Capítulo 13

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La noche anterior a la coronación llegó. Salí de mi cámara y me dirigí a la de Eoin, él debía velar sus armas para poder ser investido caballero y yo lo acompañaría durante toda la noche. Ninguno de los dos había dejado sus aposentos desde el tan desagradable incidente.

El pueblo estaba notoriamente emocionado por conocer a su rey, así que a nadie le importó ver a dos caballeros entrar a la capilla. Ambos nos quedamos asombrados al ver la majestuosidad y elegancia con que la sencilla capilla estaba decorada. Pendones plata y oro colgaban de las altas vigas de la techumbre, estandartes con el escudo Andrews se hacían presentes también, el águila dorada brillaba con gran intensidad, y no podían faltar grandes franjas de tartán y cardos que acentuaban el aire de fiesta, no cabía duda de que Lady Ros se había esforzado mucho para que todo fuera perfecto.

Eoin tenía que pasar la noche entera hincado frente al altar, como muestra de penitencia, sacrificio y buena voluntad hacía Dios y a mí.

Cuando me pidió ser uno de mis caballeros se veía muy emocionado, sin embargo, ahora se veía triste y apesadumbrado, grandes ojeras opacaban el brillo de sus ojos y la palidez de su rostro reflejaba un gran dolor.

―¿Pasa algo Eoin? ―pregunté, preocupado. Él cerró los ojos y dejó escapar un largo suspiro.

―Mañana mismo regreso con mi padre a nuestras tierras ―respondió parcamente, y en cada una de sus palabras se escuchaban dolor y resignación.

―¿Pero?

―Hermano, has hecho mucho por mí y te lo agradezco de corazón. Pero, mi padre tiene razón, no puedo seguir creándote problemas ―suspiró―. Suficiente tienes ya con ser Rey.

―Eoin.

―No, An. La decisión está tomada. Mañana mismo me voy.

―Pero, hermano, y... ―él pareció leer mi mente.

―Ella tendrá que entender, lo hago por los dos. Quiero que Maghy se sienta orgullosa de mí. Que cuando le digamos al mundo que nos amamos nadie se atreva a dudarlo, ni a cuestionar nuestras razones o nuestro honor ―cerró los ojos―. Si me quedo aquí la gente seguirá hablando de ella.

―Les prohibiré hacerlo ―dije con decisión. Él simplemente sonrió con ironía.

―Solo asegúrate de que ella esté bien, ¿quieres? Eso deberá ser suficiente.

―¿Te has despedido ya?

―No podría hacerlo ―podía ver el dolor que la despedida le causaba a mi joven amigo―. La amo demasiado para decirle adiós ―sacudió la cabeza en seña de negación―. No le diré adiós, Anjou. No le diré adiós. Yo me voy, pero mi corazón se quedará aquí con ella ―suspiró de nuevo―. Hazla entender que no la abandono, por favor. Hazla entender que me voy para poder ofrecerle una mejor vida. Hazla entender que en cuanto pueda regresaré por ella, lo haré, y no la dejaré más.

―Hermano.

―Promete que la cuidarás, An. ¡Promételo! ―me tomó por los hombros y al levantar su vista pude ver sus ojos llenos de lágrimas―. Promételo, Anjou, por favor.

―Lo prometo hermano. Lo prometo ―Eoin me sonrió, se giró y caminó directamente al altar, para hincarse y comenzar a velar sus armas. No dijimos más.

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Salimos de la capilla muy temprano por la mañana para alistarnos para la ceremonia. Antes de entrar al castillo Eoin me abrazó y se fue. Me dolía mucho verlo así, sobre todo porque apenas unos días atrás lo había visto tan feliz, y toda su tristeza se debía a la malintencionada acción de un par de damas.

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