Capítulo 9

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El viaje de regreso a casa sería largo, me tomaría, de acuerdo a Tòmag, más de cuatro semanas llegar a territorio Andrews, pero estaba dispuesto a disfrutar cada momento y cada nueva experiencia. No apresuraría ni un segundo. Tomaría todo conforme viniera.

Las horas pasaban serenas, como si los Dioses quisieran permitir que me acostumbrara, poco a poco, a la idea de vivir de nuevo dentro de muros de piedra y techos de paja, en vez de entre árboles, con un cielo estrellado cubriendo mi cabeza.

El recorrido fue tranquilo. Pasé el primer pueblo y me sentí con energías suficientes para seguir adelante, pararía cuando el cansancio me lo demandara. Cabalgué por largas horas, hasta que la noche cayó, pero aún no era tiempo de dormir enclaustrado entre cuatro paredes, continué mi viaje y dormí bajo el cobijo de las estrellas.

Aún no había pasado siquiera un día y ya la extrañaba. Acampé en un prado y busqué las krittikas y a Venus, sabía que Aldys las estaría viendo, así lo habíamos acordado.

A la mañana siguiente, al despuntar el alba, me puse de nuevo en marcha.

Pasaron varios días antes de que decidiera finalmente dormir en una posada. Debo confesar que me sorprendió encontrar suficiente oro, en un pequeño bolsillo de mis alforjas. Y también, creo necesario decir, que volver a estar en este mundo se sentía extraño.

Una vez alojado en la posada, pedí que un paje llevara, lo más rápido que pudiera, una nota a mi reino. Quería avisarle a Sir Dall que estaba listo para regresar, y necesitaba verlo antes de llegar a casa y enfrentarme al mundo entero. Así que le pedí encontrarme en un punto medio del camino.

El paje partió esa misma noche jurándome ir a galope tendido y llegar a su destino en una semana. Yo seguiría con calma.

El tiempo no se detiene, eso todos lo sabemos, y pronto mi viaje llegaba a la mitad de su trayecto, esperaba encontrar a Sir Dall en cualquier momento, pero aún no veía a nadie. Comenzaba a sentir una sensación extraña en la boca del estómago: mitad nervios, mitad miedo. Creo que temía su regaño. ¡Qué estúpido! Yo, un adulto, el futuro Rey, temiendo ser reprendido por el mejor amigo de mi padre.

El décimo séptimo día de mi viaje, y de forma totalmente fortuita ―en el pueblo en que debía encontrar a Sir Dall―, fue el día en que volvería a retomar mi nombre. Hasta ese momento, de manera completamente natural, me presentaba con el nombre de Amyr, y la gente no intentaba indagar más acerca de mí porque las ropas que llevaba me hacían ver más como un bardo que como un noble, pero ese día, las circunstancias me forzarían a ser de nuevo, y después de muchos años, el príncipe Valan.

Caminaba a orillas de un pueblo, llevando a Coll por el bocado, en busca de una posada, cuando vi a un hombre arremeter brutalmente contra algo. Me acerqué con cautela, solo para darme cuenta, con disgusto, de que aquel algo a lo que ese salvaje le gritaba con fiereza era una doncella, y ella aceptaba cada ofensa sin decir una sola palabra mientras escudaba a un pequeño niño con su cuerpo.

Después de todo el tiempo que había pasado en el pacífico reino de Aldys, aquella grotesca muestra de violencia y agresión, me parecía inexcusable.

―¿Cómo se atreve a levantarle la voz a una dama? ―dije molesto, cuando finalmente pude salir de mi estupor, estando a solo unos pasos de distancia de aquel individuo.

El hombre volteó a verme con ira brillándole en los ojos

―¿Una dama? ¡Já! Esto no es una dama ―escupió a pies de la mujer―. Y usted, señor ―continuó, viéndome de pies a cabeza―, no debería meterse en lo que no le importa.

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