijo ella, azorada―. Pero...

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