Capítulo 5

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Comenzar el día con Aldys entre mis brazos ha sido una de las cosas que más pleno me ha hecho sentir. Yo la creía indiferente, pero en aquella noche me demostró que sentía por mí algo tan fuerte como lo que yo sentía por ella. Nuestra unión había sido mágica y colmada de la pasión de los dioses, pero lo que más recuerdo de ella, son las miles de caricias y palabras que demostraban el amor que sentíamos el uno por el otro.

Verla dormir tan plácidamente con su cabeza apoyada en mi pecho fue sublime. Acaricié su cabello, sus hombros; sentí su respiración contra mi piel y fui inmensamente feliz a su lado.

Después de pasar algunos minutos observándola, ella debió sentir la insistencia de mi mirada porque aún con los ojos cerrados y rodeándome con sus brazos, dijo:

―¡Hemos despertado a un nuevo día! Oh Dioses, somos sus hijos y sirvientes ―besó mi pecho―. ¡Señor lléname de tu energía!

Abrió los ojos y me miró con aquel ímpetu suyo, invitándome a continuar su oración matutina.

―¡Protégeme, señora mía! ¡Protégeme también tú, oh Dios! Ayúdenos ambos a crecer, aprender y aprovechar el hoy y el mañana― besé su frente.

―Buenos días mi, señor ―dijo sonriente y terminó su saludo con un ligero beso sobre mis labios.

―Buen día, reina mía. ¿Dormiste bien? ―asintió con la cabeza.

―¿Y usted, mi señor? ―dijo acurrucándose de nuevo contra mí.

―¿Cómo podría hacerlo? ―respondí abrazándola―. Temía que esto fuese solo un sueño ―acaricié su cabello―. Me negué a permitirle a la noche jugar conmigo y hacerme creer que habías venido a mí bajo la forma de una hermosa ensoñación que, al llegar el alba, se desvaneciera en el aire. No quería arriesgarme a despertar sin ti

―¿Estuviste despierto toda la noche? ―preguntó con sorna.

―Lo que quedaba de ella. Sí ―sonreí―. ¿Sabías que eres hermosa cuando duermes?

―Y usted señor, es hermoso siempre ―dijo riendo y volvió a besarme.

Por primera vez en mucho tiempo sonreí de verdad.

―¿Sabes?, hay algo que aún no logro comprender ―murmuré y ella me miró interrogante―. ¿Por qué de entre todos los hombres del reino, me elegiste a mí? Tienes caballeros a tu servicio que te merecen mucho más que yo. Hombres mejores y más importantes.

―¿A sí? ―preguntó riendo.

―Están los gemelos, Tòmag y Tàmhas. Son fuertes y bravos guerreros; te son leales y conocen todo acerca de tu cultura y tu pueblo. Yo no sé siquiera quién soy ―volteó a mirarme con seriedad.

―Hay muchas razones por las que cualquier mujer elegiría estar contigo, Amyr. No quiero que vuelvas a insinuar siquiera que no eres nadie. Como tu reina ¡te lo prohíbo! ―su mirada se suavizó―. Para mí eres y siempre serás Amyr. Mi Amyr.

―Pero...

―Está bien. ¿Quieres razones? Te voy a dar mis razones, pero no creas que exaltaré tus bondades con frecuencia ―sonreí―. Desde que llegaste a nosotros, algo en ti y tu presencia cautivo mi mirada, hay elegancia y majestad en tus movimientos.

―¿Elegancia y majestad? ―sonreí burlonamente.

―Sí, señor vagabundo, sin memoria. Y no me equivocaba.

―¿A qué te refieres?

―El símbolo en tus costillas, debajo de tu axila. Solo la realeza utiliza ese tipo de marcas ―acarició una parte de mi piel a la que no había prestado atención antes.

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